lunes, 31 de mayo de 2010

Mirador "Valle Pigueña" La Rebollada (II)

En esta soleada mañana del mes de Abril, debo dejar este mirador del Valle de Pigüeña, porque he sido invitado a comer, por unos amigos en ese pueblo del título de la crónica. Emprendo la marcha. Pasa la carretera por la fábrica-molín y allí empieza la subida. Un poco más arriba, la primera curva a la derecha nos muestra la pendiente de la serpenteante carretera, que entre castaños, fresnos y carballos asciende, o trepa, la escarpada montaña. Si tu dirección es Norte, este lo perderás en la siguiente; porque en una especie de compensación: mirarás en una u otra dirección según avances. La última a la izquierda, que alivia los repechos, pero sigue enramándose en la ladera de esa montaña somedana, nos muestra el profundo valle que nos queda a la izquierda. Casi llegado a la Rebollada, me encuentro, dando un pequeño paseo, a Marilina y Armando, su esposo. Me esperaban más bien, porque en un rápido saludo no terminaron el matinal esparcimiento, y allá subieron conmigo en el escalador coche.

Aún conservo la visión de esa primera vez en que al salir de una pequeña curva, ves ante ti un pueblo de ensueño. Muchos son aquí en Somiedo, pero éste tiene un especial encanto. Esas casas colgadas en la protegida hondonada; parecidas a nidos, que las expertas golondrinas hayan escogido lugar para colocarlos; ese pueblecito de un belén natural, donde sólo echas de menos, el río, sus lavanderas y algún que otro animal para que la visión fuera de diminuto montaje navideño. Sí, es ese pueblo, en el que sus gentes son entrañables.

Hasta allí volví a llegar y mientras Marilina atendía sus ollas, fui con Armando pueblo arriba. Así que llegamos a Casa Servando a llevarle La Nueva España; saludamos a Manuela, cuñada de Armandín, como es conocido éste, y a varios vecinos más. Curiosamente allí conocí a Constantino; un foráneo natural de Pigüeces, afincado en Tarragona y casado con una “rebolladina”. Estaba enseñándole a partir leña a su yerno catalán, que en buen lid, pretendía hacer honor a sus enseñanzas. Sacó, el que había adoptado por obligación la diáspora hacia la productiva Cataluña, un vino del Penedés y allí departimos un rato sobre el antropológico tema de cómo partir leña de roble o de castaño. A Ustedes les puede parecer baladí, pero la experiencia es fundamental en cualquier actividad. No es lo mismo partir un tronco de uno u otro árbol, si pretendemos con el mismo esfuerzo sacar igual rendimiento. ¿Saben Ustedes que “al carballo se le incide con la huesa por donde nace y al castaño por donde pace”? No, no se preocupen no voy a ponerme a explicarlo. Pero sí diré que el hacha o huesa fuera hecha por aquel famoso artesano de la Rebollada; el que era conocido como Pepe el ferreiro, y padre de Armando.

También andaba sobre un tejado José Manuel, cambiando tejas sin capataz arquitecto alguno, porque él sabe hacer bien su trabajo; lo mismo que los que habían construido la casa un siglo o dos antes. De tejados iba la cosa porque en Casa el Meirazo, otro equipo, también reparaba el tejado. Por cierto, en ese lugar a una vieja teja firmada por el alfarero, se le perdió el rastro entre las otras. Espero que la hallan encontrado; al memos esa fue mi recomendación.

Seguimos camino abajo y paramos a ver el tejo de la capilla de San Antonio. Allí recordé a Ana y Antonio, por ser de la Asociación de Amigos del Tejo (y amigos míos). El probe teixo está de luto, porque el suelo que lo rodea es de alquitrán. Se salvará: es joven.

¿Ia! Con eso se hizo la hora de comer y fuimos donde Marilina, que había aderezado y cocinado una suculenta comida ¿Qué maravilla, cómo cocina esa mujer! No les cuento porque en verdad excitaría sus glándulas salivares; quiero decir que les caería la baba. Armandín descorchó un Ribera de Duero; y para acabar, después del café, tomamos un menta poleo; un menta poleo especial que prepara esta experta en licores a base de buen aguardiente, la planta y el toque singular o particular de la alquimista.

