sábado, 21 de diciembre de 2013

Melecina casera






19-01-2005
FORXA DE FERREIRO
“Melecina casera”

A medida que uno envejece cuesta más entender ciertas cosas que ocurren en este momento que llaman sociedad de progreso. Cuando yo era un niño (nací en 1942), las cosas no se puede decir que estuvieran bien, pero ahora, mirando aquellas fechas, desde la lejanía del tiempo, uno se pregunta si están bien en la actualidad.

En mi juventud era un gran adorador nocturno de Morfeo, sin embargo, mi culto a ese Dios no impedía permanecer en estado de vigilia las horas que hiciera falta, porque era un noctámbulo que nunca le llegaba la hora de acomodarse entre las sábanas. Trasnochar era un placer que sólo se convertía en martirio en la desagradable hora matutina, que obligaba al cuerpo a adoptar esa postura erecta con la que es más fácil caminar. El reposo de mi cuerpo en la cama llegaba casi a un estado de catalepsia, y de nada servían esos sonoros y molestos ingenios, inventados por una mente retorcida e insomne, que pueden destrozar el miocardio, con el  sobresalto que provoca al aletargado durmiente, la interrupción de su dulce sopor.

¿Por qué pasé de un pensamiento que me conducía a tiempos pasados, a decirles a ustedes que era un gran dormilón?. Muy sencillo: ahora no duermo, o duermo poco. Me priva del sueño estas locuras que cometemos todos. Soy un viejo asustado, además de decrépito; porque mis facultades no me permiten comprender qué ocurre.

En el barrio del Ferreiro, (antes Hospital), éramos, entre niños y niñas, 24 que, aunque harapientos y mal nutridos, jugábamos mucho. La falta de pañuelo, para enjugar nuestro secretor apéndice nasal, lo suplíamos con las cortas mangas de nuestras raquíticas prendas de abrigo.

Como pueden ver, el insomnio me torna pedante, pero sé que sabrán disculpar esta manera de convertir la cuartilla en folio con valor económico, que si no llega al bolso, al menos enriquece el lenguaje.

Decía que allí estábamos, en aquel marginal barrio, una caterva de mocosos. No recuerdo ninguno con alergias, -excepto la de ir a la escuela-.

A Leandro le intervinieron quirúrgicamente para extirparle el  apéndice cecal; a Joselo, que se había fracturado una pierna, se la enyesaron y como el prurito le molestaba, sacó con un alambre el algodón que había debajo de la escayola y así alivió el picor. Una prima mía también se fracturó una pierna. Antonio, un brazo al sobrepasar aquel improvisado trineo, el límite del muro, bajo el que había un desnivel de tres metros.

En el talón de mi pie derecho, entre la tibia y el tendón (mío, no de Aquiles), se clavó el diente de un  utensilio llamado “garrancho” empleado para cavar “cuito” (estiércol). Ese mismo pie se escaldó con agua hirviendo en la caldera de la cocina. En fin, pequeños accidentes que no impidieron que los varones fuéramos a la mili.

¿Cómo nos curaron? ¡Qué tontería!. Como no había hospitales, y los médicos cobraban, nos curaban en casa. Sí, sí, en casa. Bueno a mi prima la curaron en casa, pero fue un traumatólogo de Lugo, el que de redujo la fractura y la enyesó, teniendo como mesa de operaciones la del comedor de mi tía. A Joselo, le arregló el desperfecto el Dtor. Moreda, de Ribadeo. Creo que a Leandro también le rajara hasta el interior del peritoneo, para extraer aquella vermicular víscera, aquel polifacético galeno. A mí me dieron manteca; manteca de cacao, sobre aquel pie que había dejado la epidermis dentro del calcetín. Antonio, el esquiador, tuvo suerte que su padre no le rompió el otro.

¿Qué ocurre en al actualidad, con un hospital en Jarrio, otro en Cangas y lo de Luarca?. Que hacen otro nuevo en Oviedo. ¿Pensarán cerrar los del Occidente, porque ahora no hay 25 niños/as en el barrio del  Ferreiro de Grandas?.

¡Dios santo, qué locura!. ¡¿O estoy loco yo?!. No sé…no sé, pero me temo que todo se andará, cuando la guita no alcance.

Uno, dos, tres cuatro cinco, seis, siete....treinta mil corderos... ¿Dormiré?.

Haxa salú.

martes, 10 de diciembre de 2013

La amasadora del Museo de Grandas



Valdeferreiros es la capital de la parroquia de los Coutos, en Ibias. Allí, desplazándose como unos 600 metros al suroeste, se halla la casa de Perdigueira en la que adquirí una amasadora de la que contaré aquellos aconteceres que me llevaron a conocer el lugar y su estado.

Como es sabido, en el Museo Etnográfico de Grandas se realizaban todas aquellas actividades que un día fueron trabajos propios de esta comarca. Y digo esta comarca, aunque en realidad se llevaban a cabo en todo el país, y fueron desapareciendo paulatinamente, desde principios del siglo pasado. Resalto esto así, porque en las zonas rurales donde se conservó fue como medio de subsistencia, por pura necesidad.

Allá a finales de la década de los noventa y principios de este sacrificado siglo, se llevaron a cabo varias obras en el Museo. Entre ellas la construcción de un horno para cocer pan. Al principio, amasaba la harina con mis manos, pero a medida que mis vértebras lumbares (cuadriles) se resentían, pensé en recurrir a un medio mecánico para la labor. Anduve por diversos lugares,  según oía la existencia de viejas amasadoras. No recuerdo ahora la fecha en que una torrencial y desmesurada avalancha de piedras, árboles y agua provocaron que el regato de la curva, en San Antolín de Ibias, se llevara la pared de la panadería,  arrasando a su paso la parte delantera por la que salió el mobiliario, y creo que entre él, la amasadora, que,  aunque antigua, no lo era lo suficiente para ser instalada en el Museo, pero gracias a esas visitas se me facilitó la información sobre la que aquí nos ocupa. Ésta era de fabricación catalana, e igual en la forma pero de menor tamaño que la de la panadería de José Antonio. Podríamos hablar de aquel destartalado armatoste, pero nos desviaríamos del tema.

