miércoles, 24 de marzo de 2010

Acotar con Mortos (y III)

Observen que la crónica se alarga y apenas recorrimos dos metros en ese local que alberga la forxa del Museo; pero con su permiso, permítaseme seguir con ello porque nunca tanto necesité insistir, citando esos viejos «trastos» que tan grato fue recuperar. Y si esto resulta largo, imagínense en una noche de insomnio que pasó todo este acontecer por mi mente .

Continuando, y a la derecha de ese torno de Villa, hay otra herramienta que sólo la voluntad de un amigo puso en mis manos:

Hace años me llama por teléfono Amadeo Méndez, al que yo no conocía, y me comunica la intención de donarme unas piezas de la vieja fragua de su padre. Me dice que es algo que tiene a bien poner a mi disposición para que yo custodie y considere propios. Lógicamente adquiero ese compromiso y me desplazo a Villacondide (Coaña), para ver in situ aquellas entrañables herramientas de la forxa del ferreiro de ese lugar. Allí estaba la viuda, Vidalina, que sabía que a partir de aquellos momentos sólo quedaría en el local el vacío de toda una vida de trabajos y sacrificios que había compartido con su marido Ramón, el ferreiro de Villacondide.

Por una parte disfrutaba recogiendo aquellas herramientas; por otra, sentía la incómoda sensación de ser el que desvalijaba el local donde alguien, con el mismo oficio que mi padre, y el mío desde la niñez, había forjado el hierro bajo el sofocante calor de la fragua. Es algo así como quitarle a alguien lo íntimo de su historia. Pero, claro, allí estaba aquel espectacular taladro de manubrio, con su volante de inercia, que enriquecería los fondos de la «forxa» del Museo Etnográfico de Grandas.

Sin embargo, aquí retrocederemos hasta finales del siglo XIX, para ubicar una fragua portátil; de un tiempo en que lo normal de la «forxa» de un ferreiro era el «barquín» o fuelle, que insuflaba el aire en el hogar donde se caldeaba el hierro que el ferreiro forjaría en caliente.

Me imagino, en aquella época, el asombro de los fuertes herreros, oyendo hablar de un sistema «moderno» que soplaba el fuego sin el rudimentario barquín. Y no sería para menos puesto que esta fragua, fabricada en los EE UU de América, fue propiedad de una empresa italiana, que hizo allá por el año 1910 unas prospecciones en unas minas de oro de la comarca.

Este artilugio fue recuperado por un vecino, que debió de usarlo durante un tiempo. Más tarde, al igual que gran parte de nuestro patrimonio, permaneció olvidado largo tiempo, hasta que al fin un día vino a parar a mis manos y, por fin, con muchos años y herrumbre encima, quedó integrada en los fondos de ese -nunca bien considerado- Museo de Grandas. Lo de respetado o apreciado es referido a los que carecen de sensibilidad.

Así seguimos con una historia en la que sólo nuestros deudos hablan a través de lo que fueron sus enseres. Y seguiremos también haciendo el recorrido por estas dependencias del Museo, aunque fueran clausuradas todas sus puertas y ventanas. Sólo el pensamiento, la mente, los recuerdos son patrimonio propio, y éstos no se pueden hurtar. Lo único que haremos será cambiar el título, en memoria de mi padre, que siempre dijo aquello de «acotar con mortos». Por eso, de ahora en adelante daremos pasos por el Museo, que nos hablan de su historia; que conviertan el deambular por él en el mítico recuerdo que al viejo los más viejos legaron.

Así que haxa salú por «ver, oír y sentir» en el Museo Etnográfico de Grandas de Salime.

sábado, 20 de marzo de 2010

Rebelde Portaminas


Anoté en otra agenda: “se breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo”. Ésto dijo Dn. Miguel de Cervantes. Lo triste, lo doloroso, es cuando ni siquiera la brevedad, es cualidad que te asista. Así que en este caso lo sucinto o escueto está condicionado por el estado emocional, en el que estoy inmerso, y no por el sabio consejo cervantino.
Este blog, más que ese cuaderno de notas, es ese lugar de silencio, de reserva, en el que parece no haber nadie quien lo habite. Poco falta para que así sea pues como suele suceder, no sólo no se está cuando no se existe, sino que no se existe porque no se está; y que en Grandas convertimos en la frase:”el que nun aparece, escaece”.
Pero veamos ahora una cuestión física de la que no soy culpable: el lápiz o portaminas con el que escribo, es cónico por el extremo donde asoma la barrita de grafito. Este pequeño cono metálico lleva tiempo imantado; quiero decir que tiende a separarse del papel y apuntar hacia aquéllo que lo ofende. Es decir: sólo desea escribir sobre la necedad que nos circunda, y piensa que el cretinismo, majadería y estupidez, es un mal que hay que sufrir cuan plaga de una época; donde los charlatanes de feria están asentados en un hemiciclo, donde está prohibido tener juicio. No sé imaginan Vs. Ms. el trabajo que me da reprimir este vitriólico o ponzoñoso lápiz de ese magnetismo, que repele la inepcia Hoy debí empuñarlo medio aletargado, porque sino no creo que así dejara expresarme. ¡Qué manía tiene, el muy cuitado, hacia los mentecatos! Esperemos que se le pase con el apoyo que recibe de todos Ustedes. Denle tiempo, porque no hay aversión que dure siempre.
Por cierto, hace días conocí a la madre de María del Roxo; me saludó en Oviedo, porque asoció mi boina con el “ferreiro”. Fue una grata sorpresa, entre las que me brinda mucha gente.
El día que mi lápiz se vuelva dócil, hablaremos de esta etapa.
Haxa salú

martes, 9 de marzo de 2010

Geometría Analítica

Cierta funcionaria de la Consejería de Cultura preguntó dónde estaba Salas. ¿Qué les parece si les digo que hizo bien en preguntar? Salas es la puerta del Occidente asturiano, y no todo el mundo tiene por qué saber dónde está Salas, si tenemos en cuenta que la pregunta se hacía desde un despacho, que no está en el Pico Aguión, desde donde se divisa hasta el Palo. Pero bueno, esto es lo de menos. Lo de menos, si tenemos en cuenta que Salas está donde está, y en Cultura no está lo que debiera estar.

