sábado, 29 de agosto de 2009

Sanidad

Se da la circunstancia que eso que debíamos llamar organismo para el cuidado de nuestra salud hace años que está enfermo. No aquejado de un mal pasajero, sino una enfermedad crónica que acabará irremisiblemente con el enfermo. Las enfermedades o sus síntomas no suelen manifestarse desde un principio con claridad. Es posible que ahí estén latentes y pasen desapercibidas al ojo clínico –a veces cínico- del galeno. Y digo aquí hipócrita, porque aún a sabiendas del mal el facultativo no toma medidas para erradicarlo con inofensivos placebos y acaba en un gran tumor que aunque se estirpe ya afectó todo el organismo. Hago esta afirmación basándome en hechos acaecidos recientemente como verá.
Desde hace varios días, recorto de la Nueva España los artículos o crónicas que nos endilga el Sr. Juan Luis Rodríguez-Vigil Rubio, sobre como curar la Sanidad. Es decir, carga el muerto a infinidad de factores y da consejos que es posible sean acertados. ¡Y cómo no van a serlo! si fue consejero de Sanidad allá por el año 1993; precisamente cuando el enfermo, presentaba los primeros y sintomáticos signos de anemia o depauperación. Sin embargo él y todos los que le siguieron en el cargo, colgaron el estetoscopio a la espalda y se olvidaron de explorar al enfermo. No es que se les olvidase, es que si se aplicaban medidas, los efectos secundarios del fármaco, se transmitirían a las urnas, por esa cuestión fisiológica que afecta al enfermo negativamente, en cuanto a escoger la papeleta que los mantiene en sus puestos de alta responsabilidad.
Por lo tanto: Sr. Rodríguez-Vigil Rubio, todo aquél que ejerció un cargo público queda deslegitimado para dar consejos y medidas, si durante el desarrollo de su función, fue incapaz de adoptar una norma correctora. Es más, le recordaría también, sus megalomanías cuando fue Usted presidente de esta Comunidad Autónoma, sin embargo me callo, porque muchos fueron los que cometieron tropelías después de Usted y de nada valen capotes a toro pasado, o desde que el mal no tiene remedio. Claro que si yo hubiera sido consejero de ese organismo también lo hubiera hecho mal por incapacidad. Esto me descalifica para reprochar a otro su ineptitud. Pero… pero como ciudadano, tengo todo el derecho a manifestar la más agresiva, virulenta y cáustica crítica a estos individuos, que no tienen reparo en dejarnos en la ruina y en el más triste desamparo frente a la enfermedad. Haxa salú, porque por lo visto de la Sanidad poco podemos esperar ¡Valientes gestores!
Ahora deseo hacerles una pregunta sobre cierto impuesto añadido especial (IAE) que se aplica en Asturias.
¿Saben algo sobre los céntimos contaminados por los combustibles fósiles de los vehículos a motor y con el síndrome de sanidad asturiana (SSA) -que son por concordancia las mismas siglas que la insegura Seguridad Social Asturiana- si están ingresados en el Hospital, se los tragó el Musel, La laboral de Gijón o cualquier otro caprichoso argayo de la autovía de la Espina?
Y para terminar: un réquiem por el Hospital de Jarrio y otro por el de Cangas del Narcea; si triunfan los necios.

viernes, 28 de agosto de 2009

A roda de afilar


Cuando se desconocen los entresijos de la comunicación, que en este caso llamamos BLOG, no sabe uno si extenderse demasiado no resultará molesto a los visitantes de este medio. Si es así, ruego encarecidamente a Vs.Ms., hagan saber su opinión a este ferreiro. Dicho lo dicho paso al tema de hoy.

Titulé cainzo porque no acabo de encontrar el nombre apropiado para estas comunicaciones. Hace unos días las denominé tendedeiro porque este simple e higiénico modo de secar la ropa, parecía apropiado para “colgar”
comentarios. Pero como puede ser mal interpretado es posible haya quien se le ocurra “colgar” trapos sucios o sin lavar. Sin embargo, cainzo es esa parte de la cocía de lareira donde se ponía a ahumar el embutido, la carne del salazón, castañas o cualquier otro producto que necesitase un proceso de curado mediante humo. Lógicamente se pueden buscar cualquier concomitancia con los “chorizos”, pero sí es así, cuelguen también a éstos en el cainzo para que se curen.

Si se me ocurre algo mejor los mantendré informados.

