martes, 20 de abril de 2010

Mirador del valle del Pigüeña: plantas medicinales y antropología (I

Hace pocos años, se recogían plantas medicinales por doquier. En Somiedo, por ejemplo, había muchos de esos recolectores y también, como es natural, aquellos que se dedicaban a comercializar el producto de la recolección y, por tanto, curarse en salud, con los pingües beneficios que al negocio aportaba la planta benefactora.

Estoy situado en uno de esos miradores desde donde se divisa el incomparable paisaje del valle de Pigüeña. Aquí, un mapa orográfico me dice dónde me hallo y los picos de las montañas que diviso. Al frente, Pigüeña. A mi izquierda, el jabalí, el rebeco, el oso pardo y los ciervos o los venados como representantes de la fauna. La flora más común; excepto el toxo, que no aparece en la información y junto con la uz forma la vegetación común predominante. A mi derecha, el buitre leonado planea majestuoso sobre el pico Cerredo y el pico Madereza. Su dirección es Norte; como si divisara un cordero sobre el pueblo citado, o una novilla gemebunda que hubiera perdido su recién parido choto y fuera a comérselo. En el centro se habla de la perdida «industria» de la madreña, como quien describe la desaparecida indumentaria del Neolítico. Para completar el cuento de hadas, figura la idílica historia de la Braña de la Pornacal con sus teitos, que dice que son los mejor conservados del parque natural ¿...?

La leyenda de este cartel sirve de placebo para la enfermedad de la nostalgia, esa añoranza de aquellos tiempos pasados cuando en el somedano paisaje también figuraban seres humanos. Así se puede describir la realidad a la que conduce la visión del cementerio de la parroquia. En la puerta del camposanto se podía escribir el siguiente epitafio: «Aquí están los que no están en Pigüeña». Los otros, que no están, están en cualquier otro lugar menos aquí o en su pueblo. Sí, así es la realidad. Un pueblo de más de cuarenta vecinos quedó reducido a dieciocho habitantes. Claro que esto poco importa, si tenemos en cuenta que Antón, el más joven, tiene tan sólo 61 años ¡y ya está jubilado! La jubilación le vino gracias a la inteligente actuación del Banco de Tierras. Por cierto, me contó que Mingo, de Villar de Vildas, no la aceptó, porque esto le impedía seguir con su cabaña ganadera. ¡Acertado estuvo este Mingo!

Pero, bueno, dirán ustedes: qué lío se trae este ferreiro, que empieza con plantas medicinales y acaba con ese batiburrillo del fin de los pueblos. Muy sencillo: conocí esta zona de Asturias hace casi medio siglo. Sé que se podía haber hecho algo acertado por ella y no se hizo. Así que clamemos por ella y por el resto.

Sigo, pues, con las plantas: valeriana, genciana, tila e, incluso, semillas de enebro era normal adquirirlas en C' José d' Techada, que fue próspero comercio, o en otros muchos lugares. Se podía adquirir natural o seca. La genciana, por ejemplo, se secaba en el forno de cocer el pan. Claro que esta térmica alteraba las propiedades medicinales; pero José roxaba el forno porque con ello también calentaba el bolso. ¡Argucias comerciales! Ahora lo calientan sin roxar.

Haxa salú.

martes, 13 de abril de 2010

Pesimismo rural

El jueves 1 de abril aparecía publicado en La Nueva España un minucioso estudio, del que es autor Dn. Antonio Arias, Síndico de Cuentas del Principado de Asturias. Se titula “Ley de vida” y versaban sus opiniones “sobre las razones para abandonar el campo. Miren Ustedes si es serio el trabajo que en él, y según diversos estudios “para el año 2025, la mitad de los habitantes de la tierra vivirá en ciudades. Nos da una serie de datos estadísticos y nos habla de tantos por cien, que la verdad, Dn. Antonio, no sé si coja el petate y me vaya antes que Átropos me obligue, sin preguntarme si estoy o no de acuerdo con su guadaña. Pero mientras tanto, y como siempre, voy a intentar rebatir los argumentos de este Síndico, que con sus cuentas no nos dejará quien lo cuente en el depauperado campo.