En el caserío de Perdigueira se hallaba la amasadora. A unos sesenta o setenta metros de la casa, en una finca semienterrada, se encontraba aquella máquina que después de un desilusionante reconocimiento, esperaba hacerla trabajar de nuevo. Al desmontarla para su restauración y funcionamiento, mostró que su columna central y algunas partes más estaban totalmente carcomidas por la sal que se añadió al agua de amasado durante tantos años. Entre esas partes  estaba el piñón de engranaje con la cuba de amasado. Estas anomalías o desgastes y su mal estado en general, a pesar de haber sido dotada con un nuevo piñón facilitado por Luis Otero Castaño, no permitieron un resultado satisfactorio. Por lo tanto, aquella amasadora marca Turu, fabricada por Juan Turu, en Tarrasa, pasó a formar parte de la exposición “virtual”, que en el muro del banzao [1]del molino, figura para mostrar algunos útiles de la elaboración del pan. Considero bien empleadas las cincuenta mil pesetas más el porte que hube de pagar por el inservible aparato que, aunque no cumple su función, sí es representativo.

Amasadora antes de la restauración.
Hoy, en el horno habilitado para este fin en el Museo, lo único que llegó a cocer fueron torpes ideas, pese a estar dotado de una buena amasadora donada por Miguel Álvarez Magadán.

Otro hecho que también debo resaltar es que el día que nos trasladamos a  ese lugar lo hicimos por la carretera-pista que va a Negueira de Muñiz, Lugo. El camión que usamos para tal fin, tenía instalada una pluma que prestó el servicio de elevar la campana hasta la espadaña, en la Capilla de la Virgen de la Vega, en Seira, cuyo oficiante religioso es el cura de la parroquia de Negueira y otras, Don Ramón, al que conozco y aprecio, y por lo tanto, me alegro de aquel momento coyuntural.

Otro dato, aunque da la impresión de que se juntan churras con merinas, es que en aquella casa había un gran hórreo, casi como una panera. Estaba este cubierto de paja, pero presentaba cierto estado de ruina. Ruina que no es de extrañar, pues su propietario se había dirigido a la Consejería de Cultura solicitando su traslado, dado que el lugar que ocupaba bajo la casa, en el que entre ésta y su emplazamiento (llámese pegollo), podía pasar el carro holgadamente, pero no así un tractor de gran tamaño. Así que aquel mueble estorbaba, pero Cultura, aplicando la torpe ley que prohíbe mover una sola paja, motivó el abandono del mismo. Con esto, y algo de tiempo, el deterioro haría paso suficiente. Espero que fuese sólo el tiempo, pues por accidente, la carga o la rueda de un aparato mecánico, podrían adelantar su calamitoso estado.

Se puede decir que el hórreo era portentoso, pero lo fue también el hecho que en su interior hallé, medio cubiertas de paja, cuatro colchas blancas con una modesta decoración. No es necesario decir que, auque  quedaron en la casa las mejores, yo me di por satisfecho al poder llevarme las otras dos como regalo de la propietaria, por haberles librado de aquel montón de chatarra, como denominaban la amasadora.

Al comenzar a describir los fondos recogidos en uno y otro lugar, recuerdo pequeñas anécdotas que, aún ahora, sentado a esta mesa desde la que escribo estos relatos, me emociona agradablemente el trato recibido de aquellas gentes que,  en algunos casos, de nada me conocían.

En la Porteliña solía parar un rato con Vicente, un gran artesano de la cuchillería, que además era el propietario del Mazo da Porteliña. Si visitabas el mazo, te dabas cuenta que allí trabajaba un artista, que completaba su arte con la conservación de aquel vetusto ingenio; que a pesar de su antigüedad, seguía golpeando el hierro. El retumbar de sus golpes no dejaba a nadie indiferente; parecían salir del centro de la tierra. En el taller que Vicente tenía en su casa, siempre te encontrarías con cuchillos, navajas y todo aquello que era propio de un buen ferreiro. La afabilidad de Vicente era extrema. Su delicada conversación en un tono siempre de voz baja. ¡Qué lástima cuando Vicente te contaba aquellos, para él, secretos del temple, no haber pasado allí más horas con aquel artesano! En fin, Vicente era un ser excepcional, y digo era , porque el hombre, debido a su longevidad, ha entrado en ese periodo senil y ya nada recuerda; aunque según su sobrino Cancelos, de Fonsagrada, todavía tiene esa pizca de picardía que lo caracteriza.

Vicente, tú para mí no eras: serás ese gran hombre del que se siente uno orgulloso de tratar.

Haxa salú







[1] Cubo

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Clásicos populares




Publicado en La Nueva España el 31 de julio de 2002

El día 14 de Mayo de 2002, me desplacé a San Antolín de Ibias para asistir a la “Semana de la Comunicación” y conocer personalmente a Dña. Araceli González Campa y su marido, D. Fernando Argenta. Hacía ya algo más de veinticinco años que yo escuchaba a estos dos personajes en ese querido, y casi diría íntimo, programa de radio que conducen de forma magistral: Clásicos Populares.

No entiendo nada de música clásica. Sólo sé que me gusta. Parece ser que según el estado anímico, ciertos fenómenos pueden embargarte de emoción, y quedas sobrecogido para toda la vida. Eso debió ocurrirme a mí con esta música, vedada para los que carecemos de formación, o nuestro embotado cerebro no llega a captar la belleza de esas melodiosas notas.

En cierta ocasión, cuando en Grandas de Salime aún no había bancos, (de los que con una caja fuerte vacía y sólo con el dinero ganan dinero, con usura como judíos), me personé en casa de un comerciante llamado Felipe para pagar una letra de cambio. El importe de aquel documento fiduciario era mayor que mis económicas posibilidades; por lo tanto mi estado nervioso era manifiesto. El corresponsal de la entidad –a la que no cito por razones obvias- debía estar harto de aplazar, aún más, mis “aplazadas” letras. Aquel día, antes de llamar a la puerta de su despacho, oí sonar música clásica a la que nunca había prestado atención. Después de hacer efectivo el importe parcial de la letra, le pregunté a Felipe, qué música era la que oía en su tocadiscos. Me dijo un nombre que parecía ruso, y que era un concierto para dos pianos.

