En esta soleada mañana del mes de Abril, debo dejar este mirador del Valle de Pigüeña, porque he sido invitado a comer, por unos amigos en ese pueblo del título de la crónica. Emprendo la marcha. Pasa la carretera por la fábrica-molín y allí empieza la subida. Un poco más arriba, la primera curva a la derecha nos muestra la pendiente de la serpenteante carretera, que entre castaños, fresnos y carballos asciende, o trepa, la escarpada montaña. Si tu dirección es Norte, este lo perderás en la siguiente; porque en una especie de compensación: mirarás en una u otra dirección según avances. La última a la izquierda, que alivia los repechos, pero sigue enramándose en la ladera de esa montaña somedana, nos muestra el profundo valle que nos queda a la izquierda. Casi llegado a la Rebollada, me encuentro, dando un pequeño paseo, a Marilina y Armando, su esposo. Me esperaban más bien, porque en un rápido saludo no terminaron el matinal esparcimiento, y allá subieron conmigo en el escalador coche.
Aún conservo la visión de esa primera vez en que al salir de una pequeña curva, ves ante ti un pueblo de ensueño. Muchos son aquí en Somiedo, pero éste tiene un especial encanto. Esas casas colgadas en la protegida hondonada; parecidas a nidos, que las expertas golondrinas hayan escogido lugar para colocarlos; ese pueblecito de un belén natural, donde sólo echas de menos, el río, sus lavanderas y algún que otro animal para que la visión fuera de diminuto montaje navideño. Sí, es ese pueblo, en el que sus gentes son entrañables.
Hasta allí volví a llegar y mientras Marilina atendía sus ollas, fui con Armando pueblo arriba. Así que llegamos a Casa Servando a llevarle La Nueva España; saludamos a Manuela, cuñada de Armandín, como es conocido éste, y a varios vecinos más. Curiosamente allí conocí a Constantino; un foráneo natural de Pigüeces, afincado en Tarragona y casado con una “rebolladina”. Estaba enseñándole a partir leña a su yerno catalán, que en buen lid, pretendía hacer honor a sus enseñanzas. Sacó, el que había adoptado por obligación la diáspora hacia la productiva Cataluña, un vino del Penedés y allí departimos un rato sobre el antropológico tema de cómo partir leña de roble o de castaño. A Ustedes les puede parecer baladí, pero la experiencia es fundamental en cualquier actividad. No es lo mismo partir un tronco de uno u otro árbol, si pretendemos con el mismo esfuerzo sacar igual rendimiento. ¿Saben Ustedes que “al carballo se le incide con la huesa por donde nace y al castaño por donde pace”? No, no se preocupen no voy a ponerme a explicarlo. Pero sí diré que el hacha o huesa fuera hecha por aquel famoso artesano de la Rebollada; el que era conocido como Pepe el ferreiro, y padre de Armando.
También andaba sobre un tejado José Manuel, cambiando tejas sin capataz arquitecto alguno, porque él sabe hacer bien su trabajo; lo mismo que los que habían construido la casa un siglo o dos antes. De tejados iba la cosa porque en Casa el Meirazo, otro equipo, también reparaba el tejado. Por cierto, en ese lugar a una vieja teja firmada por el alfarero, se le perdió el rastro entre las otras. Espero que la hallan encontrado; al memos esa fue mi recomendación.
Seguimos camino abajo y paramos a ver el tejo de la capilla de San Antonio. Allí recordé a Ana y Antonio, por ser de la Asociación de Amigos del Tejo (y amigos míos). El probe teixo está de luto, porque el suelo que lo rodea es de alquitrán. Se salvará: es joven.
¿Ia! Con eso se hizo la hora de comer y fuimos donde Marilina, que había aderezado y cocinado una suculenta comida ¿Qué maravilla, cómo cocina esa mujer! No les cuento porque en verdad excitaría sus glándulas salivares; quiero decir que les caería la baba. Armandín descorchó un Ribera de Duero; y para acabar, después del café, tomamos un menta poleo; un menta poleo especial que prepara esta experta en licores a base de buen aguardiente, la planta y el toque singular o particular de la alquimista.