EL CAMÍN DE SANT YAGO Y A RODA DE AFILAR

Este apelativo, como es sabido de todos es el que acabó derivando de Ya´koov, así que éste puede alardear de nombres puesto que Jacobo, Santiago, Jaime y Diego son lo mismo. Pero el camín también es conocido como Vía Láctea, porque parece ser que la diosa Juno era una buena matrona y al amamantar a Hércules, caían de sus senos gotas de leche, que la criatura no daba tragado, y
de ahí que quedó la vía ligeramente salpicada; sobretodo de imperceptibles luceros que nos llevan hacia Santiago, si allí nos dirigimos; y sino, al mismo lugar si andamos en sentido contrario. O sea, la relatividad de todo aquello que nos rodea.
Lo cierto es que pretendía ir a ver el fetiche de cierto apóstol, tras a roda de afilar. Pero ¿Qué é a roda? Vean pues, aunque se haga un poco largo, porque lo acompañamos del oficio de zurrulleiro. Cuando haga el viaje a Santiago les contaré la experiencia.



Hace como unos doce años, me donó el afilador de la plaza del Fontán, de Oviedo, Dn. Faustino Lastra Vior, una rueda de afilador, cuyo estado de conservación era bastante deplorable. Tanto es así que sólo se pudo aprovechar la rueda motriz y el yunque de la misma, por ser inservible todo lo demás. Su deterioro no permitía recuperar el chasis o armazón de la misma y se optó por la construcción integral de uno nuevo: en madera de castaño y respetando las medidas y formas de la primitiva. Esta restauración fue ejecutada por Arturo Iglesias Martínez, que dio a esta pieza un meticuloso acabado; en el cual yo participé aconsejando el empleo de betún de Judea para la pátina final de la pintura azul, y algunos matices sobre la fabricación de las muelas abrasivas, rebolos. También participé en que se añadiera a esta roda de afilar otros útiles que en la vieja no existían, tales como una pequeña mordaza y el corno o cañuto de la piedra de afilar o asentar con agua. Se puede considerar que el trabajo de Arturo, como siempre, fue impecable.

El día 16 y 17 de enero del 2008, se celebró en Fonsagrada, Lugo, la fiesta de exaltación del botelo. Con ese motivo creí oportuno presentar en esa localidad la recuperación de este oficio. No lo
consideraremos como el rescate de una profesión perdida hace años, pero sí al menos como ese testimonial arte de afilar, que muchos recuerdan aun. Nos desplazamos al lugar Dn. Mario Sánchez Ogando, como cerralleiro (zurrulleiro) , yo ejercí personalmente de afilador y Dn Luís Otero Castaño, como colaborador. –Más tarde hablaremos del oficio del cerralleiro, del cual hubo que hacer la herramienta-

Mis conocimientos en el afilado de herramientas son elementales. Es el producto o la experiencia de aquel que desarrolló su labor en un taller, pero que no usó nunca un artilugio de afilar como la roda, a la que nos referimos aquí. Por lo tanto, no debe ser considerado el trabajo como el de un profesional experto en ese arte. Tampoco se trataba de acercar éste a Galicia, como entendido; sino que fuera presentado ese oficio, que a partir de ahora, también forma parte de los que poco a poco se fueron recuperando para el Museo de Grandas. Había además otra cuestión fundamental, o de carácter histórico: los afiladores procedían de Orense, por lo tanto el documento gráfico juzgué oportuno hacerlo en a Fonsagrada, porque la arquitectura de sus construcciones tiene las características gallegas: Casas con galerías, y un indispe
nsable cruceiro, ante el cual, se realizó otra de las instantáneas fotográficas.

Se debe añadir a lo expuesto que la actividad fue acorde con la “,XI Feria de Exaltación do Butelo de a Comarca da Fonsagrada” por la gran afluencia de público; dando a conocer a una parte de éste, unos oficios del pasado, como se dijo más atrás.

No faltó quien puso su navaja a disposición del inexperto afilador y tampoco faltaron cuchillos y tijeras; que sin ánimo de alardear, fueron tratados los útiles con delicadeza sobre la abrasiva piedra. Además, el servicio era ejecutado sin pretensión de lucro; por lo tanto los clientes prescindían de la queja; así que no puedo garantizar su grado de satisfacción. Lo que sí es cierto, que para mí resulta gratificante el hecho de haber recuperado otro oficio. Rescate parcial, pues sólo la parte física de la profesión, es el mudo testigo, de aquellos personajes, que con sus zuecos y su chifrote o chifra (silbato), recorrieron la geografía española y casi toda América, tras la tarazana o roda de afilar.