Años después, Araceli y Fernando, contando de forma tan amena la biografía de los distintos compositores, y en algunos casos la tragedia de sus vidas, me aficionaron de forma definitiva a escuchar de cuatro a cinco de la tarde aquellos Clásicos Populares, que rompían la monotonía de mi tedioso trabajo en aquel taller de chapuzas varias. No es que me convirtiera en un entendido melómano, pero es la música que escucho a diario.

Encontrarme en Ibias, con esos dos personajes y que me fueran presentados por D. Luis Felipe Fernández García, Director del Centro Aurelio Menéndez, fue para mí halagador y emocionante. Tanto es así, que en mi viaje hacia el Centro donde se emitiría el conocido programa de radio, hice varias paradas para recoger flores silvestres, que la primavera nos brinda dadivosa, y se las ofrecí a mi platónica dama  junto con la más emocionada y cálida enhorabuena a esa excepcional pareja.

Hoy, desde este periódico, quiero darles de nuevo las gracias y recomendar a ustedes que sigan desde las 19 horas, esta entrañable música que nos ofrecen estos dos genios, porque descubrirán algo realmente impresionante.

Haxa salú.

domingo, 17 de noviembre de 2013

LÓNDRIGA



Este huidizo mamífero, con los dedos de las patas unidos por membranas,  muy apreciado en peletería, se alimenta de peces. He aquí lo que la hace enemiga de los pescadores. Éstos no se dan cuenta que los advenedizos en el río son precisamente ellos.

 Pues bien, la lóndriga no es otra que la nutria, sólo que en algunas zonas del occidente asturiano recibe este nombre. Hago aquí esta aclaración, porque, al igual que de nombre,  este animal también cambia de naturaleza según las circunstancias y el lugar en el que se halle.

Aunque es de costumbres acuáticas, se cuenta por aquí que si se pesca en el río, sabe a pescado. Por contrario, si la cazan en tierra su carne sabe a caza. Dudo que esto sea así, pero como nunca probé esta carne-pescado, no puedo desmentirlo. Lo que sí les aseguro es que “de lo que se come se cría”, como dice el refrán.

Cuando en esta localidad de Grandas fabricaban queso, y el suero sobrante era desechado, lo recogían muchos campesinos para dar, mezclado o solo, a sus cerdos. Este alimento incorporaba a la carne cierto sabor a vacuno. No es de extrañar que esto fuera así, pues del suero de la leche se extrae a través de un proceso de vaporización, leche en polvo.

Se dice que, antiguamente, en zonas costeras se daba pescado a los gorrinos y aportaba el sabor a la carne. En fin, que todo está íntimamente relacionado, así que podemos ser vegetarianos: el cerdo  come berzas, yo berzas como.

Haxa salú

martes, 12 de noviembre de 2013

La caballa



Si no fuera sido tan abúlico, escribiría más historias que, interesantes o no, entretendrían mis días de vejez.

Hallábame  un día –digo más bien una noche- cenando las raspas de cierto pescado, fruto de los sobrantes de una frugal comida (digo frugal, porque casi no comí), y hete aquí que esas raspas, con algo de músculo, eran espacio ocupado por el estómago, cuando la caballa estaba buceando en la mar. Aquella, o aquel ser vivo de atigrada piel, miraba con su opaco ojo, fruto del desmesurado calor del horno, al comensal que, armado de tenedor y cuchillo (no pala), iba a saciar su apetito, con lo poco que de él quedaba.

Miraba sin reproche, pero no con satisfacción y dijo:
-“No ha mucho, me tildaban de pescado azul (por haberme sacado del agua), porque soy muy graso y no apto para ser consumido por humanos débiles o enfermos. Hoy, ya ves, mi grasa rica en omega va bien, no sólo para el corazón, sino parece ser que aumenta el coeficiente intelectual, pues aunque mi espina dorsal carece de la vértebra atlas y termina en un diminuto cerebro (cráneo), aumenta esa capacidad, en la masa informe que se aloja en el espacio craneal humano, que al estar compuesta en un 80% de grasa, se complementa con mi oleica proteína. Por lo tanto, querido amigo, agradece mi gran aportación a tu subsistencia y disfruta de mi sabor que, en compensación por no ser abadejo, merluza, mero o lubina, cuida, si no tus papilas, al menos de tu salud.

No me quedó que decir. Cené conforme, con la satisfacción además de que no había otras viandas sobre aquella mesa.

Sigue ahora la profunda mirada de aquellos ojos de pez teleósteo, azul, verde y rayas negras, como la cena, recordándome mi acertada ingesta, porque a falta de pan, buenas son…

Haxa salú

miércoles, 6 de noviembre de 2013

ESPONSALES X “Pigureiros”



Al pastor de ovejas se le llama en el occidente de Asturias pigureiro, que en el gallego de la zona también puede referirse a un pícaro. Las picardías pueden gustar o no, pero abundaban  en la zona rural, donde no se leía mucho y la transmisión solía ser oral.

Como bien dice cierto pasaje del Quijote: -“Digo, señor don Quijote -dijo la duquesa-, que todo cuanto vuestra merced dice va con pie de plomo y, como suele decirse, con la sonda en la mano” (con prudencia). Lo mismo digo: no hay mala intención, sino hechos.

En cierta ocasión, de esto hace muchos años, una maestra que había contraído nupcias en su tierra de origen, echaba en falta el tálamo conyugal. Para desviar la atención de su querencia hacia la lascivia, solía dar largos paseos. Anda que anda, llegó a un paraje en el que meditabundo, se hallaba un tímido pigureiro de no más de quince años. La adolescencia era más inocente que en la actualidad, y hablar con la maestra no resultaba fácil para el aldeano zagal. Ella, como buena pedagoga, sentada a su lado hacía preguntas al huidizo chaval, que se iba alejando cada vez que sentía el cálido muslo de aquella bella señorita. Pero todo se acaba y la pared del cierre no daba más para su huída. Acorado en aquel lugar y viendo la enseñante su congoja, le ofreció tres pesetas por un “servicio”.  ¡Aquello era mucho dinero! Era tanto, que el pigureiro accedió a dejarse hacer. Así comenzó aquel intercambio entre el ovejero y la maestra.

