jueves, 31 de diciembre de 2009

Felicitación navideña

No quiero terminar el año sin desearles una feliz Nochevieja, aunque la frase sea tan manida que carezca hasta de significado. Nada se acaba y nada empieza. Julio Cesar nos dio este calendario y por él nos regimos. Sea pues motivo de jolgorio el empezar a contar de nuevo después de la resaca. Pero qué se apuestan Ustedes a que el viernes va a ser otro más. De hoy ni un comentario.

Pásenlo bien y que no sea peor el próximo.

Saludos de un ferreiro y teñan Ustedes muita, muita salú.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Aclaraciones

Faltan unos días para que se cumplan cuatro años de lo que anotaba en una de mis agendas. Son esos breves comentarios, que leídos años después te pueden causar asombro. Admiración, porque los podías haber escrito minutos antes y ser igual de válidos. Es por eso, que se me ocurre traerlos aquí por su vigencia. También “cuelgo” lo que anoté tres días después, un domingo de ese 2006.

Esto dará lugar a que haga uso de mis apuntes en posteriores ocasiones, aunque éstos no se ciñan a la perenne actualidad.

Haxa salú

sábado, 26 de diciembre de 2009

Retrete

Julio del 1997
Hoy, el escatológico título, por su relación con las deposiciones, deyecciones o excrementos, (que los médicos llaman escíbalo, cuando la masa fecal se presenta dura y seca); que además tienen otro nombre que Ustedes y yo sabemos, le hará pensar que por ahí va el tema. Sin embargo, no haga ningún mohín, que pudiendo ser, de todo es bueno saber. Y si no, deje el periódico, o el artículo, para cuando vaya al escusado.

Si conoce el Museo de Grandas sabe que aquí tratamos de recuperar todo aquello, que en tiempos no muy lejanos, fue una forma de vida. Por lo tanto, esa dependencia de la casa, llamada retrete, cuarto escusado, servicio, letrina o water-closet, -porque lo inglés suena culto y más fino- recientemente se incorporó a esta casa

. También sabrá que este Museo, se haya ubicado en la que fue la casa del cura.

Desde el año 1942, vivió Dn. Antonio Valledor, párroco de esta villa, en esta desvencijada vivienda. Este erudito y rechoncho sacerdote, dedicó su vida al culto y a la lectura. Su intelecto le aislaba de lo que podían ser comodidades, o necesidades elementales, excepto la de comer, pues fue un autentico tragaldabas. No le preocupaba reposar sus más de 130 Kg. en la tabla con tronera de la que estaba formado el asiento, para adoptar la sedente figura, que lo aliviaba fisiológicamente. Por desagracia, aquel retrete se había deteriorado totalmente, y el arquitecto encargado de la restauración del edificio, no entendió o no quiso dejar, al menos, el local acondicionado para que pudiera instalarse, de nuevo el retrete, y en su lugar quedo emplazado un tubo de PVC, como si de un inodoro moderno se tratara.

Aún en la década de los setenta, pocas viviendas contaban en esta zona con ese higiénico cuarto. Puede parecer tercermundista, pero así era. En las que lo había, consistía en una pequeña dependencia, al final de un pasillo; o en un corredor en el exterior donde se colocaba un asiento al que se le practicaba un agujero semi-elíptico en comunicación con la cuadra, o con un compartimento, en el que se ponía paja o cualquier otra materia vegetal. Era necesario retirar periódicamente, el estiércol que se acumulaba en aquellas letrinas.

El que se instaló en le Museo, tiene incorporado unos cómodos apoyabrazos. En una de las visitas que realicé al Museo de Balen-Berg, en Suiza, pude comprobar como ya, en el siglo XIX, solucionaban el problema de los purines y detritus humanos, recogiendo éstos en grandes toneles de madera, instalados en unos robustos carros, construidos para ese fin. Con estas cubas, se trasladaba aquel abono orgánico a las tierras, y era usado como fertilizante; lógicamente antes de la siembra.

Haxa salú para que nuestras necesidades fisiológicas -sean de carácter superior o inferior- nos proporcionen la satisfacción, y el cálido placer del buen defecar, o la placentera micción.

23 de diciembre de 2009

Sigamos 12 años después con la descripción.

Como entonces se dejó el asunto tratado, sin entrar a describir otros utensilios utilizados para el fin que nos ocupa, citémoslos ahora para que sean conocidos.