Volvimos animados por el mágico licor, a citar algunos comportamientos humanos, y como resulta lógico, ¡vuelta a la antropología social! Claro, al hablar de pautas de conducta que siguen los individuos de una comunicad, no podía faltar la cita del derecho consuetudinario, en cuanto al lo de las abejas que nos explica Dn. Ignacio Arias, y a mi me aclaro Dn. Antonio G. Linares, de Pola de Allande, sobre los cortinos y sus derechos (no confundir con lo “cortinos” que son algunos y el veneno que encierran). Pues bien, decíamos, y para que sea entendido, que estas comunidades de laboriosas abejas conviven entre ellas. Sin embargo, siempre respetando las distancias. Algo así como en los pueblos que son muy solidarios y practican la verdadera amistad; pero se da la circunstancia que con cierto privilegio, según situación. No situación económica -aunque ésta influye- sino de la ubicuidad. Esto da lugar a que la rivalidad la imprima la situación. Así los del barrio de arriba dicen con sorna: “los del barrio de abajo”, o también la burla del avesío (zona umbría) que se ríen de ellos los de solano, como ocurre en mi pueblo.

Después de esta aseveración en la que coincidimos, me narraron Marilina y Armando, la anécdota de cuando ésta viajó a este pueblo, recién casada: subieron andando desde Aguasmestas hasta Pigüeña. Allí, en casa Luis -que era un comercio mixto- Delfina, la tendera, les dice: “¡Ay! Armandín, ia ye muy guapa, pero si tuvieras que vivir en Somiedo con ella nun te duraba tres meses. ¡Ia! mira la nuesa Servanda, que ia ta de siete meses, ia trabaja como una esclava”. Naturalmente, ella sólo veía a la delgada chica de ciudad, que sería difícil adaptarla a la dura vida rural; y en cierto modo, se alegraba que Armando tuviera empleo en Ensidesa.

Este comentario está justificado, porque así comenzó el despoblamiento rural. La mujer sufría todos los sacrificios. Nada podía haber que fuera peor que casarse con un agricultor, aunque fuese acomodado; por lo tanto, una madre prefería enviar a su hija a servir, que verla reflejada en su situación. Claro que esta conducta no era observada por igual con los hijos varones. De ahí lo que refería al principio de esta crónica, cuando citaba el despoblamiento: éste se podía haber corregido, facilitando la vida en el campo con medidas que permitieran al actor no esclavizar a su mujer.

De vuela al lugar de origen, bajando titubeante de curva en curva, pensé en aquéllos que te mandan soplar, sin preguntarte si estuviste en la Rebollada y después de “soplar” habías bajado. ¡Me río yo de la forma de medir las cosas! Pues verán, entre los claros de las ramas, desprovistas aún de hojas, vi Pigüeña bajo la esplendorosa luz vespertina de ese sol al ponerse. Era tal la luminosidad que paré a ver aquel pueblo quemás bien parecía un cuadro pintado por Sorolla. La verdad, fue sublime ¡Para que luego digan que la menta poleo no acrecienta la sensibilidad, los reflejos en la conducción y el amor por lo bello.

¡Dios! Cuánta emoción se puede sentir en un sólo día. ¡Qué lástima que los necios arruinen tu vida! Me refiero a los necios con poder.

Haxa salú

Dedicado a Marilina, Armando y los de Casa El Ciego. Algún día, (si me acuerdo), les cuento la historia que ocasionó la difunta Manuela; que practicaba la radiestesia y un tío que emigró a la Argentina.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Reconocimiento

22 de abril de 2010
FORXA DE FERREIRO
“Reconocimiento”
José Mª Naveiras Escanlar

He sido vejado por mis semejantes.
Lo grave es que el daño me lo infligieron los de la misma especie.