Entre jadeos decía él:
            -¿Me dará las tres pesetas?
            - ¡Sí, sí, pero sigue ¡hombre!, sigue!
            -¡Hay Dios! ¡Entonces dellas a mía madre que eo morro! (Entonces déselas a mi madre que yo me muero)

Haxa salú

domingo, 3 de noviembre de 2013

Involucionismo



Hace muchos años, íbamos paseando por una playa un amigo y yo.

Me interesé por cierto pez que nadaba en las aguas someras, delante de nosotros, y cada poco se introducía en la arena. Cuando lo sacábamos de su escondijo, nadaba un buen trecho y otra vez se repetía, con rápido aleteo, el hurgar en el arenoso sedimento, que lo hacía invisible salvo por aquella arma, que en su aleta dorsal, permanecía semienterrada y portaba el veneno. Anda y charla, y después de un buen trecho, sentí un gran dolor en mi pie derecho. Fue tan agudo que creí que me había seccionado el dedo pulgar con una botella rota. Ni siquiera me atrevía a sacar aquel pie tullido por la agresión, del agua. Cuando Mandi, mi amigo, vio lo ocurrido me dijo: -A ver si te pinchó un “escorpión”. ¡Un escorpión! ¿Con la poca agua que había? ¡No podía ser! Pero…¡hay amigos! ¡sí era! Era ese pez que su nocivo veneno lo hace digno de tal nombre.

Desde aquel día me prometí que si volvía a la playa, lo haría en madreñas o en botas de goma. A mi esposa le pareció ridículo que fuera con semejante calzado, así que no volví en bastante tiempo.

Lo hice no hace mucho, impelido por la familia. Me puse a la sombra de un parasol, ¿…o quitasol? a cien metros al menos de la orilla de esa procelosa  mar, que alberga en sus aguas la “escofina”. Allí medité sobre esa teoría darvinista que dice que todos los seres evolucionaron partiendo de los océanos. Será así, pero el género humano tiende a la involución: vuelve a la playa en verano. ¡Aquello estaba lleno de gente, pero, salvo alguna sirenita que había sustituido en tierra su escamosa cola por dos bellas piernas, lo que más se veía eran adiposos seres, emparentados con la marsopa y el león marino. No entiendo mucho de cetáceos, pero de verdad que los humanos tendemos a parecernos a ellos. La querencia hacia el lugar de origen es para calentar la sangre (como la iguana).

Haxa salú

martes, 17 de septiembre de 2013

Intervención na Veiga. Presentación del libro "Cuando los Ferreiros Forjan Museos. Diario de un Quijote"


30 agosto de 2013


Fará po lo menos sesenta anos, sendo mui neno, salín de Grandas por primeira vez. Foi un viaxe que, naquel momento, parecéume que nun se acabaría nunca. Pero será mellor que eo lles conte:

A Veiga, entonces, peime que taba máis lonxe; tanto que aquel coche de línea parecía que non daba chegao. Salías as seis da mañá de Grandas e chegabas pouco antes del almorzo…

Cuando un é novo, ou pequeno, parece todo grande. Cuando eres vello ou grande é al revés: todo é pequeno. Hasta os días rinden menos que cuando se iba a escola ou taba un coas vacas. Así quén entende este mundo, unde todo anda tan axina. Hasta algún fala pa que nun lo entendan.

Decía que tou aiquí pa presentarlles un libro. Pero mais que un libro, é a historia de un Museo, que ben ou mal fexen, ou faemos, en Grandas. É a historia de aquel feito, cuando se foi faendo; de aquelo que debera ser feito po los que mandaban en Oviedo, e peime que nun sabían. ¡Pero o que sí sabían ben era faer mal! Faer faían ¡oh!: a zancadilla pa ver si encebelaba. ¡Como as pitas, que lo que nun comen escarrapátanlo! Aunque pouco mais deo que escarrapatasen: ¡el Museo ahí ta!, e a historia daquel momento ta neste libro. Nestas páginas, aunque ten revoltas  entre elas, dícennos lo mal que lo pasou aquel ferreiro pa demostrarlles a aquelos fatos de Oviedo, cómo tía que ser contada a nosa historia.

E aunque pareza que cada pouco cambio de cháchara, vou contar antes a sembranza daquel viaxe primeiro. Despós, si queredes, falamos del libro, non vaia ser que pase como aquel outro que dixo: -E del meo libro ¿Cuándo falamos?

Veredes ¡oh!, daquela ocasión que era tan neno, salín da mía aldea, del sito unde nacera, no coche de pola mañá. ¡Tan cedo que inda nun se vía! ¡Home! ¡Cómo sería que hasta penséis que a lua nun era a misma que a de Grandas! Chegamos a Barbeitos e alí fomos pa casa de Silverio, el ferreiro. Maripepa fezo café. Era a madre de Ovidio, a bola de Ovidín, el que ten, na corte que foi das vacas, a cantina. Chámolle así porque antes chamábase así. Derriba da cantina, ta el comedor dos días de festa; ¡Hai xa! Pero ahora úsase todos os días. Antes foivos pallar.

¡Tíache bon vagar de seguir de corte e pallar e choer alí a os que eo sei!- como os burros-

Alí en Barbeitos, había que esperar a que chegase el coche de línea que vía del Rizo, da Fonsagrada e iba a Veiga. ¡Éravos un coche de viaxeiros comodísimo! Sí, ¡oh! ¡En él viaxaban hasta animales! ¡Tíavos asientos de madera como os del Toural! Eran de barrotes. Eu, como taba mui fraque, despós de andar naquel coche polo menos hasta el Mesón Novo, xa me dolían as cachas ou os hosos.

El caso é que aquel coche paraba na Manceba, nos Amieros, en Santalla, nas Poceiras (penso que lle chamaban Millarado), en Barcia, en Teixeira, na Garganta, e en todos cuantos sitos houbera cantina. Claro que da Garganta pa baxo, como era costo, ¡vaia cómo corría! Pouco máis deo que parase nas curvas de Graña, en Paramios, na Espía, ou en Castromourán, ¡andaba tan axina, que chegamos antes del almorzo aiquí, a Veiga!

