lunes, 18 de enero de 2016

miércoles, 13 de enero de 2016

EL ARCO DA VELLA

FOTO: Salvador Rodríguez Ambres
Un día me explicó cierto catedrático las dudas que me embargaban respecto al espectro luminoso. Siempre creí que el color existía, y comprendí mi error cuando me explicó que los siete colores simples eran producidos por un rayo de luz al atravesar un cuerpo transparente. Hay otros aspectos más que no viene a cuento explicar ahora y no lo haré.
El arcoíris, arco da vella en su nombre popular, o como quiera que se llame aquello que aparece después de una tormenta, por lo regular en primavera y verano en esos valles a los que no sirve ir para verlo desde más cerca porque desaparece y aparece la verdad: las diminutas gotas nos muestran que sigue lloviendo es, como explicaremos, ese espectro y colorido efecto de la luz, al ser ésta la que incide sobre la atómica forma del agua. Ese sol que luce a nuestra espalda se recrea, sin querer, en la lluviosa reminiscencia que antes habíamos sufrido los que, por ahora, admiramos su colorido sin mojarnos. Sus rayos traspasan los huecos que, de día en el firmamento, forman las nubes y nosotros, embobados, nos recreamos en su fulgor y engañoso colorido. Decíamos en mi pueblo que el arco da vella auguraba un día normal. Y como en aquella y otras zonas el horizonte no está muy lejos por mor de la orografía -y porque no solemos ver más allá de las narices- el arco no es muy amplio; aunque sí es cierto que siempre lo vemos, en los extremos, en un valle en el que hay fuente como si agua fuera buscando aquel que de agua está compuesto; y el efecto luminoso lo traspasa.
Dicen, o decían hace años, que el arcoíris lo originan las nubes de las que cuelga. Tan colgado como él de las algodonosas nubes, está nuestra voluntad y la gran mayoría de nuestros actos, pues el color, si no existe por ser un efecto luminoso, nuestra conducta no es mucho más firme. Y si la luz nos engaña, ¡cómo no van a engañarnos nuestros semejantes!
Como dijo el poeta: “nada es verdad ni mentira”, aunque debiera haber dicho: lo que hay que mirar es el cristal; pero claro, como no rima no lo dijo así. 
Dicen que basta saber tres o cuatro cosas para personarte donde una urna destinada a servir de cobijo a la ignominia, a la falacia y al orden establecido por sus inventores que les sirve de justificación. Debe ser cierto porque, cuanto menos sepa el portador del sufragio, mejor para el que rige los destinos del infeliz ¡Para que vamos a engañarnos: con nuestra ignara malicia, otros se cardan la lana y se llevan sus beneficios!
Dejemos que el arcoíris nos encandile. Bello es su colorido, poco importa la mentira de su espectro. Torzamos la cara para así evitar o paliar el hedor. Siempre queda espacio para el onagro aunque no paste.

Haxa salú.