Frases parecidas a la que encabeza esta crónica las escribí en esta misma agenda; lo doloroso es que la afrenta siempre vino de los semejantes. Claro que al pertenecer a la misma especie, pude haber sido tan injusto como uno más. No sería lo mismo que me hubiera mordido un perro, me diera una coz una mula, sufriera la terquedad de un jumento, me pinchara una abeja, o la víbora me inoculara su ponzoñoso veneno; porque cualquiera de estas acciones sería el reflejo de la autodefensa o la tozudez del irracional. Claro que la agresión o la cornada de la vaca viene a veces propinada por la zoomorfa figura humana. Quiero decir, que la conducta y los peores golpes son los de tus semejantes. Esto, dicho así, puede parecer que proviene de alguien que no rompe un plato y se queja del trato; pero como pertenezco a la especie, haría mal en excluirme de esos daños.

Hace años, creía que un país era el reflejo de los que viven en él. Lógicamente, ésta no era una imagen agradable que aquel espejo me mostraba y por tanto, pretendía cambiarla. No reparé en que al hacerlo podía hacer daño a mucha gente y me comporté mal. Mal porque hoy, vista la realidad, recapacitas y me doy cuenta que para este viaje no hacían falta alforjas.

Puedes golpear y ser golpeado, pero al final te das cuenta que cada sociedad es producto de cuestiones ajenas a ti. Si el poder es injusto pagarás las consecuencias; porque éste es “injustamente” ingrato. El tiempo y la vejez mostrarán tus errores e enjuiciarás los del prójimo, que a fin de cuentas, no es más que un pobre espécimen aunque esté en la política.

Después de morirse el Caudillo, fuimos un día dos amigos a visitar el Chao de Samartín. Nos acompañaba el entrañable Manuel Barcia Monteserín. Gracias a la amistad que me unía a él, nos permitió hacer una cata en su finca, después de cosechadas las patatas. Excavamos una vivienda y en ella aparecieron infinidad de fragmentos de cerámica. Ni hubo rigor científico, ni tampoco nos preocupaba esta descontextualización de aquellos materiales arqueológicos. Aún así, emprendimos un viaje a Oviedo, y dimos parte del hecho en la Universidad. Al cabo de unos años, comenzó la investigación y se transformó ésta en los resultados que muchos de Ustedes conocen y de los cuales dejé constancia en muchas de las crónicas, que se publicaron en este periódico.

Fue anárquica, e incluso podemos tachar de saqueo aquella actuación, pero lo que sí fue producto de la buena voluntad, que sólo perseguía dar a conocer lo que hoy lleva el nombre de Castro Chao Samartín. La actuación no sería buena, pero tampoco la considero tan desacertada. Éticamente cumplimos con lo que creo era nuestro deber.

Ahora vemos lo opuesto. Lo científicamente reprobable, censurable y que debiera ser duramente sancionado por la ley.

En la Campa de Torres, en Gijón, se encarga a un equipo la excavación del yacimiento. Se nombra director y subdirector del mismo a unos señores, que no voy a nombrar. El primero fallece y el segundo, como buen representante de quien lo había nombrado, se inhibe del caso; oculta el producto de lo exhumado y como recompensa, se le asigna la dirección de un Museo, que ni él ni quien lo nombra habían creado. Entra como un desaprensivo en el mismo y niega al fundador y responsable hasta sus efectos personales. Se comporta como el más grosero de los personajes, retirando con brusquedad de mis manos efectos personales, y dice que el inventario del citado Museo no está hecho. Junto con la responsable de Cultura, deja caer que hay dinero oculto y una dudosa contabilidad. Se confabula con un intrigante alcalde y entre ambos dan a entender que hay un Museo Etnográfico en Grandas de Salime, gracias al buen hacer de la Consejería de Cultura: sin tener en cuenta ningún factor de su fundación, ni a su creador; que no resulta grato para los mediocres y mal intencionados cargos políticos, y a los usurpadores “teóricos”, que no dan la cara, excepto para hacer daño

Como pueden ver, este País es muy parecido, en sus maneras, a aquel otro del franquismo. Los caciques son más caciques, pues ni respetan edad, trayectoria ni los resultados. Abusan del poder, y con su nepotismo, se rodean de aduladores que los protegen.