Vir daquel pueblo que era el meo, e dar de fucíos con A Veiga, faivos ¡mialma! quedar afatao. ¡Home!, ¡cómo sería que eo penséi que taba en ua ciudá! E peime que digo ben: ¡Era ua ciudá comparada con Grandas!

¡Qué envidia sentín al ver un sito que había de todo! ¡Aquelos talleres, como forxas grandes de ferreiro, unde traballaba muita xente! mecánicos, ferreiros… Ferreterías, comercios….¡de todo, e hala! ¡Menudo estronqueladoido! ¡E xente, oh! ¡Virxen santísima! Xa na mais entrar, víase ua calle larga que metía medo. Alí taba a casa de Reguera, el Coxo. En ésta compraba dalgúa das veces ferro meo padre. Non muitas, porque nun levaban ben él e meo padre; porque nun hai coxo bon, e éste peime que era enrevesao.

¡Aquela calle que me pareceo grande, nun era nada. Xa verán as que taban mais aló.

Na mais pasar a esquina a esquerda…¡oh virgen! Evos algo curva, pero como daquela nun andaban muitos coches, a xente íbamos pola calle os días de mercao ¡Nun vos era nada os sábados de mercao! Pero ¡arrenego del demo! ¡Quén iba a decirlle aquel neno, que un pouco mais aló, había outra que era como cuatro carreteras de Grandas de ancha que era! Encima, con a xente que había, nun se sabía a unde chegaba. As casas taban pa un lao, e pal outro el Ayuntamiento e a Iglesia. Hai que poñelo con mayúsculas, porque daquela como ahora, ¡faían trembar!

Un pouco mais aló da casa de Vixande (unde faían libras de chicolate), taba ua tienda de zapatos. El escaparate tía espellos, pero eo nun lo sabía, el caso é que mira que mira, fun andando, andando hasta que din de fucíos contra a parede. ¡Claro, había tanto calzao novo! Ríuse de mín meo padre e el que iba con él; encima ¡a chea de xente que había!. Pero… ¿quén pensaba que a culpa tíanla os espellos?

El caso é que despós, anda que anda, chegamos a casa del Galocho. Pasamos delante daquel taller que lle chamaban Coldeira. E peime que un pouco mais aló, taba el que era de Fernando dos potes. Sí ¡oh! Aquél que fundía tamén ovos e sapos de molín.

Unde el Galocho había ua chea de ferreiros. Algús taban estirando ferro naquelos martelos neumáticos que eo nunca vira. Como nun tía ferro, compróulo meo padre na casa de Reguera; e despós fomos comer a casa de Sandalio. Non me gustou el almorzo, pero é igual, foi que eo era mal comedor.

E falando outra vez de ferro: ¿sabedes que un ferreiro, daquela, tía que traballar 30 kilos de ferro, faendo clavos, e casi 50 si eran fijas pa as vías de ferrocarril pa ganar el jornal?

Tempo despós de lo que tou contando, conocín cousas importantes na Veiga. É por eso polo que me costa traballo entender como daquela época de esplendor se pasou neste pueblo a tal decadencia. ¡Claro que si lo comparamos con outros sitos ten explicación ¡Heredaron os señoritos que non lles costóu traballo faelo!

Na información adquirida mais tarde, ta a daquelos del outro lado da Ría. Alí taba el taller del padre de Ángel, unde faían de todo. Deste taller levei cousas pal Museo. Tía, a parte da serra mecánica, el banco de carpinteiro, ferramenta de ferreiro que gracias a él tan hoi alí.

Tamén nel de Coldeira recollín ferramenta. Pero vou seguir mais aló pola avenida que lle chaman de Asturias ¿Alguén entende por qué lle chaman de Asturias, si esta provincia nun se acaba hasta el puente de Porto? ¡Farán como na Fonsagrada, que lle poeron avenida de Galicia a que ven de Lugo!

E volvendo a necear con os museos ¡Ai oh! Eo ben sei que nun tan os tempos pa faer nada. Tuvemos us despilfarradores e corruptos gobernando e nun deixaron nin el filo pa atar. ¡Claro! ¡Qué filo iba quedar pa tanto chorizo! Pero bueno, volvendo aló con el tema:

¿Nun taría ben que aiquí, na Veiga, se recollera aquelo que pertenecéu a outra época mais floreciente? Núa das muitas veces que por aiquí paséi, tiven falando con María Antonia, a da fábrica de chicolate de Vixande (falando cuando me deixou). Eo, daquela, apetecíame que aiquí, na Veiga, poesen a funcionar outra vez as máquinas de faer as libras de chicolate con el cacao  que vía de fora. Pero claro: ¡pueblo pequeno inferno grande! E claro, nun oubo nada que faer! Bueno, como hai muito cacique e cacica lo que sí querían faer era ua calle por detrás da tienda ¡Estos gobernantes de noso, hai que ter muito cuidado con elos: danlle a calquera un disgusto por detrás! Quero decir por detrás da tienda. El caso é foder a os outros. Ou al que nun xipre como elos ¡Dáldamo al demo e a elos! ¡Lévelos Xudas! Pensaba eo que en morrendo el caudillo iban acabarse os caciques ¡Peime que hai mais e mais ruíos! A lo mellor é que son fatos. Bueno, lo que hai é que decirlle a María Antonia que hai que poer eso a andar.

Víavos pola carretera de Asturias, e ¡mialma perdínme! Con lo de os museos e os que faen como as pitas; casi nin macordo unde iba.

¡Ai! ¡Sí! ¡Oh! Naquela carretera ta el taller que foi de Victor. Faían alí máquinas de mallar, e reformaba aquel home motores de gasolina pa gasoil. Nun sei lo que alí queda, pero era ben recoller al menos, a sua memoria. (si é que alguén la escribiu)

Conseguira eo ua daquelas maquinas, el motor Lister e a limpiadora. Todo aquelo vendeóselle a José Mª de Samartín de Ozcos. Peime que é el único que sigue labrando trigo.

Por certo,  “pensa el ladrón que todos son da súa condición”, e aquelo que costara el equipo foi lo que se lle cobrou. ¡Os cuartos quedaron nel Museo, pa que outro os limpiara!