Al igual que la rara circunstancia que hubiera esos cuartos escusados en las casa, también eran desconocidos otros asientos equipados para tal fin. Puede añadirse que al orinal, bacinilla, bacín, perico, tito, beque, dompedro, dondiego y en definitiva todos estos útiles con distintos nombres, podían ser extraños en muchos hogares de la zona rural. No digamos nada de los denominados “dompedro” porque éstos sólo estaban asociados a las clases acomodadas; o lo que es lo mismo: la burguesía. Pero de las circunstancias de ciertas pasadas costumbres que pueden llamar nuestra atención, creo que se debe citar aquellos defecatorios colectivos, que datan ya de época anterior a los romanos y perduraron hasta casi el siglo XIX. Consistían en letrinas o cuartos escusados, provistos de un largo asiento con varios huecos desde los que se defecaba. Esta social costumbre permitía seguir el tema iniciado en la mesa, sin que la necesidad fisiológica lo aplazara o decayera su interés. En la actualidad es posible que prestaran un gran servicio a la afición futbolera.

Comencé el tema citando a Cervantes y ahora vuelvo a recurrir a él para dar sentido a la etimología de algunos nombres. Nos habla Dn. Quijote de la vasija de servidor al que llama perico. Parece ser que en las posadas, si se pedía “servicio”, te facilitaban el bacín o perico, que era usado para las deposiciones mayores. Con el fin de que no quedara el mal olor en el aposento, éste era retirado por el servidor. Es fácil deducir que ricos asientos, tapizados de cuero e incluso de terciopelo, figuraran entre el mobiliario, -tal y como los que hoy forman parte de os fondos del Museo- a los que sólo era necesario aportar el receptáculo de los excrementos. Creo que así resulte fácil deducir que “dompedro” derive del susodicho “perico”.

El bloguero que pidió hiciera un comentario de ese tema, solicitaba que recurriera al sarcasmo de Quevedo para desarrollarlo; por lo tanto recurro a él, y sea pues de norabuena, que el autor del Buscón, cargue con los “palominos” que manchen el texto, y allá él si hiede.

Siempre observé que los servicios de señoras, en los establecimientos públicos, están limpios. No es que yo los use, pero a veces su situación permite, de soslayo, echar una ojeada a esos recintos. Sin embargo los de caballeros son inmundas letrinas en muchos casos. Allí algunos desaprensivos se comportan tan incívicamente, que para colmo dejan huellas de todo tipo. Por regla general, denotan su poca educación en los escritos; donde el lenguaje soez y el mensaje caligráfico, reflejan la catadura del amanuense personaje. Pero no es de estos grotescos escritos, de lo que a fe mía y por honor, dejaré aquí constancia. Sólo doy noticia porque son otra deprimente muestra de la baja estofa, que pulula en una sociedad cada vez más inculta.

El estilo fino y culto de Quevedo y Cervantes, no llegó a las masas populares. Cuando se plasmaba o relataba alguna de sus historias, eran relatos que la transmisión oral fuera deformando, por eso es fácil entender que frases o versos escritos en los lugares citados, fueran o parecieran ingeniosos. Me refiero a aquéllos anteriores a 40 ó 50 años. Es más, si en algún momento se pudieron considerar vulgares, nunca lo fueron tanto como en la actualidad.

He aquí algunos de aquéllos:

“Lo que se compra en la plaza y se guisa en la cocina
Viene al fin a parar a esta …oficina.”

“En este lugar de la casa frío y mal oliente,
empuja el más cobarde y se ca… el más valiente”

“Ca… el cura, ca… el Papa
y sin ca… nadie pasa”

Bueno, pues nada más. Después de esta muestra de ingenio popular, que algunos tímidos poetas, sólo se atreven a mostrar en lo que es fácil, sea su único lugar de inspiración.

Haxa salú

1- Retrete del Museo
2- Inodoro y bacinillas
3- Dompedro ¿perico?
4- Es posible se tratase de un improvisado dompedro para un enfermo.
5- Bacinilla, bacín, orinal…

jueves, 24 de diciembre de 2009

Invierno y teixo

Hoy comenzó el invierno. No es que para mí sea noticia pues llevo contabilizado muchos; después de sesenta y siete, ya los recibe uno con estoica resignación. Lo grave sería que me sorprendiera. Lo que sí me sorprende es el que a los medios de comunicación les sirva como noticia el que nieve en su tiempo. Vamos, algo así como el que los ríos fluyan hacia el mar y no a la inversa. La verdad es como si la noticia se dirigiera a tarados o los lerdos fueran los que la difunden. ¡En fin, paciencia!

