Observen que la crónica se alarga y apenas recorrimos dos metros en ese local que alberga la forxa del Museo; pero con su permiso, permítaseme seguir con ello porque nunca tanto necesité insistir, citando esos viejos «trastos» que tan grato fue recuperar. Y si esto resulta largo, imagínense en una noche de insomnio que pasó todo este acontecer por mi mente .
Continuando, y a la derecha de ese torno de Villa, hay otra herramienta que sólo la voluntad de un amigo puso en mis manos:
Hace años me llama por teléfono Amadeo Méndez, al que yo no conocía, y me comunica la intención de donarme unas piezas de la vieja fragua de su padre. Me dice que es algo que tiene a bien poner a mi disposición para que yo custodie y considere propios. Lógicamente adquiero ese compromiso y me desplazo a Villacondide (Coaña), para ver in situ aquellas entrañables herramientas de la forxa del ferreiro de ese lugar. Allí estaba la viuda, Vidalina, que sabía que a partir de aquellos momentos sólo quedaría en el local el vacío de toda una vida de trabajos y sacrificios que había compartido con su marido Ramón, el ferreiro de Villacondide.
Por una parte disfrutaba recogiendo aquellas herramientas; por otra, sentía la incómoda sensación de ser el que desvalijaba el local donde alguien, con el mismo oficio que mi padre, y el mío desde la niñez, había forjado el hierro bajo el sofocante calor de la fragua. Es algo así como quitarle a alguien lo íntimo de su historia. Pero, claro, allí estaba aquel espectacular taladro de manubrio, con su volante de inercia, que enriquecería los fondos de la «forxa» del Museo Etnográfico de Grandas.
Sin embargo, aquí retrocederemos hasta finales del siglo XIX, para ubicar una fragua portátil; de un tiempo en que lo normal de la «forxa» de un ferreiro era el «barquín» o fuelle, que insuflaba el aire en el hogar donde se caldeaba el hierro que el ferreiro forjaría en caliente.
Me imagino, en aquella época, el asombro de los fuertes herreros, oyendo hablar de un sistema «moderno» que soplaba el fuego sin el rudimentario barquín. Y no sería para menos puesto que esta fragua, fabricada en los EE UU de América, fue propiedad de una empresa italiana, que hizo allá por el año 1910 unas prospecciones en unas minas de oro de la comarca.
Este artilugio fue recuperado por un vecino, que debió de usarlo durante un tiempo. Más tarde, al igual que gran parte de nuestro patrimonio, permaneció olvidado largo tiempo, hasta que al fin un día vino a parar a mis manos y, por fin, con muchos años y herrumbre encima, quedó integrada en los fondos de ese -nunca bien considerado- Museo de Grandas. Lo de respetado o apreciado es referido a los que carecen de sensibilidad.
Así seguimos con una historia en la que sólo nuestros deudos hablan a través de lo que fueron sus enseres. Y seguiremos también haciendo el recorrido por estas dependencias del Museo, aunque fueran clausuradas todas sus puertas y ventanas. Sólo el pensamiento, la mente, los recuerdos son patrimonio propio, y éstos no se pueden hurtar. Lo único que haremos será cambiar el título, en memoria de mi padre, que siempre dijo aquello de «acotar con mortos». Por eso, de ahora en adelante daremos pasos por el Museo, que nos hablan de su historia; que conviertan el deambular por él en el mítico recuerdo que al viejo los más viejos legaron.
Así que haxa salú por «ver, oír y sentir» en el Museo Etnográfico de Grandas de Salime.
Continuando, y a la derecha de ese torno de Villa, hay otra herramienta que sólo la voluntad de un amigo puso en mis manos:
Hace años me llama por teléfono Amadeo Méndez, al que yo no conocía, y me comunica la intención de donarme unas piezas de la vieja fragua de su padre. Me dice que es algo que tiene a bien poner a mi disposición para que yo custodie y considere propios. Lógicamente adquiero ese compromiso y me desplazo a Villacondide (Coaña), para ver in situ aquellas entrañables herramientas de la forxa del ferreiro de ese lugar. Allí estaba la viuda, Vidalina, que sabía que a partir de aquellos momentos sólo quedaría en el local el vacío de toda una vida de trabajos y sacrificios que había compartido con su marido Ramón, el ferreiro de Villacondide.
Por una parte disfrutaba recogiendo aquellas herramientas; por otra, sentía la incómoda sensación de ser el que desvalijaba el local donde alguien, con el mismo oficio que mi padre, y el mío desde la niñez, había forjado el hierro bajo el sofocante calor de la fragua. Es algo así como quitarle a alguien lo íntimo de su historia. Pero, claro, allí estaba aquel espectacular taladro de manubrio, con su volante de inercia, que enriquecería los fondos de la «forxa» del Museo Etnográfico de Grandas.
Sin embargo, aquí retrocederemos hasta finales del siglo XIX, para ubicar una fragua portátil; de un tiempo en que lo normal de la «forxa» de un ferreiro era el «barquín» o fuelle, que insuflaba el aire en el hogar donde se caldeaba el hierro que el ferreiro forjaría en caliente.
Me imagino, en aquella época, el asombro de los fuertes herreros, oyendo hablar de un sistema «moderno» que soplaba el fuego sin el rudimentario barquín. Y no sería para menos puesto que esta fragua, fabricada en los EE UU de América, fue propiedad de una empresa italiana, que hizo allá por el año 1910 unas prospecciones en unas minas de oro de la comarca.
Este artilugio fue recuperado por un vecino, que debió de usarlo durante un tiempo. Más tarde, al igual que gran parte de nuestro patrimonio, permaneció olvidado largo tiempo, hasta que al fin un día vino a parar a mis manos y, por fin, con muchos años y herrumbre encima, quedó integrada en los fondos de ese -nunca bien considerado- Museo de Grandas. Lo de respetado o apreciado es referido a los que carecen de sensibilidad.
Así seguimos con una historia en la que sólo nuestros deudos hablan a través de lo que fueron sus enseres. Y seguiremos también haciendo el recorrido por estas dependencias del Museo, aunque fueran clausuradas todas sus puertas y ventanas. Sólo el pensamiento, la mente, los recuerdos son patrimonio propio, y éstos no se pueden hurtar. Lo único que haremos será cambiar el título, en memoria de mi padre, que siempre dijo aquello de «acotar con mortos». Por eso, de ahora en adelante daremos pasos por el Museo, que nos hablan de su historia; que conviertan el deambular por él en el mítico recuerdo que al viejo los más viejos legaron.
Así que haxa salú por «ver, oír y sentir» en el Museo Etnográfico de Grandas de Salime.