Agora, o que queda é amañar algo de Museo na Veiga, e decir que nel libro ta a historia del que fezo el de Grandas e tamén cómo ua capilla é algo máis que el culto religioso; lo que se aprende na escola; a historia del reló del pueblo; por qué son iguales as ferraxes da catedral de Lugo,  a iglesia de Tineo e a de Grandas; cómo gracias a os amigos se fezo el Museo; cómo as pedras de Salime flotaron e tamén, por qué nese pueblo non tein luz. En fin, cousas que el ferreiro ve, e a lo mellor nun tein importancia.

Lo que sí podo decir, é que cuando un ferreiro forxa un Museo, non todos lo aproban.

Si queredes preguntar algo que eo sepa, aiquí tou.

Gracias a todos, haxa salú



jueves, 12 de septiembre de 2013

Intervención en el RIDEA. Presentación del libro "Cuando los Ferreiros Forjan Museos. Diario de un Quijote"




11 de septiembre de 2013


Hace poco leí, entre otras cosas, un libro de Jesús Mosterín. Se titula “La Cultura Humana”, y en él se describe algo muy interesante: Cultura y tradición. Dice: La información transmitida genéticamente a un individuo, mediante los gametos de sus progenitores e  inscrita en sus propios genomas no forma parte de su propia cultura por definición.

Resalto este párrafo, porque entiendo que lo que hice en el Museo de Grandas, fue recrear aquello que de alguna manera, conocía por tradición. Así que el elemento cultural que podía añadírsele a esta fórmula magistral, sólo equivale a lo que desde generaciones fue trasmitiéndoseme genéticamente. ¡Hombre! Mejor habría sido que este saber, estuviera en compañía de algo que culturalmente salpimentara el guiso. El condimento, bien usado, jamás estropea una olla.

Esto me recuerda aquel cuento que oía en la fragua de mi padre, sobre el examen que cierto sacerdote moscón dirigía a una vieja, preguntándole:
 -¿Cuántos dioses hay?- 
A lo que contestó la anciana:
-Hay cuatro.
-Acertó Usted- le dijo el clérigo.
-Pues verá, Sr. Cura, díxenllo a bulto.
-¡Así le salió!

Es posible que se pudiera haber hecho mejor, pero unde nun hay nun se pode sacar. Así que en este libro que hoy presentamos aquí, está la resumida historia de aquel diario acontecer. Los avatares y, por qué no, la realidad de un momento de mi vida. La lucha de un David contra aquel gigante; contra aquel engreído poder, que en manos sátrapas y pícaros que se creían por encima de todo,  imitaban al perro del hortelano que ni come ni deja comer. Estos déspotas cancerberos, convertidos en vigilantes de su silla; que no dudaron en perseguir aquello que es posible no entendieran, por el sencillo hecho de ser un ferreiro el que laboraba. Ferreiro que por cierto, no pertenece a la clá, y he aquí otra de las causas de la aversión hacia él.

Pero  como esto no tiene ningún valor, al igual que el de esos zorros que por desgracia sufrimos, centremos la atención en los apuntes que aquí presentamos; no sin antes dirigir otro airado ataque, para decir algo de la decadencia. La decadencia de una tierra, que ni siquiera conserva esos valores genéticos. En la que sólo queda un paisaje yermo; mentalmente estéril, en el que sus habitantes se ven convertidos en autómatas dirigidos por la inepcia. De nada sirvió la catarsis que sufrimos tras el sistema que en su día criticamos, pues un mal se curó con otro peor, por reducción, o sea mayor: La corrupción, la mentira, el fraude de estos que parecían de tierra de intrépidos y tenemos, en consecuencia, merecedores representantes. Pícaros chamarileros, dignos de la mejor comedia de marionetas, aunque muevan torpemente los hilos de la España de una “unidad de  destino en lo universal” (como la sienten).

Y ahora sí que vamos a ir al hecho. Al libro que nos muestra que lo escrito fue transmitido por los ancestros. No esperen encontrar en él un ilustrado ferreiro que expresa con soltura sus ideas. No aparece el literato que cuenta correctamente sus memorias. Es el resultado de una experiencia, que bien o mal, relata la historia de un proyecto más o menos acertado. Nuestra historia o la de una comarca, que de no ser así, quedaría su recuerdo en el olvido.

También se encontrarán con los apuros de un niño, nacido en la posguerra, al que ni siquiera su Dios, o sus representantes, tenían en cuenta.

El infortunio de un pueblo al que las aguas inundó, y en pago a los únicos habitantes de aquel caserío, los dejó sin energía eléctrica. Salime, a 700 metros de la presa, sigue en el siglo XXI privado de la luz eléctrica. Sólo la luz solar durante el día, y después… ¡qué se arreglen como puedan! Al igual que los accionistas se conforman con las ganancias que la central hidroeléctrica genera…

¿Cómo se logró que de ese pueblo flotaran las piedras de sus casas y hoy estén integradas en el Museo?

¿Recuerdan aquella fábula de un rocinante que al pastar interpretó la tragedia de  Alfredo y Violeta de Verdi? Bueno, pues así también se descubrió, por casualidad, el Castro del Chao Samartín, en Grandas de Salime. Sólo que cuando un jumento, como el ferreiro, pasta, sólo se convierte en tragedia lo que toca. La arqueología es otra cosa…

Descubrirán cómo era una tienda de ultramarinos; La vida de unos  pobres maestros de escuela que no ganaban para comer y aún así daban clase…. Que una capilla representa algo más que el lugar de culto.

Un enorme castaño en Salime que era tan portentoso que se mereció la admiración de todo aquel que conoció su envergadura…

Los museos como negocio. Pero sobre todo, un negocio ruinoso para el autor.

Se narra aquí como, gracias a unos amigos, se pudo sacar adelante ese Museo que tanto molestaba a los de la sinecura y bicoca ¿cultural?

Hallarán una idea particular de un ferreiro que busca, además de la similitud de unos linajes, la posible autoría de aquel orfebre del hierro, que nadie sabe de dónde procede; pero su obra es idéntica en la catedral de Lugo, la iglesia de Tineo y la colegiata de Grandas.