Hoy recibí un libro interesantísimo: “La Cultura del Tejo”, de Ignacio Abella. Me lo enviaron Ana y Antonio; que como no puede ser de otra forma, siguen preocupándose por este ferreiro que habla con los árboles. Ya descubrí cosas importantes en este trabajo. Su autor me lo dedica y le doy las gracias desde este cainzo-blog.

Pero en atención a Ana, que fue la autora material de este obsequio, y que además conoce una ampliación de la historia del “teixo” de San Martín del Valledor, contaré a Vs. Ms. lo que me dijo una parte del tocón de este noble árbol; al que había sometido Arturo, el torneiro, a un tratamiento de mejora, para ser presentado en el Museo. Dicho sea de paso, yo conocí a este taxus en mejores condiciones allá junto a la iglesia de esa parroquia.

El caso es que con el fin de contar los años que este vetusto tronco había vivido, y colocarlo en un soporte elevado del suelo, comenzó Arturo a dejar uniforme aquélla irregular superficie, que entre el Sr. cura párroco (Manuel) y un operario, no muy ducho en le manejo de la mecánica sierra, habían agredido. Rebaja que rebaja llega la azuela a encontrarse con un objeto metálico, que en un principio asociamos con un clavo. Y digo asociamos, porque estaba presente, y fue en ese instante donde el mutilado tronco se dirigió a mí para contarme su historia. Hela aquí tal y como la relató:

-Lo que hace unos ochenta años clavaron en mí tronco no es un clavo, es una argolla en su golfón, para atar una caballería. Esa creencia de que no se deben atar animales debajo del teixo no es del todo cierta, tal y como muestra este agresivo amarre. Observa que estaba oculta en mi madera, porque de todas maneras seguí creciendo y ahí quedó. Pero mucho antes, mientras mi talla permitía pasar la cuerda con los brazos, ataban todo tipo de jumentos Puedo advertirte también, que los caballos eran los peores de soportar; no por su genio, sino porque sus dueños, en el comercio de Paco o en cualquiera de los otros, después de mitigar su sed con caldos del Rubido y jugar varias partidas, se olvidaban de sus cabalgaduras, que con su continuo piafar, producido por la larga espera y el hambre, golpeaban con sus herradas manos delanteras mi corteza. Puedes ver perfectamente el daño producido hace más de un siglo, a la derecha de esta molesta argolla justo casi al norte cuando estaba plantado.

-¡Coño! ¿Cómo sabes que era septentrión?

-Porque aunque soy madera, no soy “madero”; y tuve vida y puedo contarla. Además la dendrografía y dendrocronología, si las dominas, algo te dirían.

-Disculpe Usted la pregunta

-Como te iba diciendo, no faltaron agresiones en esos 172 años de mi existencia. Pero como la última, que acabó con mi vida, nada hubo. ¿Qué ocurrirá para que el Hombre perdiera el respeto a los árboles? ¿a la Naturaleza?, a su medio, a aquello del que al fin y al cabo forma parte, y por lo tanto es también su vida?

-No ocurre nada: simplemente que el que llaman homosapiens perdió todo tipo de referencias en esta alocada sociedad.

Haxa salú

martes, 15 de diciembre de 2009

Calefactores envases

¿Es posible que sólo viva uno de recuerdos? Creo que estos temas sobre el Museo me retrotraigan tanto en el tiempo, que alteren en sentido negativo, la oscura masa gris de mi cerebro. Seguro que llamar oscura a la materia encerrada en el cráneo es acertado. No recuerdo el nombre del científico o filósofo que dijo que era una da las vísceras mejor protegidas y en la más completa oscuridad. En mi caso, añado aquí ceguera, atraso y abstracción. No por nada, sino por aquello de que se niega a expresar lo que recuerdo con nitidez. ¡Y vuelta! ¿Qué importa esta vieja y limitada cabeza?

Siguiendo con esas pequeñas cosas que guarda el Museo, digamos que sólo el recuerdo de lo necesarias que fueron, era motivo suficiente para comentarlas y describirlas. Permítaseme también que el relato vaya acompañado de cierto escalofrío, producido por el recuerdo de estos útiles en los gélidos días invernales, en los que eran usados.

