martes, 9 de julio de 2013

ESPONSALES IX: “Angelita”




Ese espectacular edificio del Hospicio convertido en hotel, trae a mi memoria hechos acaecidos hace muchos años. Si allí coincidió algún banquete de boda, nada tiene que ver con muchos de aquellos incluseros que conocí. La relación es puramente sentimental, cuando en ese lugar recordé a esas personas.

Puede que a muchos ahora les parezca una trasnochada remembranza, pero estando allí, la nostálgica memoria fue más viva y alejada de toda ironía.

En Grandas de Salime hay un barrio que recibe el nombre de Las Campas. En él vivía la gente más desprotegida de esta sociedad injusta. Digo existía, porque en la actualidad es posible que no llegue a los diez habitantes. Allí, en la década de los treinta o antes, parece ser que para paliar el hambre algunas familias recurrían a la inclusa, sin darse cuenta que el hambre repartida siempre se toca a más. Aquellas niñas y niños que procedían del Hospicio venían con un pan bajo el brazo. El pan, en forma de gratificación mensual que, traducida a pesetas, algún padre putativo se gastaba en pintas de vino, yéndose aquel subsidio con el volatizado alcohol que alimentara su imaginación. Mientras, en su casa, aquella depauperada familia ni dormía por el rugir de sus tripas.

La tragedia, siempre o casi siempre, se ceba con el pobre, con el indigente que no puede llenar su estómago de las poco nutritivas berzas, porque ni éstas tiene. Así que la dignidad humana no existe dadas esas diferencias sociales.

Sabido esto, poco se puede añadir. Lo único es que el abandono al que eran sometidos algunos niños, propiciaba que volvieran a ser recogidos por la institución.

Así debió de ocurrir con la pobre Doña Angelita. Años después, en su deambular en el trabajo, siempre narraba su desgracia al que se encontrara en su camino, repitiendo incesantemente: -¿Quién ha sido mi madre? Con saber esto, se sentiría contenta y moriría tranquila.