¡Y cómo no! El probe teixo del Valledor, que la insensatez humana y la indiferencia del mosén de la parroquia acabaron con él. Y digo impasibilidad ¡porque ellos, al menos, debían saber lo que ocurría! Allá se fue, aunque en el Museo perdure su historia.

En este libro se encontrarán la historia del reloj del ayuntamiento de Grandas. Poco importa que el regidor y sus munícipes hayan perdido la hora. La compostura, al menos su cronómetro, la conserva. Por cierto, cumplió 110 años este cronógrafo ¡y más veces perdió el tiempo o tuvo lapsus!

Lo de los lobos es sólo un cuento. No hay porqué asustarse…

Y ya para terminar, digamos que cuando los ferreiros forjan museos, se puede quemar un poco del hierro en la forxa y algo más de su estructura al golpearlo, pero al menos, en la forma algo queda ¡Algún golpe acertado habrá dado!....

Finalizo ya, dando las gracias a todos ustedes por estar aquí presentes. Dar las gracias al RIDEA por permitirlo. Y de forma muy especial, a los que colaboraron es este libro y en la creación y continuidad del Museo. Sin ellos me hubiera sido imposible hacerlo, por buen forjador que se fuera.

Gracias de nuevo. Haxa salú

viernes, 30 de agosto de 2013

"Humus"



1 de julio de 2013
Aguasmestas-Belmonte-Somiedo


Con el fin de conexionar este relato, debo dar comienzo al mismo retrotrayéndome varios años. De no hacerlo así, y aún pensando en que puede resultar confuso, comenzaré en tiempos pasados.

Comenzamos sin más circunloquios:

En San Martín de Oscos, estuvo de médico Don José Fernández, conocido como Pepín de Cuero. Por medio de la amistad que me unía a otros galenos de aquella época, me fue presentado. Pasado el tiempo  hice una reforma en la calefacción de su casa, en la cual estuve alojado. Hablar de los datos personales de este hombre lo considero innecesario, puesto que conservo de él y de su familia los gratos recuerdos de aquellos momentos. Tampoco expresaría bien aquí la amistad que hacia él profeso.

En cierta ocasión, en Oviedo, después de aparcar su coche, vio pasar a un amigo suyo y me dijo:
-¡Mira. Ahí va Santiago!

Yo pregunté quién era ese señor, y si yo lo conocía. Después de darme la oportuna aclaración esperamos su llegada y me fue presentado aquel ilustre personaje, hoy ya difunto. En aquel acto dijo:
-Hola Santiago, voy a presentarte a un amigo de Grandas de Salime.
A lo que contestó el aludido:
-No me digas nada, me imagino que es Pepe el ferreiro.
Desconcertado dije: -¿Nos conocemos y acaso yo no lo recuerdo?
-No, ¡qué va! Lo que pasa es que me hablaron de ti en el Polo Sur; siete minutos más de longitud Sur de ese Paralelo, donde llegó Cousteau con su barco.

Si mi desconcierto era grade, no lo fue menos aquella contestación a la que no podía encontrar sentido.

Así fue como conocí al capitán de Idus de Marzo, que había ayudado a que ese barco llegase en su singladura, a la zona antes citada de los hielos polares, con el riesgo de quedarse allí varado cuan Admusen o Escoot.

Ese osado o intrépido capitán era Santiago R. Cañedo, que en las largas noches del Polo, había escuchado muchas historias contadas por la tripulación de aquel IDUS DE MARZO, fabricado en Navia. Uno de sus marineros había recalado en mi casa después de visitar a un amigo en el Foxo, Negueira de Muñiz (Lugo) y he aquí la casualidad por la que Santi, daba razón de mi persona.

Su padre había sido el jefe de mantenimiento en la papelera de celulosa C.E.A.S.A., y del Museo de Grandas se había llevado algunos brotes del nogal que domina el corral, para injertar en Grado, su tierra natal.

Durante varios años mantuve con esta familia asiduos contactos.

No hace mucho, Cañedo (padre) y su nieto Santiago, estuvieron en Grandas visitando el Museo. Me entregaron alguna pieza, entre las cuales había un silbato de una máquina de vapor, que espero seguirá custodiada en el lugar.

Podría narrar largamente la feliz circunstancia de tratar  a tan entrañable gente, pero esto daría lugar a que el quid de la cuestión fuera desviado excesivamente. Es más, aunque el tema sea sucinto, forzosamente seguirán los habitantes de Grado relacionados con el fondo de la cuestión. Y que conste que lo que aquí aseveraré es producto del gran ejemplo que de Santiago recibí en su día. Sólo él, sólo aquel hombre que contagiaba entusiasmo, podía mantener vivo un recuerdo. Si ese ejemplo se puede llevar a cabo, sea pues en su memoria y en la de aquéllos que continúan su labor. Las grandes empresas surgen de esos grandes hombres, que con sus acciones dejaron su herencia en esta sociedad. No importa si fueron entendidos o no, porque sólo el tiempo demuestra que Santi fue un visionario. Un visionario de desconocidos continentes y preocupado por el medio en que le tocó vivir. Gracias amigo mío. Gracias en nombre de toda esta irresponsable sociedad que camina con una venda en los ojos en un viaje naturalmente a ciegas.

-Fin que se persigue-

Aunque quede meridianamente demostrado que a lo largo de los años siguió latente un proyecto heredado de una amistad, creo necesario dejar constancia, al menos, de que no se cejó en el empeño.

Santiago R. Cañedo llevó a cabo una instalación pionera: una explotación de humus de estiércol, con lombrices que elaboran ese producto, que es hoy un ejemplo a seguir, y así lo hacen su viuda e hijo. Cuando él narraba sus excelencias, posiblemente fuera visto como una fantasía. Sin embargo, ahí está esa planta para asombro de todos.