Todo aquello que recaló en el Museo, lleva tras de sí una historia; un recuerdo que yo achaco al animismo de los objetos; esos poderes de la Naturaleza, que pasan al útil a través de aquellos que los manipularon o usaron, para ganarse el diario sustento. Es difícil expresar cómo algo inanimado puede transmitir ningún tipo de mensaje, pues resulta más fácil pensar que es pura divagación, que no atribuirle interacción con uno mismo. Sea una u otra cosa, suelo entrar en
contacto con los objetos. No por ese contacto material y tangible, sino el expresado; o el que se manifiesta entre el hombre y la pieza, que dialoga con el mismo. Dicho así, puede parecer que sólo un soliloquio es posible, pero como se verá, algo surge para que sin querer, retorne uno a la niñez y se nos muestre, en este caso, hechos casi olvidados. Por lo tanto se hace necesario retroceder en el tiempo para encontrar sentido a lo aquí expuesto.

Hace ya casi sesenta años pasaban por Grandas de Salime, algunos afiladores con su tarazana, -según el barallete o jerga del afilador- hacia tierras más prósperas de Asturias. Esto no quiere decir que en mi pueblo no desarrollaran su trabajo, porque es precisamente éste, el que da pie a esta crónica. Recuerdo, aunque vagamente, su indumentaria. Uno vestía chaqueta de pana, con
remontas de tela casi negra en los codos, bocamanga y pechera. Es de suponer que fuera una vieja chaqueta, puesto que aquellas piezas superpuestas cubrirían la tela ya raída. Los pantalones, del mismo género, portaban tantos y tan grandes remiendos, que hacían dudar de la naturaleza del tejido primitivo. Creo intuir un viejo chaleco remendado con multicolores cuadros de telas y unas tiras de mahón azul, que remataba a todo lo largo las bocas de los cuatro bolsillos. Es posible que lo que defino como mahón, fuera esa tela de algodón llamada dril, que hasta hace poco se utilizaba como forros de chaquetas y chalecos y su color era azulado. Son las dudas propias de unos tiempos, en que estas indumentarias, con su particular collage, las portábamos niños y adultos; de la cual no era para sentirse orgullosos. Por lo tanto aquí se mezclan de forma abstracta o imprecisa aspectos, que eran propios del actor de aquella “idílica” vida campesina, que ni siquiera permitía comer y vestir dignamente. Debe resaltarse en este recuerdo del pasado, la pulcritud del ropaje de aquel afilador; y sus zuecos, con empeña de cuero, que se veía no fuera aprovechada de unos viejos zapatos, como solía acontecer; pues en éstos –creo recordar- una piel muy perfecta.

Vieja remembranza, de viejo y viejo tiempo el ya pasado. Aunque sólo sea como un cálido homenaje, a aquellos esforzados hombres que antaño, tras a roda, caminaban y empujaban lo que era, con seguridad, el sustento de su familia en aquel lejano Orense.

Con el tiempo se vuelve evanescente el individuo. Su parte física se esfuma; sin embargo, aquello a lo que daba vida o utilizaba, sigue ahí, dándonos noticia de él; bien por el animismo citado o que nos aferramos a fútiles recuerdos. También es posible que por el oficio de mi padre, aunque el oficio de ferreiro no tuviera afinidad con el de afilador, sí había esa analogía que despertaba en mí la admiración por aquel arte y aquella rueda que movía un pequeño esmeril, en el que sacaba el filo a los cuchillos.

Ahí quedó en el recuerdo, para que trascurridos más de medio siglo, emulara con cierta satisfacción aquel personaje peculiar que con su chifra, cual flautista de Hamelín, reunía a todos los niños, del barrio del Ferreiro, en torno a su roda.

“EL ZURRULLEIRO HOJALATERO O CERRALLEIRO”

Aunque el oficio de hojalatero y el de cerralleiro están claramente diferenciados, no era así en esta zona de Asturias. El hojalatero o follateiro, como lo llaman en Galicia, era aquel que fabricaba todo tipo de moldes, con hojalata estañada para repostería y empanadas; candiles, faroles, linternas: tanto para velas, como para candiles de esquisto, que se le llama aquí gas o petróleo queroseno.

Todos estos útiles de uso doméstico y para alumbrado fueron desapareciendo sustituidos por acero inoxidable, cobre y medios de iluminación modernos. Por lo tanto aquellos hojalateros alternaban, (como el afilador su trabajo con el arreglo de paraguas) la reparación de batería de cocina, que era propio de los cerralleiros o zurrulleiros. Y he aquí lo que daba lugar a confundirlos.


En el Museo de Grandas, no había sido posible dar con herramientas propias de este oficio, y por lo tanto, no figuraba entre sus fondos aquel caxón (cajón) que en su interior acogía los útiles de este ancestral oficio. Fue realmente infructuoso buscar en la zona de influencia de ese centro. Era posible que en Galicia se hubiera recuperado; pero los años pasaron y el tema iba quedando relegado, por otras cuestiones museísticas o de cualquier índole. Es precisamente el oficio de afilador el que nos conduce hacia éste tan propio de las tierras orensanas de Negueira de Ramoin.