La casa en que nací esta situada en el bario que hoy llaman el Ferreiro. Su orientación hacia el nordeste hace que su parte posterior quede hacia el sur; en la que la ladera del monte llamado el Coto, impide la entrada del sol en el invierno. Este barrio, por consiguiente, es la zona más umbría y fría de la villa de Grandas. En esa estación del año, en que las xeladas y la niebla calan hasta los huesos, era normal ver los cristales de las ventanas con esos artísticos dibujos, que las bajas temperaturas imprimen en su condensación interior. Las mañanas se convertían en suplicio al tener que abandonar el cálido lecho. Pero: ¿qué había ocurrido la noche anterior para llegar a ese cobijo de blancas sábanas? Que el tormento había sido mayor, pensando en cómo acceder a la fría cama, en la que se percibía hasta la humedad de aquellos tejidos. De poco servía que en la planta baja la fragua del ferreiro hubiera caldeado durante el día ligeramente la estancia superior. Por lo tanto, cuanto más se alargase la permanencia cerca del hogar de la cocina, más se alejaba en el tiempo el momento de acostar el aterido cuerpo en el lecho.

Como algo providencial a esa duda estaban los elementos que servían de caldeo a la cama; que no era otra cosa que una botella con agua caliente. Esta agua, de la caldera de la cocina, debía cuidarse no excediera su temperatura a la que soportaba el vidrio, pues de lo contrario podía romperse y su contenido derramarse por el colchón, el cual no era fácil secar en el invierno. Todo el que era propietario de una botella de cerámica de ginebra, era afortunado, pues la radiación calorífica y duración era mayor. Había también otro sistema que consistía en calentar un ladrillo y envolverlo en un paño. Y lo que fue un verdadero avance en cuanto a su rendimiento, es la conocida bolsa de goma, que cuando tenía la funda de fieltro, era sentirse gratamente caldeado en las sábanas. No había en la zona los famosos calienta-camas de otros lugares, sólo el envase de latón que me dio un amigo figura entre esos elementos de caldeo.

La técnica consistía en ir empujando con los pies la improvisada estufa. Como es natural imaginarse, la posición al cobijarse entre las sábanas era de contorsión fetal; y la cabeza además de plegada sobre el pecho, debía permanecer tapada con las mantas, para que aumentase el “confort” la respiración. Sin embargo, de vez en cuando la sacaba uno ligeramente, para aspirar el refrigerado oxígeno del cuarto.

Haxa salú, y disculpen Vs. Ms. el silencio de este cainzo.


viernes, 4 de diciembre de 2009

Descubrimiento

Hace aproximadamente veinte años, y en uno de esos viajes a donde comienza Somiedo y termina Belmonte de Miranda, me encontré en casa de Lolo, en Aguasmestas, el calienta pinzas de hacer la permanente. Allí lo tenía Evangelina, en una esquina de la entrada a su bar-tienda, como un elemento decorativo. A pesar que tenía la tapa bajada, vino a mi memoria aquel artilugio que de niño había visto en la peluquería de Leonor, en Grandas de Salime.

No podría asegurarlo, pero desde luego aquello se parecía mucho a aquel vago recuerdo de la niñez. Es caso es que al levantar aquella cubierta, quedó ante mis ojos algo que me resultaba tan conocido, que no daba lugar a la duda. Manuel Menéndez Hidalgo y su esposa me informaron que había sido de Carmina, hermana del citado y que había ejercido ésta de peluquera, y era la causa por la que se encontraba en su casa. Tiempo después la adquirí, y hoy se puede ver en el Museo Etnográfico de Grandas.

Como se haría largo contar la historia de las otras piezas, que acompañan en la peluquería, a esta “Eva Española”, y servían también para rizar y ondular los tupés, que debían dar gracia al peinado. Digamos que se trata de pinzas que son calentadas en infernillos de alcohol y algunas eléctricas.

Hoy que forma parte el conjunto de la muestra, carece de importancia su adquisición, pero en su día fueron significativos y transcendentales los hallazgos; que es posible no perduraran en el tiempo si no fuera esta circunstancia.

Espero no haberles aburrido con mis ilusionantes recuerdos, que se materializaron con el paso del tiempo. Lo de dar vueltas al buche, tirabuzón, caracolillo o rizo es defecto. También tienen otro nombre la falta. ¡Y basta ya!