Por mi condición de consorte con Olga García López, natural de Belmonte, conozco algo tanto este concejo como el limítrofe de Somiedo. Años recorriendo estos abruptos y hermosos lugares, me hacen partícipe también de sus problemas y carencias. Sobre todo me preocupa ver como su bello y protegido paisaje se mancilla con un deplorable espectáculo. No me refiero a su patrimonio, sino aquel que es patrimonio de todos: sus montañas, sus ríos, su vegetación y, en definitiva, esos recónditos escondrijos donde sus habitantes ocultan parcialmente las deposiciones de su cabaña ganadera e incluso las propias, que a través de los estercoleros, van mezcladas con el estiércol de sus vacas. Se evacuan los purines al río Pigüeña y al Somiedo. Se convierte este espacio, ahora protegido, en una cloaca, bajo la anuencia de aquéllos que representan la teórica protección. Llevo años observando esta deplorable conducta sin que en ningún momento surgiera el más mínimo interés por corregirla. Sé, y me consta,  que Santiago y su esposa Pepa, emprendieron en su día negociaciones con los responsables municipales de Somiedo. Aparte de los macroproyectos y despilfarro al que sometieron los ayuntamientos en toda Asturias, fueron incapaces en este de Somiedo a pararse a escuchar a este hombre, que desde Grado, proponía limpiar todo un concejo.

Sin embargo, no le importó gastar millones de euros en una planta embotelladora de agua para hipotéticos bebedores ¡Claro, los purines y estiércol son un mal ejemplo para el turismo! ¡La mierda intelectual de los alcaldillos y sus seguidores no se ve! Y sí el río huele mal es durante poco tiempo. Además ¡para algo estará la mar! En fin, que así estamos y así seguiremos mientras el triunfalismo de los mediocres impere.

Puede parecer exagerado, pero es la realidad de los que no les preocupa cómo se halla su concejo. Se hace todo de cara a la publicidad. Mantener el poder a costa de lo que sea y mientras el ciudadano les vote, no importa dónde tira el estiércol de sus vacas. El regidor contento al seguir demostrando el éxito de sus mandatos. Los votantes, muy ufanos, se vanaglorian del triunfo de su pastor y al final, todo un engaño, como se demuestra viendo los resultados.

Aquel orteguiano pensamiento que decía a principios del siglo pasado: “Cuando la ignorancia se deja conmover por alguien se trata, casi invariablemente, por un personaje ruin e inferior que se pone al servicio de los instintos multitudinarios” ¡Qué vergüenza siente uno al ver como cien años después todo sigue igual! Pero con el agravante de que ese mismo pueblo, carezca de criterios para evitar estas tropelías. ¡Cómo se aprovechan de él los cínicos, los que careciendo de todo escrúpulo lo manipulan! Se benefician económicamente y pignoran el futuro de ésos a los que dicen servir.

Las primeras veces que recorrí Somiedo ni siquiera había esas vías de comunicación que hoy permiten desplazarse con cualquier tipo de vehículo. En esto sí salió ganando el concejo. Recuerdo cuando Cobrana alquilaba aquella cabaña junto al lago del Valle. O si ibas a la Pornacal, podías dormir en la Cabana de Blanquillo. Eso desapareció por una estricta ley que lo prohíbe. Es posible que dada la masificación se hiciera necesario. No lo sé. Pero por aquel entonces no había grandes montones de chucho escondidos en los recovecos de los caminos. Es cierto que existían, sí, pero no con la profusión de ahora. Puede ser que la cabaña ganadera aumentase y, por lo tanto, ese estiércol sea ahora más abundante, pero ¿Por qué el señor alcalde, cuando Santiago R. Cañedo propuso la limpieza del concejo, no le hizo caso? ¿Por qué se habló de millones de pesetas a sabiendas que esto era la forma disuasoria de retirar a los que podían llevar a cabo aquel modesto proyecto? ¿Por qué Sr. Fervienza?  ¿Por qué se empeñó usted en envasar agua y dejar la mierda en los caminos? ¿Por qué no les cuenta a sus vecinos que aquella hermosa empresa aliviaría a los ganaderos de un problema de medio ambiente? ¿Por qué no hace nada (como otros muchos) por su concejo? ¿Por qué sigue embaucando a los que le votan con el cuento del Parque Natural de Somiedo, cuando sabe que tras este pomposo nombre, se esconden los detritus de sus roxas vacas? ¿Por qué, señor Fervienza, deja que sean los vecinos los que corran con el riesgo de encontrarse a los Rurales, cuando a escondidas descargan sus tractores? En fin, ¿por qué no les cuenta a sus prosélitos lo que cuesta tener una piscina climatizada, sauna y construcción alienígena en un lugar idílico como Somiedo? Digo a sus seguidores porque, a veces, al adorar al líder no se ven sus defectos.

¿Por qué esa ostentación cuando le importa poco mancillar su tierra con estercolereros piratas? ¡Ah! Y no culpe a los que tiran el mantillo, que bastante problema tienen. ¿Por qué esa manía de destruir lo agradable a la vista? ¿No les bastó convertir lo que fue una hermosa villa en un lugar sin personalidad? ¿Por qué se empecina en acabar con lo bello?

¡Qué el Universo le perdone a usted y a aquéllos que lo secundan! A los que con su firma avalan sus tropelías, porque ellos no saben lo que hacen.

Es posible que surjan en este concejo personas cuya creatividad los lleve a la instalación de esa planta de HUMUS. Si es así, espero que usted, señor alcalde, sepa protegerlos, o al menos no entorpecer su proyecto como hizo con la familia M. Cañedo, de Grado. Si así lo hace, será lo que haga bien por su tierra, paliando con esta acción la megalomanía del desacierto.

Deje las grandezas equivocadas para la tierra de los Faraones, porque al fin y al cabo, con errores ni el panteón nos distinguirá.

Sé que una fiera amenazada es peligrosa, y un mal político acorralado puede intentar dar zarpazos con ferocidad. Sea usted sensato y subsane en la medida de lo posible, las actuaciones de aquel que pretende emular a los más torpes. ¡Ah! Y puede dar recado en el Gobierno, que es usted autónomo y no necesita males consejos. Además los caciques no suelen acertar.

Paso grandes temporadas en el noreste del concejo de Belmonte, en Aguasmestas, a unos 30 metros de donde comienza Somiedo. Sepa, señor Fervienza, que en mi ánimo está la colaboración. Por ser crítico padecí el asedio de alcaldes caciques que ayudaron a llevar este país a la ruina ¡No sea usted uno más! Medite lo expuesto y ayude. La Naturaleza y sus administrados a la larga lo agradecerán (yo por consiguiente).

Haxa salú.