Si algo distingue al citado Museo, es el hecho de contar con un buen taller de restauración. En él, tanto Arturo Iglesias como yo, podemos recrear o recuperar oficios, partiendo de nuestros conocimientos y la información escrita. No de forma ficticia, sino dándole el carácter de aquellas herramientas que deben prestar un servicio. Lógicamente, recurrimos a medios actuales, que no por eso desvirtúan la función del utensilio. Y es de suponer que si un carpintero, o un herrero, dispusiera de máquinas apropiadas, no malgastaría su energía y habilidad en fabricar algo de forma tan artesanal, que mermara su rendimiento personal. Lo que no quiere decir que se altere la naturaleza del instrumento. Creo que esto es fácilmente entendible; por lo tanto, es ocioso entrar en estas disquisiciones, que no conducen a demostrar sí antropológicamente, el criterio es el adecuado. Tampoco se dice esto por jactancia; pero bien es cierto, que por muchos tratados de etnología que consultemos, no nos vamos a encontrar con el consejo, que nos resuelva la duda. De todas maneras, así se hizo y así se expone.

Prosigamos, sin más, con el oficio de cerralleiro.

El caxón excede un poco de las medidas, pero como éste permanecerá estático en el Museo, no es
una imperfección. El conjunto de herramientas van desde la estaca que clavada en el suelo sirve de base o soporte de as cabezas. Éstas son la plana, de uña para repulgo, media curva y vocacha. La bigornia de cornos, que era propia de hojalatero, la llevaban algunos cerrallerios para elaborar candiles y otros elementos propios de este oficio. Además también figuran tijeras para la chapa, tenacilla corta alambres; furadores o punzones de distintas medidas; claveiras para fabricar remaches; cinceles, martillos, estañadores. Podía ser que una lámpara de gasolina formara parte del herramental; aunque no era de uso común, pues el estañador lo calentaban en un improvisado fuego, al lado del lugar de trabajo. En la parte de atrás del caxón unas láminas metálicas sirven de sujeción a la hojalata que el cerralleiro lleva para reparar los utensilios de cocina. A los lados del mismo van sujetos alambres de distintas medidas, y un frasco con agua fuerte o salfuman, como vulgarmente se le llama al ácido clorhídrico; que es usado como desoxidante en la soldadura blanda, o de estaño; en la que participa también la piedra de sal amoniaco, para limpiar en caliente, la boca del estañador. Esta piedra y el ácido, se colocaban fuera del caxón, por su alto poder corrosivo, que afectaba a las herramientas. En el interior, que solía estar dividido en dos compartimentos, colocaba el artesano su atuendo o ropa limpia para asearse después de su trabajo. Por regla general los cerralleiros paraban en casas “de confianza”. Éstas sólo acogían a los profesionales que fueran aseados, pues de lo contrario, el pajar o un pesebre en la cuadra, sustituían al blanco lecho con sábanas. Lógicamente pagaban el alojamiento arreglando aquellos utensilios domésticos, o cualquier apero, como la máquina de sulfatar patatas o viñas; la alquitara para destilación de orujo, paraguas, o cualquier agujero que el ama tuviera a bien obturar de forma provisional, en ausencia de su zurralleiro cónyuge.

En este oficio muchos no llegaban a ser nunca diestros. He aquí esa famosa frase de cuando alguien no ejecuta con arte su labor se le llama un mal cerrallleiro. Estos aficionados o torpes profesionales daban lugar a otro dicho popular que decía: “tapa masa mientras el cerralleiro pasa”. Porque recurrían a la masa de harina de centeno, para subsanar los defectos de estanqueidad en los recipientes reparados.

La reparación de calderos, potas, jarras, cafeteras u otros útiles no era nada fácil; por lo tanto exigía pericia su arreglo. Las potas u ollas de acero esmaltado, -mal llamadas de porcelana- solían romperse por el fondo. Primero con pequeños agujeros, que se taponaban con un trapito de lienzo enrollado colocado desde fuera hacia el interior. Esta era una solución provisional; pues aunque esta pequeña mecha no se quemaba por el efecto de la humedad que percibía del interior, no era duradera, porque se movía al limpiar el recipiente. Si pasaba el oficial cerralleiro, reparaba el agujero con un remache, que sujetaba una chapita circular en el interior y otra opuesta exteriormente. Pero cuando se acumulaban en el fondo tantos parches o “tacoes” (remiendos), había que colocarle un nuevo fondo. A esto se le llamaba ponerle un cu novo; pues en el gallego occidental de Asturias, se entiende por cu también, el fondo de cualquier recipiente.