Veremos a ver si esta eficiente Consejera obra en consecuencia y usa esa peculiar vara de medir para subsanar este vergonzoso conflicto del responsable de la Campa de Torres. Claro que el autor de este desaguisado, está avalado por un título, que parece conseguido en una tómbola benéfica. Así lo expreso. No es mi estilo hacer uso de eufemismos ni andar en ambages. Las cosas son como son y así trato de reflejarlas. De todas maneras, nadie es perfecto y a todo lo más que podemos aspirar es a ser educados; aunque a veces esa educación se escuda y oculta bajo la falsa capa del barniz de la hipocresía. Esta mala costumbre de la sinceridad me acarrea problemas , pero lo prefiero así a convertirme en ese cínico de falso oropel.

Como dije al principio, las acciones que a lo largo de la vida, lleves a cabo, te obligarán a pedir perdón o al menos disculpas. En este caso, tendría que hacerlo con muchas personas, pero como el tema que nos ocupa está en función de ese Museo, permítanme, aunque sea reiterativo, que aclare este punto; bien sabe Dios que lo hago por ética moral.

Cuando al fin se le da forma al Museo, se dio la circunstancia que Dn. Manuel Fernández de la Cera, hizo unas declaraciones en un periódico en las que obviaba este Centro. Como suelo hacer en mi forma irreflexiva de actuar, le escribí una carta; carta por cierto dura y que Dn. Manuel recuerda. A pesar de aquéllo, y mis continuas quejas, debo decir hoy que fue uno de los Consejeros a los que aprecio. Sé que el proyecto no era muy creíble; que a él le ocasioné trastornos, porque las bien pensantes cabezas que lo rodeaban tomaban a mofa aquéllo que un ferreiro se proponía hacer en Grandas de Salime, cuyo mal hacer sólo era cuidar de la historia de su tierra y de ese patrimonio que era de todos. Dicho esto, quiero que se sepa que desde aquí le digo: Gracias Manolo (permíteme este tuteo de confianza). Disculpa mi irascible carácter.

Pero aún hay más, porque haría mal sino lo cito aquí ¡Cómo no recordar a Dn. Pedro de Silva! Sí, Dn. Pedro ¿Recuerda Usted cuando le dije que me sentaría en la escalera del Palacio Regional hasta que el Presidente me recibiera? No hizo falta porque además de recibirme, atendió mi demanda y supo Usted encauzar o enderezar la postura (¿acertada?) del ferreiro. Gracias Dn. Pedro. Aunque usé el tuteo con su Consejero, sabe que lo haré con Usted cuando nos veamos.

Y ahora, ya que corresponde, no crea que me olvido de Dña. Victoria Rodríguez Escudero, que fue también Consejera, y de su Directora de Cultura en aquel momento, Dña. Trinidad Rodríguez, por aquel amable trato y el interés de Ustedes por lo que en el Museo acontecía. Gracias, queridas amigas.

Dejé para el final a cierta persona por una cuestión muy sencilla: cuando era una niña la traía en brazos; a ella y a una prima. Claro que era por egoísmo, dado que pretendía cortejar a la joven que las cuidaba. Esta chica fue también Directora de Cultura y en ella depositaba mi confianza. Pero claro, la amistad que me unía a sus padres y hermano no me permitió crearle problemas, porque la amistad, está por encima de los Museos, aunque éstos sean Etnográficos y estén en Grandas. Gracias María Jesús Queipo Pérez; sabes que te quiero y aprecio.

En fin, es duro tener que arrepentirse de los pecados, pero lo dicho: así son las cosas; pues justo es reconocer los errores para poder alardear de los aciertos.

¡Ah! Y no me importa haber sido vejado por los de mi especie; porque después de todo, en la diversidad está la riqueza de los seres humanos. Además, ¡qué sería de un mundo sin circo, clones o payasos!

Haxa salú.