jueves, 25 de agosto de 2011

Erre que Erre

Como se pueden imaginar este título es referido a esa persona que usa la inicial de su apellido para convencer a los reacios de su bonomía. Como animal resabiado, busca su regeneración a través del reclamo de unos adjetivos, como si esto fuera un espejo en el que se reflejara la realidad.

Resulta casi increíble que alguien que lleva tantos años viviendo de la política estuviera callado hasta ahora ¿Por qué razón renuncia a esta cómoda postura? ¿Acaso la regencia en la sombra de los gobiernos no le ha permitido renovar la retorcida manía de un R. Zapatero que se regocijaba engañando a los españoles?

Mire usted, Señor Erre, no soy analista político ni pretendo darle consejos. Parece ser que es usted una buena persona, según sus amigos. Permítame que lo dude. Aquel que tiene soluciones mágicas para los graves problemas que aquejan al país no espera años para regenerarlo; si así actúa no puede ser recto en su proceder. Es más, podría decirle de él que es rastrero, ruin, retorcido, ramplón y vulgar. Puede llamársele ratón o rata por el daño que ocasiona en la oscuridad de los rincones en los que habita.

Es posible que se plantee usted el reto de erigirse en representante de este pueblo que aguanta todo: que le roben, que lo embauquen, que lo traten como rebaño ovino; cuando éste se deja manipular por el reaccionario salvapatrias. Como rojo puede usted persuadir a nostálgicos, ilusos y a todas esas masas que, en algunos casos, adolecen de criterio y creen que usted está contra la banca, el clero y el ejército.

¿ Cómo se puede ser responsable de la ruina del país y decir que se tienen recetas para recuperarlo? ¿Acaso alguien puede creer su reconversión? Me refiero a sus utópicas medidas.

Sé que a usted, como empresario, le preocupan sus obreros. No es para menos ¡Hay tanto recomendado en su compañía! Pero no deseo que recele de ellos: recíclelos, aunque no sean muy eficientes. Siempre se podrán lograr ciudadanos respetables que presten un servicio a la sociedad que les retribuye. Hasta de los residuos ociosos se puede obtener alguna satisfacción.

Como se puede ver soy recalcitrante, terco y por eso sigo erre que erre con mis consejos.

Sr. Erre: da usted un doble perfil como político. Es desafortunada la idea de sus asesores de imagen al escoger como lo más llamativo de su persona vulgares adjetivos, pensando en que la inicial de su patronímico lo reafirmará en el poder. Sea reflexivo. En toda persona que aspire a la regencia de un país, lo que debe destacar es su biografía. Per claro, qué ocurre con la suya en este caso: que la salpican ciertos acontecimientos indeseables: Roldán, Rafael Vera, Filesa, Afinsa, Gal, Corcuera el del P.P. (patada en la puerta), cínicos como Solana, Juan Guerra y todos aquellos que aumentaron o crearon un patrimonio que no tenían. No se puede, Sr. Erre, no se puede presentar semejante tarjeta porque ¡no me diga que no estaba usted en el gobierno!¡Cómo el cardenal Richelieu, que concentraba todo el poder en él! También se parece mucho, Sr. Erre, a Rasputín, en cuanto taimado. Mire usted, Sr. Erre: por mí el tema Requiescat in pace.

No deseo seguir por aquello de que no suelo regodearme con lo malo. ¡ Allá usted y su mala conciencia!

Se despide y le reitera la más enérgica repulsa este “ferreiro” que le mentó algunos adjetivos y apelativos de su cosecha que comienzan con erre. Por cierto, mi DNI también tiene la letra R.

Haxa Salú.

lunes, 1 de agosto de 2011

La Traviata

2 de julio de 2011
LA TRAVIATA
José Mª Naveiras Escanlar

En esta opera de Verdi, aparecen dos personajes principales que son Violeta y Alfredo, que se enamoran locamente. Violeta, es una acaudalada mujer que abandonó a su antiguo novio por su bien amado Alfredo. Se van a vivir a las afueras de Paris, y allí transcurre el romance.

El amor es bello, pero no sólo de amor se vive. Cierto día, Violeta abandona su casa y se va a la capital del Rey Sol a reponer fondos. Allí transcurren varios días. Vende sus joyas, fincas y todo lo que aportara dinero a su maltrecha economía. Alfredo, que desconocía los verdaderos motivos que movían a su amada, y creyéndose engañado por ella, entra en un ataque de celos y piensa en vengarse. Nuestro despechado hombre casi provoca una tragedia, aunque tragedia sí era verse sin dama, amor, dinero y poder. En fin, que no les voy a aburrir a Ustedes con todo lo acaecido; pero la cosa fue grave, bella y da pie a esta historia que se desarrolla en Madrid, y cuyo campo de empeño es todo el país. La Violetera, pueden ser muy bien las Arcas del Astado; y el personaje, encarnando al enamorado en la sombra, un nostálgico y cretino encantador de serpientes; al que le importa un comino su amada; Claro que aunque su homónimo nombre, sea igual al del operístico enamorado, debemos de cambiar sus apellidos, para no caer en el plagio característico. La música es otra. Aparecen también marionetas manejadas por oscuros hilos. No son las voces de los cantantes de ópera, flojas, aflautadas y melifluas como el caso que nos ocupa; pero para los sectarios suena como la voz de encantadoras hadas, que conducen a ricos puestos. El país, o sea, España, es lo de menos.

El libreto de la obra está en castellano; y en el reparto aparecen los siguientes nombres: Violeta; Alfredo P. Rubi-Alcaba, el fariseo, como tenor y otros miembros que forman la compañía. También forma parte del elenco un tal Alfonso, el guerra, que canta de barítono. Con su gracejo andaluz actúa de A. Lerrouse o agitador de masas, plebe o chusma. Va acompañado de un pariente llamado Juan.

En un excepcional escenario aparece en el centro de forma alegórica el Banco de España. A su alrededor, Bancos rojos y de todos los colores emergen sobre las ruinas de las Cajas de Ahorro. Desde el edificio central, se oye la voz de la soprano (Violeta) que con lastimosos lamentos gime al ver como sus caudales disminuyen, mientras tanto banqueros y bancarios, aplauden al ver pasar a sus blindadas cajas fuertes, esos fondos que les dan el poder absoluto. Ellos lo ostentan, y sustentan a los jefes de esa comparsa sin tener en cuenta a la desdichada Violeta. Un gran número de esclavos y desarrapados clama por un mendrugo de pan, pero los actores con desden los ignoran. Al fondo, a la izquierda, pasa casi desapercibido un zapatero que repasa o pretende reparar coturnos para las masas de Lerrouse. En fin, toda una tragedia que nadie quiere ver, porque el “encantador” Rubi- Alcaba, hipnotiza con su voz de hipocresía; en la que los grupos mediáticos convierten en ensordecedora, ahogando las voces de la democracia y la de una sociedad que gime ante la confabulación de los envilecidos en el poder. ¡Dios mío, cuán grande es la comedia de la “Traviata a la española”!

La obra se estrenará el año que viene, pero ya comenzaron los ensayos; a los que se van incorporando figurantes, caciques, empresarios agradecidos y la chusma. Como se puede usted imaginar, también están los corruptos, pero estos son actores secundarios; buena parte de esta “troupe” actúan de tramoyistas, en el teatro de la ópera bufa.


Haxa salú