Para esto se recortaba en todo el perímetro del embase el fondo viejo. A continuación se le hacía un pequeño reborde al cilindro hacia el exterior de unos 3 mm. Se recortaba un círculo de hojalata mayor que el total del hueco y su pestaña y se doblaba éste sobre la misma. Hecho ese primer pliegue se doblaban ambos sobre sí mismos, quedando el conjunto con un ligero resalte sobre la pota. Sí la unión de las dos parte era perfecta la estanqueidad también lo era. Esta unión se hacía con la cabeza de uña para repulgo, que era la operación descrita de plegar las chapas sobre sí mismas.

Hoy puede parecer falto de interés este relato. Es más: una sociedad de consumo, o digamos, de despilfarro, no sólo no le encontrará sentido, sino que es posible le parezca increíble.

Puede achacarse, sin lugar a dudas, a un periodo de posguerra pero lo que sí es cierto, que este peculiar aprovechamiento de los recipientes, abarcaba por igual las casas acomodadas que a las más humildes.


En el Museo de Grandas, contamos con varias piezas de esta índole. Una cafetera de hierro esmaltada roja, que aun conserva las mechas de trapo, y su fondo esta compuesto por un trozo de chapa de hierro esmaltado, que anteriormente formara parte de un plato blanco. Otra pequeña pota (cacerola) del mismo material le fue sustituido el cu o fondo, tantas veces, que se halla éste a la altura de las asas. Cacerolas u ollas de mayor tamaño, se les llama aquí porcelanas. Una de ellas tiene un fondo de hojalata, colocado de forma perfecta. Pero deseo dar a conocer una práctica de reparación muy común: cuando una porcelana precisaba ese indispensable fondo, recurría el
cerralleiro, a sustituirlo por la tapa, en un artístico y difícil transplante. A continuación fabricaba una nueva tapa de hojalata y ahí tenemos una nueva olla. Que como decía cierto niño:”tengo pantalones nuevos, hechos de unos viejos de papá”. De todas maneras, es mejor hoy el menaje de cocina que antaño; aunque sí se puede dudar de los ingredientes.

Como se dijo antes, el recuerdo ya lejano de aquellos tiempos me presenta esas imágenes retrospectivas, que a veces nuestra imaginación, es posible vea de forma poco precisa. Pero sea así o no, y aunque la remembranza se desvanezca levemente en la memoria, siempre queda aquello que vemos como real.

Decimos que había cerralleiros que destacaban por su particular pulcritud en el vestir y en el aseo. Uno de estos es el que tubo a bien hacer la demostración de este oficio en la citada feria de a Fonsagrada y otro el que era conocido como el Sr. Aurelio; del cual desconozco los apellidos. Este hombre de baja estatura y cuerpo rechoncho, era de carácter afable. Sus formas eran educadas y se expresaba quedamente. Vestía chaqueta, pantalón y chaleco de pana lisa negra; su camisa, creo recordar, era blanca y junto con los zuecos de suela de madera, son los rasgos más característicos en los recuerdos de cuando niño. Se hacía acompañar por un burro casi negro, que era el que portaba sus pertrechos en un par de caxones: uno a cada lado de la albarda de su cuidado rucio. Desempeñaba su oficio de cerralleiro y hojalatero con maestría. O así debía de ser, porque mi madre, decía que había que esperar a que pasase el Sr. Aurelio, para darle el pote o el cazo a arreglar; mientras tanto se recurría a las improvisadas mechas. Tenía gran amistad con mi padre, con el que pasaba largos y tendidos ratos de conversación, después de herrado el jumento.


Trascurridos muchos años de haber dejado de aparecer por el pueblo, algunas personas citaban a este artesano, porque había dejado un buen recuerdo; esto demuestra en realidad, que fue apreciado y un buen profesional.

He aquí el homenaje o cortesía que se le hace a dos oficios de tiempos pretéritos.

Por último dar las gracias a Dn. Luís Otero castaño y Dn. Mario Sánchez Ogando, por su colaboración en tan importante presentación.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Eutanasia y dos actos reflejos

RESPIRAR

Tal y como se entiende la palabra no es absorber aire hacia los pulmones como si aspiráramos. No sé si así queda entendido, pero lo que sí es cierto, que si el diafragma y la parte abdominal no tuvieran ese movimiento reflejo, mecánico y elástico que amplia la capacidad torácica, de poco serviría abrir la boca o forzar las fosas nasales para que el aire llegara a nuestros pulmones, si no fuera la presión atmosférica. La respiración es vida pero al igual que la vida no participamos en ella como un elemento activo. Vivimos porque vivimos, incluso al margen de nuestra vital voluntad. Tanto es así que si tuviéramos control sobre la misma, no moriríamos o dejaríamos de existir en muchos momentos, que deduciendo sería sólo uno. Y la respiración es similar: si no fuera autónoma e involuntaria, se nos olvidaría llevarla acabo mientras dormimos. Esto es una manera de filosofar sobre la utópica y animal supervivencia o materia corporal.