Volvimos animados por el mágico licor, a citar algunos comportamientos humanos, y como resulta lógico, ¡vuelta a la antropología social! Claro, al hablar de pautas de conducta que siguen los individuos de una comunicad, no podía faltar la cita del derecho consuetudinario, en cuanto al lo de las abejas que nos explica Dn. Ignacio Arias, y a mi me aclaro Dn. Antonio G. Linares, de Pola de Allande, sobre los cortinos y sus derechos (no confundir con lo “cortinos” que son algunos y el veneno que encierran). Pues bien, decíamos, y para que sea entendido, que estas comunidades de laboriosas abejas conviven entre ellas. Sin embargo, siempre respetando las distancias. Algo así como en los pueblos que son muy solidarios y practican la verdadera amistad; pero se da la circunstancia que con cierto privilegio, según situación. No situación económica -aunque ésta influye- sino de la ubicuidad. Esto da lugar a que la rivalidad la imprima la situación. Así los del barrio de arriba dicen con sorna: “los del barrio de abajo”, o también la burla del avesío (zona umbría) que se ríen de ellos los de solano, como ocurre en mi pueblo.
Después de esta aseveración en la que coincidimos, me narraron Marilina y Armando, la anécdota de cuando ésta viajó a este pueblo, recién casada: subieron andando desde Aguasmestas hasta Pigüeña. Allí, en casa Luis -que era un comercio mixto- Delfina, la tendera, les dice: “¡Ay! Armandín, ia ye muy guapa, pero si tuvieras que vivir en Somiedo con ella nun te duraba tres meses. ¡Ia! mira la nuesa Servanda, que ia ta de siete meses, ia trabaja como una esclava”. Naturalmente, ella sólo veía a la delgada chica de ciudad, que sería difícil adaptarla a la dura vida rural; y en cierto modo, se alegraba que Armando tuviera empleo en Ensidesa.
Este comentario está justificado, porque así comenzó el despoblamiento rural. La mujer sufría todos los sacrificios. Nada podía haber que fuera peor que casarse con un agricultor, aunque fuese acomodado; por lo tanto, una madre prefería enviar a su hija a servir, que verla reflejada en su situación. Claro que esta conducta no era observada por igual con los hijos varones. De ahí lo que refería al principio de esta crónica, cuando citaba el despoblamiento: éste se podía haber corregido, facilitando la vida en el campo con medidas que permitieran al actor no esclavizar a su mujer.
De vuela al lugar de origen, bajando titubeante de curva en curva, pensé en aquéllos que te mandan soplar, sin preguntarte si estuviste en la Rebollada y después de “soplar” habías bajado. ¡Me río yo de la forma de medir las cosas! Pues verán, entre los claros de las ramas, desprovistas aún de hojas, vi Pigüeña bajo la esplendorosa luz vespertina de ese sol al ponerse. Era tal la luminosidad que paré a ver aquel pueblo quemás bien parecía un cuadro pintado por Sorolla. La verdad, fue sublime ¡Para que luego digan que la menta poleo no acrecienta la sensibilidad, los reflejos en la conducción y el amor por lo bello.
¡Dios! Cuánta emoción se puede sentir en un sólo día. ¡Qué lástima que los necios arruinen tu vida! Me refiero a los necios con poder.
Haxa salú
Dedicado a Marilina, Armando y los de Casa El Ciego. Algún día, (si me acuerdo), les cuento la historia que ocasionó la difunta Manuela; que practicaba la radiestesia y un tío que emigró a la Argentina.
Anda, pues aprovecha también a contar lo de la leña.
ResponderEliminarPepe, falta la foto del texu.
ResponderEliminarUn saludo,
Ana
bonito pueblo
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