No recuerdo muy bien cuántos kilómetros hay entere Salas y Cornellana 8 o 9 ¿Y qué importa la distancia entre dos puntos? Si la distancia que separa Cornellana de Cultura es igual al cuadrado de la cateta por sí misma, más el coeficiente del resultado de la hipotenusa y su correspondiente cateto elevado al cuadrado.

O séase, en Cornellana hay un cenobio, que no tiene nada que ver con los catetos; y si se hubiese restaurado a su debido tiempo hubiera servido de archivo general de Asturias, equidistante dentro del triángulo que forma la provincia etcétera, etcétera. La cárcel de Oviedo, Museo de Bellas Artes, y el Hospitalón se ampliaba con el despilfarro del Hospitalón y el museo de lo dicho. ¡Todos contentos y con poco gasto!

Lo expuse hace muchos años.

Haxa salú.

lunes, 8 de marzo de 2010

Cuidando a los buenos amigos

Hoy eche el día en el Oviedín del alma, visitando a los amigos, que tengo desatendidos. Pasé a ver a Alberto Polledo por su librería, en la calle Pelayo. Alberto, hombre de gran sensibilidad en temas asturianos, medioambientales y culturales, me hizo entrega de tres mil firmas de apoyo y además me regaló un libro para que aproveche estos días de horas bajas. Prometo seguir su consejo.

martes, 2 de marzo de 2010

Acotar con Mortos (II)

Lo dicho en el capítulo anterior apostilla y creo que da sobrado sentido a la frase del título. En este caso, además me convierte en el autor material de acontecimientos que sólo afianzan el convencimiento que me une al pasado.

Recorro y recorro ese Museo de forma mental. En él me resulta sencillo rememorar la historia de cada pieza y precisamente aquí es donde no puedo eludir la modestia. ¿Qué importancia tienen esas leyes que pueden darte derechos? ¿Es que acaso no existe algo que está por encima de esos criterios? Pero precisamente vamos a situar esta causa como inicio de la historia.

En mis, acertados o no, argumentos influyó ese exponer al tallado madero cómo habían llegado al Museo aquellos fondos. Lógicamente comencé en la Forxa, porque no podría ser de otra manera. Además allí está la fotografía de Benino, el ferreiro, trabajando en la fragua. Y seguí de esta manera:

Mira tú por dónde, estas dos sierras de metales que me dio Angelín de Vegadeo estuvieron prestando servicio en aquel taller, y eran muy apreciadas por sus interesantes servicios. Sin embargo, él que tanto empeño puso en adquirirlas para mejorar la producción ya está muerto. Fue el padre de Ángel y era un modélico artesano que fabricaba todo aquello que tenía relación con la agricultura y los medios de transporte, pero tampoco era extraño que en aquel taller no se solucionara el problema del molino o cualquier otro, de la que podríamos llamar entonces alta tecnología. Meditas sobre las ilusiones y perdidas horas de sueño de aquel hombre para reparar viejos útiles y piensas que sólo por esto mereció la pena salvaguardar esos fondos.

A su lado un importante torno, allí está estático. Es sólo otro silencioso útil de trabajo que nada cuenta. Nada dice porque sólo el animismo citado anteriormente nos hará oír su historia. Esta la intuimos, pero sabemos además por mediación del querido amigo Ángel Villa Valdés que su abuelo, llamado también Ángel, manejaba aquella precisa máquina a principios del siglo XX. Decir aquí la función de la misma resultaría ocioso o innecesario porque sólo queremos oír el relato de la leyenda que nos une a ella. Los datos técnicos, aplicaciones y uso son para la ficha que la describe fríamente. Nosotros sabemos que en esa máquina daban pedal sus hijas para que Ángel tornease. Allí aquel armero reparaba todo tipo de armas, y lo mismo salía de sus manos la pieza para reparar una bicicleta que una máquina de coser de Timoner. ¡Ah! pero no queda aquí su histórica función. Ángel puso en punto el reloj y también el arma que empuñó el minero en aquella mítica Revolución del 34. No es que esto dignifique la función de la máquina, pues nada haya más aberrante que los hombres diriman sus diferencias en un conflicto armado, pero tampoco es responsable el mecanismo de los conflictos humanos. Aquel hombre que había ganado un concurso de aprendices en la fábrica de La Vega de Oviedo pasó a fábrica de Mieres en 1920 y arremete el montaje de la Armería Villa comprando aquel torno de entre los restos o saldos de materiales procedentes de la I Guerra Mundial. Se haría muy largo narrar aquí toda esa historia; por lo tanto creo que el homenaje a su buen hacer como minucioso oficial consiste en conservar sus herramientas de trabajo. He aquí otro alegato que prueba que a los muertos no queda otra forma de respetarlos sino rindiendo culto a lo que fueron sus pertenencias; porque aunque les parezca banal, a mí me condicionaba.

Les dije cómo había sido ese éxtasis o descubrimiento de una realidad provocada, durante el día anterior, por la ira y la obsesiva idea de revancha pero, fuera el hijo del carpintero u otra causa, recapacité y vi. Sí, vi que lo único digno que debe uno hacer es aquello que ennoblezca a la persona, aunque para ello sea necesario «acotar con mortos».

Haxa salú.