Lamento que mis razonamientos hagan excesivamente largo el relato. Sería más conciso si tuviera capacidad para expresar mis ideas. Es aquí donde debo citar a un vecino de este concejo que decía: “si eo podera decir, con palabras,lo que pensa a mia cabeza”, aunque les aburriera.

Así que prosigamos, porque aunque resulte arduo, debo llegar con el relato hasta ese momento donde la vida se debiera interrumpir de forma placentera, o paliar al menos en algunos casos el angustioso trance.

LA AMISTAD

Ese sentimiento comparable –si fuera físico- a la respiración, porque nos afecta sin saberlo, es una sensación placentera, grata y llena nuestro ¿espíritu? de algo difícil de describir. Nuestros amigos surgen de forma espontánea.

¡Son algo así como un sedante que actúa tantas veces en nuestro herido ánimo curándolo de las lesiones que la propia existencia nos depara! Nuestros amigos están ahí; no importa en qué lugar, los recordamos, los necesitamos; irreales en nuestra soledad, pero su presencia es casi física. Son seres que nos acarician con su mirada. Recordamos su risa, sus palabras. Nos hacen felices con sus éxitos y sufrimos cuando les afecta una desgracia. Para con los amigos no hay animosidad; son armonía, porque cuando los vemos nuestro estado emocional, por abatido que esté, se torna alegre. Ellos saben de aquello que nos afecta, porque nos preguntan. Nos consuelan, nos animan. Gracias a los amigos y sus consejos, superamos las dificultades. Son algo así como esa familia que está contigo en los malos momentos y te arropa. Los amigos son algo sublime que, a veces, guían tus actos, sin pretenderlo, y nuestra conducta cambia de rumbo. Vosotros, algunos de los que estáis ahí, y me conocéis, sabéis discernir entre mis confusas apreciaciones esa realidad. El amigo, como dijo alguien que ahora no recuerdo, es el que sabe de tus limitaciones y defectos y lo sigue siendo. Dice la canción: “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”, pero habría que añadir a esto la angustia que se siente cuando se van lo seres queridos de nuestros amigos.

DRAMÁTICO FINAL DE UN AMIGO

Lógicamente o por una cuestión de amistad hacia la familia del finado, eludo el nombre del mismo. Además él, en vida, fue no sólo un amigo, fue algo sí como mi padre; que de ambos conservo tan grato recuerdo que por respeto a su memoria omito el nombre, que volverían a provocar mi llanto o lamento.

Hace más de veinte años que este hostelero grandalés pasó el trance de su muerte. Era un gran profesional. Un hombre integro, al que le distinguía ese don de gentes, que algunos poseen. No corresponde aquí resaltar su entereza, porque como comprenderán hablo a título póstumo de un amigo, por lo tanto es innecesario; al que por desgracia vi morir y lo relaciono indefectiblemente con la eutanasia, como verán.

Fumaba excesivamente, si entendemos que más de cuatro o cinco cigarrillos ya puede ser exceso. Su tabaco era la picadura IDEALES, que se conocía como “caldo”. Esto junto con su profesión en el bar que regentaba, le llevó a contraer un tumor pulmonar. Aún recuerdo cuando ajetreado en las tumultuosas fiestas patronales de antaño, no podía pararse a fumar. Era entonces, cuando en mis visitas a su establecimiento le liaba cigarrillos de aquella ansiada picadura, a los que con fruición daba unas caladas de las que no volvería a deleitarse, hasta una nueva incursión de aquel “ferreiro”, dado al morapio y demás bebidas o compuestas de refrescos con hielo.