Haxa salú

jueves, 3 de diciembre de 2009

Hoy: Permanente estética

Una vecina mía cuando le preguntaron la edad dijo que tenía sesenta y trece. Yo tengo sesenta más siete, y vi crecer las plantas después de crecidas, les contaré una de esas mutaciones que se operan en la sociedad.

Lo que ayer era signo de belleza, hoy no lo es. El cabello rizado, ondulado o simplemente agraciado, era un don. Era un distintivo de belleza física importante. Tanto es así, que se pagaba por rizarlo. Hoy, ¡para rizar el rizo! y demostrar la levedad de los imperativos de la moda, se “desriza”. Todo tipo de publicidad nos informa de los pasos y métodos a seguir, para que el pelo “luzca” lacio. Creo que hay hasta un sistema nipón que lo deja perfecto, hirsuto como el de la cabra. Además también es caro; como lo era hace sesenta… o más, hacerse la permanente. Esta consistía en lo inverso al sistema japonés. Con unos bigudíes de madera, unas papelinas impregnadas de cierto producto químico y unas pesadas pinzas, previamente calentadas en un aparato especial para tal fin, se lograba un ensortijado perfecto. Había dos tipos de enrizado: la susodicha “permanente” y el “caracolillo”. Es de suponer que de estos tipos de rizado hubiera ciertas diferencias; sobre todo en el precio. Por mi corta edad, no puedo dar información de cuál era más estético. Lo que sí recuerdo de aquellos tiempos era la canción que decía:

Te has puesto la permanente
creyendo que te casabas,
te pondrás esa y otra
y te quedarás donde estabas.
Con la permanente y el caracolillo,
se te ha llenado la cabeza toda de piojillo
La culpa la tuvo tu madre
por darle las veinte pesetas
más le valiera darle los cuartos
para comprarse unas medias.

Esta canción suelo cantarla a los visitantes que se interesan por el aparato calienta pinzas; de la que se puede deducir el costo de tan artístico peinado. Lo que sí recuerdo, cuando niño, oír la crítica que se hacia a la emperifolladas damiselas, que se rizaban el cabello imitando a las razas más puras africanas. Esto tampoco debe extrañarnos tanto, porque en la actualidad hay tendencia hacia lo mulato; y para lograr ese color se exponen al sol, cuan campesinas extremeñas, obligadas por las circunstancias. Se hacía el reproche de aquel peinado, porque las señoritas que se habían sometido al embellecimiento de sus guedejas, con rizados mechones, cuidaban que el elevado costo fuera rentable, evitando su deterioro. Por cierto, el celo que se ponía en ese cuidado consistía en eludir el lavado de sus cabelleras; y he aquí que aquella falta de aseo, convirtiera sus cabezas en un confortable habitáculo para cáncanos o piojos y sus blancas liendres. Esto dio pie al estribillo de la canción.

Cómo conseguí este aparato lo contaré otro día para ser permanente.

Haxa salú

martes, 1 de diciembre de 2009

Permanente

Este título puede conducir al error. Nada permanece, todo muta, nada es constante. Sólo en la adolescencia y en a juventud nos parece que todo es estático, que no se mueve, y eso lo convierte en perenne. Sin embargo, en la vejez se perciben esos cambios, esas mutaciones, como si fuera la metamorfosis de aquello que nos rodea y no captábamos. Creo que sólo el otoño, con la caída de la hoja, nos hace conscientes de esos cambios. Y aún así, el paso del tiempo nos muestra que el tronco del árbol ha cambiado. El tropismo que obliga a la planta a seguir al sol, la transforma, y sólo lo percibimos cuando las estaciones de nuestra vida, ya trascurrida, nos lo muestran. Algo parecido a intentar ver el movimiento de las agujas del reloj, que inexorablemente se mueven (a pesar que el tiempo no existe)

Bueno amigos: hasta aquí llegué para decir que la senectud hace mella. Mella, en el físico y en la mente, como no podía ser de otra forma, la transforma neurona tras neurona. Quiero decir que va quitando esquirlas; fragmentos tan grandes de esta grasienta materia, que se le olvida lo que realmente quería contar. Por lo tanto, describamos lo que es Permanente. Aunque como soy consciente de la extensión excesiva que aquí se hizo de lo pasajero, dejaremos para mañana la Permanente.

Haxa salú.