Así que veamos, Dn. Antonio: Si en la “ciudad está la diversidad y la innovación” según Tim Harford; “las ideas están en el aire” según Alfred Marshall; y el tope máximo de habitantes por ciudad debe de ser de un millón de personas según Oscar Niemeyer ¿Cómo se explica que con diversidad, innovación e ideas en el “aire” estén tan mal representados nuestros estamentos “culturales”? Estoy en verdad convencido, que hay más “aire” en el campo, por lo tanto, deben trasladarse a este medio: los “menos preparados”, para su reciclaje intelectual”. Es decir que pasen a cultivar la tierra,que es la forma de que presten un gran servicio en los abandonados predios rurales. Hay además otras causas, que en Asturias, deben ser tenidas en cuenta: ¿de dónde vamos a sacar los habitantes para llenar las ciudades del centro de la provincia, a razón del millón de Niemeyer?.

Gracias, Dn. Antonio, por sus datos. Quiero que sepa que guardo su artículo, porque al margen de mis argumentos, soy realista y veo como el campo agoniza desde hace muchos años, favor que se les debe a nuestros eminentes próceres y su gran saber hacer.

Pero antes de despedirme, les contaré a Ustedes algo que una prima carnal de mi madre, con 98 años me decía, no hace mucho tiempo en Vilaseca (Lugo): “El mundo (el de su aldea) se acabará por la sencilla razón de que no hay niños en la escuela”. No hay niños ni mayores en los pueblos. Quedan 5 habitantes en ese pueblo.

Haxa salú para aliviar el pesimismo de los que somos rústicos

Un ferreiro en Paris (2). Suiza

Si mi asombro fue mucho, más lo fue al llegar a Suiza. Aquí, en el nido de los relojes de cuco, ponen el huevo los corruptos de todo el planeta; así los cantonianos helvéticos saben aprovechar el rendimiento económico y tener un país bien cuidado. Esto sirve de consuelo, porque el robo y los paraísos fiscales son algo coetáneo al mundo de los sinvergüenzas.
Peor es que además de hacerse ricos, no cuiden el medio, como ocurre en la tierra que me vio nacer.

Muchos desplazamientos hicimos gracias a Eduardo Murias. Creo, si mal no recuerdo, que en Basilea, en poco más de medio kilómetro cuadrado, tienes tres fronteras. Es como decir que en determinados punto, puedes jugar a dar saltos o poner un pie en Francia, otro en Alemania y girando la cabeza mirar para Suiza; claro que estos casos se dan en muchos países, sólo que este último tiene más dinero y resulta fácil mirar para él (envidia cochina).

El caso es que visitamos Zurich, Berna y aquella hermosa Lucerna donde se conservaba un puente de madera, cuyo pasadizo estaba decorado artísticamente. Digo había o estaba, porque a los pocos años lo devoró un incendio. Claro que el fuego destruyó aquella joya, pero volvió a ser reconstruida y el puente Kappelbrücke vuelve a ser patrimonio de todos los que admiran y respetan el legado histórico, que debe llenarnos de orgullo.

Narrar este viaje por las tierras de la vieja Europa es evocar recuerdos imborrables, porque fue en un momento que resultaba gratificante para un proyecto, no muy concreto, ni afianzado; por lo tanto, encontrarse con algo serio, como se dijo al principio, fue un gran impulso para afianzar las ideas.

Viajamos a través de Interlaken y nos encontramos en Ballenberg. Todo el encomio que pueda hacer hoy de aquel momento, sería artificial. Allí encontré un museo, un Museo sin parangón. Decir que era ejemplar sólo es el dar a entender que mi asombro -sin los conceptos actuales- me produjo una traumática catarsis. Entramos a éste por la parte baja del valle. Un inmenso aparcamiento, hoteles, restaurantes, tiendas y demás dependencias podían conducir a una engañosa artificialidad. Pero ¡ay amigos míos! Poco más habíamos andado que unos 200 metros, cuando aparece en aquel pequeño río un molino harinero. ¡Sí, un molino andante funcionaba! Era de rodezno horizontal, salpicando el agua sus álabes sobre las paredes del “infierno”, como se llama en Asturias al espacio que alberga el mecanismo de rotación. El run run de las piedras, traía a mi memoria aquel otro molino de “Abadesa”, que funcionaba, cuando yo era un niño, en el regueiro de Grandas ¡Me hallaba en Suiza, sin embargo, estaba viendo un molino tradicional! Seguimos camino arriba, y otra vez el alborozo fue mayúsculo: cómo a unos 100 metros del anterior, ¡otro molino giraba!, giraba movido por un rodezno vertical que movía el mecanismo de molturación mediante un engranaje. En ambos casos, esos dos conjuntos ¡todas sus partes móviles eran de madera! ¡Qué maravilla, molinos de verdad en aquel Museo!.