Después de contraída aquella fatal enfermedad fui viendo aquel lento e inexorable deterioro físico. Sabía que irremisiblemente se moriría; nada podría evitarlo. Ni quimio ni radioterapia curarían aquel depauperado ser. Aunque soy impresionable lo admitía como aquello irremediable, por lo que nada puedes hacer. Así transcurrió un tiempo, hasta que un día de madrugada me llama por teléfono el médico de la localidad, y me comunica que era necesario le prepare algo con que extraer aquellas secreciones bronquiales, que ahogaban al apreciado moribundo. El desconcierto, la turbación y el nerviosismo me impedían razonar; pero una vez, relativamente calmado, puse manos a la obra comenzando algo que ni siquiera sabía si sería efectivo. Con un grupo y su bomba de vacío, de un viejo equipo de ordeñadora, y un pequeño envase de vidrio de un garrafón o damajuana, preparé un improvisado útil de absorción. Una larga manguera iba desde aquel calderín de vacío hasta la redoma. Un aséptico macarrón de plástico salía de la tapa de la vasija, en la que en su extremo opuesto, una cánula ejercía de quirúrgico medio de aspiración para aliviar de aquellos molestos fluidos al enfermo.

Estuve presente, un momento, mientras el médico luchaba por mitigar el mal al paciente. Pero incapaz de soportar ver el sufrimiento de mi amigo salí al pasillo a llorar; a llorar por lo irremediable. Fue tal mi turbación, que pedí al facultativo, administrarse al enfermo uno de esos productos químicos que acabase con su vida sin el innecesario padecimiento. Lógicamente, su juramento hipocrático no se lo permitía. Sin embargo, es posible que yo (si fuera médico) hubiera faltado a él con todas sus consecuencias.

Sobrevino el óbito el mismo día. Así, aquel hombre al que había deseado la muerte mediante esa eutanasia activa, dejó de sufrir. Aún no sé por qué los Colegios Médicos no se manifiestan a su favor. Mas, si consideramos que se puede legislar, dejando a su juicio tal actuación.
Haxa salú.

viernes, 7 de agosto de 2009

Definiciones que no fueron y son

Lo paradójico es lo opuesto a la lógica y ésta sería la consecuencia de que cierto personaje hubiera dado importancia a Grandas de Salime; si lo natural no fuera trastocado por el destino. El destino que la Magistratura asignó a Dn. Juan Menéndez Fernández, natural de Pajares, e indirectamente a su esposa Dña. Ramona Pidal, natural de Villaviciosa (ambas localidades de Asturias). Esta circunstancia hizo que la encinta o grávida esposa del togado caballero no pariera en mi pueblo a Dn. Ramón Menéndez Pidal. Nació este medievalista, folclorista, historiador y filólogo, en a Coruña, el 18 de marzo de 1869. Y si su traslado a Galicia hubiera sido en junio, nuestro ínclito personaje sería grandalés. Quiero decir con esto que si la marcha de sus progenitores hubiera acaecido dos meses después del nato acontecimiento, hoy luciría una placa y presumiríamos de un insigne hijo de esta villa.
Pero ¿qué hacían sus ascendientes en un villorrio del occidente asturiano, en el año 1869? Es muy sencillo. Aunque pueda parecer increíble, en Grandas de Salime había Juzgado de 1ª Instancia. La jurisdicción de éste abarcaba todo Ibias, parte de Pola de Allande, Pesoz, Oscos y naturalmente tierras de Burón. Era este concejo el Partido de Honor de Grandas. La Estafeta o Administración de Correos y Telégrafos, contaba con un servicio peatonal y otros a caballo, algo más lento que el BLOG; pero más seguro que estar en manos de “satélites”.
En fin, Dn. Ramón Menéndez Pidal no es grandalés, pero no se pierdan su obra, o su biografía en esa Wikipedia a la que llaman: enciclopedia libre.
¿Saben que tengo un amigo que despierta en mí el interés por saber algo más? Lo hizo desde siempre, pero ahora todavía aprecio más sus enseñanzas. Les digo esto porque Jesús Mª Álvarez Linera Martínez, me contó lo de Dn. Ramón. Yo ignoro hasta la interesante historia de mi lugar de nacimiento.
Sin embargo, hoy me apetece seguir colgando “n´el tendedeiro” otro tema creo sugestivo.
Hace algunos años mi hija María, viajó a la Habana y allí visitó a Onésimo Naveiras. Este pariente le dio para mí, un Diccionario de la Lengua Castellana, que editó la Real Academia Española, publicado en Madrid, en casa de los Sucesores de Hernando, a 31 de octubre de 1914. Un diccionario siempre sorprende, pero éste en particular, nos aporta una definición más o menos de época romana, porque aún hoy, como se verá, sigue siendo válida parcialmente. Veamos la del 14: Astur: Natural de una región de España Tarraconense, territorio en que existen hoy las poblaciones de Castropol, Grandas de Salime, Quiroga, Valdeorras, Mombuey, Braganza, Alcañices, Benavente, Astorga, Oviedo y Gijón. Ahora veamos la actual que utiliza como sustantivo este patronímico para los naturales de Asturias, en el Diccionario de 1992. Astur: Natural de una antigua región de España, cuya capital era Artúrica, hoy Astorga, y cuyo río principal era el Ástura, hoy Esla.
¡Qué lástima haber dejado de pertenecer a esa vasta región! No por nada, sino por el hecho de haberse convertido en ese liliputiense territorio y ser gobernados por personajes de la misma alzada.
No sigo con las definiciones por cortesía.
Haxa salú

