FOTO: Salvador Rodríguez Ambres |
Un día me explicó cierto catedrático las dudas que me embargaban
respecto al espectro luminoso. Siempre creí que el color existía, y comprendí
mi error cuando me explicó que los siete colores simples eran producidos por un
rayo de luz al atravesar un cuerpo transparente. Hay otros aspectos más que no
viene a cuento explicar ahora y no lo haré.
El arcoíris, arco da vella en su nombre popular, o como
quiera que se llame aquello que aparece después de una tormenta, por lo regular
en primavera y verano en esos valles a los que no sirve ir para verlo desde más
cerca porque desaparece y aparece la verdad: las diminutas gotas nos muestran
que sigue lloviendo es, como explicaremos, ese espectro y colorido efecto de la
luz, al ser ésta la que incide sobre la atómica forma del agua. Ese sol que
luce a nuestra espalda se recrea, sin querer, en la lluviosa reminiscencia que
antes habíamos sufrido los que, por ahora, admiramos su colorido sin mojarnos.
Sus rayos traspasan los huecos que, de día en el firmamento, forman las nubes y
nosotros, embobados, nos recreamos en su fulgor y engañoso colorido. Decíamos
en mi pueblo que el arco da vella
auguraba un día normal. Y como en aquella y otras zonas el horizonte no está
muy lejos por mor de la orografía -y porque no solemos ver más allá de las
narices- el arco no es muy amplio; aunque sí es cierto que siempre lo vemos, en
los extremos, en un valle en el que hay fuente como si agua fuera buscando
aquel que de agua está compuesto; y el efecto luminoso lo traspasa.
Dicen, o decían hace
años, que el arcoíris lo originan las nubes de las que cuelga. Tan colgado como
él de las algodonosas nubes, está nuestra voluntad y la gran mayoría de
nuestros actos, pues el color, si no existe por ser un efecto luminoso, nuestra
conducta no es mucho más firme. Y si la luz nos engaña, ¡cómo no van a
engañarnos nuestros semejantes!
Como dijo el poeta: “nada
es verdad ni mentira”, aunque debiera haber dicho: lo que hay que mirar es el
cristal; pero claro, como no rima no lo dijo así.
Dicen que basta saber
tres o cuatro cosas para personarte donde una urna destinada a servir de cobijo
a la ignominia, a la falacia y al orden establecido por sus inventores que les
sirve de justificación. Debe ser cierto porque, cuanto menos sepa el portador
del sufragio, mejor para el que rige los destinos del infeliz ¡Para que vamos a
engañarnos: con nuestra ignara malicia, otros se cardan la lana y se llevan sus
beneficios!
Dejemos que el arcoíris
nos encandile. Bello es su colorido, poco importa la mentira de su espectro.
Torzamos la cara para así evitar o paliar el hedor. Siempre queda espacio para
el onagro aunque no paste.
Haxa salú.
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