Seguimos caminando y viendo que en aquellos empinados prados pastaban vacas en unos, ovejas en otros, cabras más allá. Todas y las distintas razas de ganado doméstico, formaban parte del conjunto del Museo. Gallinas, gansos, palomas y hasta cerdos, cuya espesa capa de cerdas más bien parecía lana. Llegamos a uno de los pueblos que representaba esa aldea de cualquier cantón Suizo, porque éstos estaban presentes en todo el Museo.

Los oficios y sus talleres aparecían por doquier. El herrero, la carpintería, que magistralmente se encuentra en las construcciones. Llegamos a una casa donde sus inquilinos fabricaban queso; podías comprar 0'50 ó 50 Kg, si lo querías. En otra, con gran humareda, se curaban chorizos y carne de cerdo en abundancia. Por cierto podías adquirir hasta huevos de pita; tan defenestrados por nuestras autoridades sanitarias. Una señora tejía, mientras otra manejaba el telar. Por mucho queme extienda narrándolo nunca llegará a reflejar aquella realidad. Allí no estaba representada por esa realidad virtual tan en boga, en la actualidad, en nuestros paupérrimos museos.

Suelo contar que si estuviera en Suiza, hubiera sido apreciado; pero claro, en ese hermoso país, no dejan hacer los museos a los ferreiros.

Volví por segunda vez a verlo en compañía de Gonzalo Morís; el Presidente de Sociedades Asturianas en Basilea y con Carlos Rubiera. Me imagino que hoy será tan idílico como yo lo conocí.

Al regreso del primer viaje, cuando devolví el cargador y la cámara que había manejado Salvador Rodríguez, se me ocurrió visitar al Consejero de Cultura, Dn. Manuel de la Cera. Lo hice de manera informal, irrumpí en su despacho sin previa solicitud de visita y le espeté: “levanta el culo de la silla y vete a ver cómo son los museos por Europa” Creo que no le pareció bien mi osadía. Sin embargo, los hubo peores; es algo así como “detrás vendrá quien bueno me hará”.

Querido amigos, así fue como llegó un ferreiro a París, y quedó gratamente sorprendido al ver aquel Museo en aquel país Helvético que no era una quimera como el de Grandas de Salime.
Haxa salú, porque “cosas veredes” dijo el Quijote a su escudero. Mi lesionada rodilla siguió cuarenta y cinco días más escayolada, y hoy pretenden maniatarme y amordazarme.

Pues eso, haxa salú

sábado, 10 de abril de 2010

Molino: ¿Romano?

Sr. Cuesta: no se precipite con el contenido del Museo, porque puede dar lugar a pequeños errores. Comprendo que desee lucirse como encargado de Dirección, pero todos entendemos su afán de protagonismo.

Uno de esos molinos es de estilo romano, pero no romano. Lo que hay romano es un molino que fue una composición de dos muelas de este origen; por lo tanto, no es una pieza original, quiero decir que sus elementos son dispares en cuanto a la procedencia.

A su disposición, pero por favor: use el plural del presente de indicativo del verbo tener; sino me considero estafado.

Haxa salú

martes, 6 de abril de 2010

Un ferreiro en París (1)

Hace muchos años, tantos como unos veintitrés, visitó un amigo el Museo Etnográfico de Grandas y me obsequió con unas diapositivas que había hecho en un museo de Checoslovaquia. Para poder visionarlas, pedí un proyector a un colaborador y disfruté de lugar, viendo que había sitios que eran realidad, y no la fantasía que albergaba mi cabeza. Cierta mañana, de un domingo, nos reunimos dos o tres amigos para ver aquélla maravilla y entre ellos, estaba el que fue médico de familia Dn. Eduardo Murias Siñeiriz. Como se pueden imaginar, fueron, por mi parte, muchas las alabanzas que hice de aquel lugar, ante lo cual me dice Eduardo: ¿Por qué no vamos a ver museos por esos países de Europa? Así que contesté: No están a la vuelta de la esquina. Sin embargo, este obstinado médico me ofreció, además de su compañía, su coche para realizar aquel mítico viaje. Y digo fabuloso porque se fraguó en ese instante ir a países de la Europa que contaban con museos dignos de mención. Así que cogimos el montante y para allá nos fuimos cinco amigos; unos a los museos y otros al mercado del coche de ocasión. Aquella expedición estaba formada por el Sr. Alcalde, José Cachafeiro, Salvador Rodríguez, un amigo ya fallecido llamado Arturo y los susodichos: galeno y el ferreiro, porta-cargador o improvisado museólogo.

Como no podía ser de otra manera, desde que se fundó el Museo de Grandas, Salvador fue cámara, regidor de filmación escénica y demás cargos sin remuneración.

El mismo día de la salida, y unas horas antes de la misma, me había fracturado en la rodilla menisco y ligamentos; pero como estaba bajo la férula de médico, éste la inmovilizó mediante un vendaje, que junto a cierto gel solidificador, dejó mi articulación rígida y lista para emprender el museístico e ilusionante periplo. Claro que aquello no impidió otros cuarenta y cinco días de pétreo escayolamiento.

Recuerdo, después de pasada aquella frontera de Irún, un país al que nunca alcanzaríamos. Si señor, la Francia era distinta, nada se parecía, por suerte para los gabachos, a nuestro hispánico terruño que atrás dejábamos. Así, anda que anda , o más bien corre que corre en el raudo coche, llegamos al París. Allí, allí se vio un ferreiro, en el París que bien vale una misa, cuan filibustero de pata de palo, con el cofre cargador de baterías al hombro. Visitamos el Museo de Louvre, y como no, el de Artes y Tradiciones Populares, instalado por aquel en el Bosque de Boulogne. Subimos al último piso de la Torre Eiffel, al último piso pero no al restaurante. Pasamos por Maxims; porque en este lugar no está prohibido pasar delante de su puerta. Los Campos Eliseos, Arco de Triunfo y cruzamos el Sena por no sé que puente. Salvador filmaba con aquella aparatosa cámara algunos lugares. Por cierto, en el Museo de Louvre, fuimos a ver a una dama rodeada de japoneses; diría más bien asediada. Cuando logramos, al fin, llegar hasta ella, no era más que un cuadro, protegido por cristales blindados, que nos “blindaba” una triste sonrisa ¡Pobre Gioconda! No es más que una una mujer lisa y llanamente ¡y no tan mona como dicen!; lo siento por Leonardo. De todas maneras, que quieren que les diga: me sentí como un importante ferreiro, ante una obra de arte, que era diminuta, para haber salido de las manos del gran da Vinci.

Después seguimos rumbo al germano país para ir hasta Düsseldorf, a través del nocturno recorrido por la autopista que cruza Bélgica. Digo noctívago, porque sabíamos por la hora, que ésta correspondía en el tiempo y el espacio a esos momentos en que el sol ilumina la otra parte del globo terráqueo. De no ser así, resultaría difícil discernir la noche del día, puesto que aquella vía, se hallaba profusamente iluminada con potentes focos, cada cien o ciento cincuenta metros. Luz, luz a raudales, producida por energía eléctrica, y consumida en un país en el que no había centrales que la produjeran; mientras en mi país, Villarpedre, el pueblo donde había nacido mi madre, carecía de luz eléctrica y estaba situado a tan solo 5 Km. de un gigantesco salto eléctrico llamado Salime; que por cierto, el pueblo que le dio nombre, tampoco la tiene en la actualidad. Paradojas de la justicia social, que priva a unos para que otros malgasten superfluamente.

Llegados a la ciudad de la ribera del Rhin, allí nos instalamos en un hotel español, al que nos había conducido Mario Sánchez, que era emigrante. Era este amigo conductor de un coche de un alto cargo de Correos. Conocía bien Alemania y por eso oficiaba de cicerone para indicarnos las direcciones adecuadas. Desde allí fuimos al Museo del Pan, en la Baja Renania. Visitamos a un conocido, director de un museo de etnografía, llamado Robert Plotz en Kevelaer que me dijo: ¡pero Pepe ferreiro, ¿no te había dicho que llamaras por teléfono si venias a mi país? Fuimos también al Museo de Neanderthal, porque en España nos quedaba más cerca nuestro pasado primitivo. ¡Ah!, sería por eso que me llamó mucho la atención lo cuidados que estaban los bosques y los parques en los que los árboles eran además autóctonos . ¡En fin, cosas veredes querido Sancho!