martes, 4 de agosto de 2009

Energía

Me fascina como una idea puede permanecer años y años aferrada a la mente por una cuestión muy sencilla: carecer de los conocimientos suficientes para comprender el fenómeno que produce un hecho científico.(Tara cognitiva). En este caso esa cognición me traslada a hacerme preguntas sobre la producción de energía eléctrica.
Si partimos de que las cargas eléctricas están presentes en algunos cuerpos, y que cualquiera de ellos está electrizado, con más o menos carga, llegaremos a un punto, que resulta complejo comprenderlo. No por el fenómeno en sí, sino por las razones que expongo a continuación.
Con los aparatos o máquinas que disponemos se puede “extraer” la electricidad para transformarla en fuerza, calor, luz, aplicarla en medicina, y no digamos nada, en esta era de la electrónica y nanotecnología, lo que con ella se puede hacer para mejorar nuestro escaso confort (me refiero a los que no tenemos acceso a la riqueza que ella genera) Y hasta aquí todo resulta más o menos sencillo para el alcance de cualquier profano. Por lo tanto ¿qué es lo que me atrae de un fenómeno tan elemental, presente hasta en la atmósfera; en nuestro cuerpo, gracias al cual funciona nuestra víscera, impulsora del plasma que nos mantiene vivos? Ese continuo desplazarse de las cargas eléctricas –si accionamos el conmutador- hacia la lámpara, que rompe la penumbra permitiéndonos ver para escribir. La inquietud está en esas máquinas extractoras y el depósito de energía, que como todo, seguro que tiene fin.
Es posible que el relativismo me confunda, y la capacidad cognitiva, que dije al principio; pero sigo empecinado en saber si lo que desde hace muchos años, son preguntas sin respuestas, no tendrá algo de base científica. De todas maneras, a veces, lo expuse a personas que creía podían aclarármelo, o razonar mi teoría; pero hasta el momento nadie me dio una explicación plausible, ni rebatió mi utópica obcecación. Es posible que no diera con el interlocutor adecuado o que fuese considerado inverosímil el planteamiento; pues incluso un sujeto, llegó a decir que no existía tal problema mientras no se acabase el metal llamado cobre (¿ ?.) Sea o no absurdo el planteamiento, me propuse dejarlo escrito, pues al menos si no tiene fundamento, que alguien se mofe, o medite sobre la posibilidad de que pueda ser así.
La energía eléctrica, con esos mal llamados generadores, dinamos o alternadores (debería llamárseles extractores) se separa o aísla del medio en que está contenida, y después de manipulada, es vendida como algo privado, a unos precios abusivos, para lucro de unos pocos.
Si el pozo petrolífero se agota ¿por qué no pensar igual de la energía eléctrica ¿ al ser algo que no se “crea”. Es más si el planeta es un cuerpo celeste, cargado de energía, con sus fuerzas en equilibrio, complementándose entre sí ¿por qué no pensar que su alteración acarreará a largo plazo una descompensación de las mismas, con el consiguiente trastorno, tanto en el propio globo, como su correlación o reciprocidad en la fuerza de atracción entre los planetas?. En pocas palabras: ¡Se puede acabar la pila! Poco puede importar si el daño se manifestará en un siglo, o en un millón de años. Y tampoco debe importar mucho, en el espacio sideral, lo que le ocurra a un pequeño asteroide llamado Tierra. Lo grave es si descompensa el estático y perfecto equilibrio en esta diminuta galaxia. Y ya puestos a pensar mal ¿no sería conveniente ir apagando alguna bombilla por si acaso?. En fin, no está en mi mano solucionarlo, pero el despilfarro de energía eléctrica es desorbitado.
Para acabar y volviendo a mi obsesiva idea, me agradaría que alguien aclarara esta suspicacia; puesto que un día el horóscopo correspondiente a los Aries, me decía que para entender un concepto necesitaba reunir una cantidad substancial de información y que buscase colaboración de doctos amigos. No sé si lo decía así, pero lo que sí es cierto, que esto ya lo sabía. ¡Hombre que quieren que diga! es más cómodo que alguien lo explique, que ponerse a estudiar física electro-planetaria, o como se llame la ciencia que entiende del tema.
Además como dijo el Sr. Einstein: “Hay dos cosas infinitas: El Universo y la estupidez humana”. Y que “La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia”