domingo, 3 de noviembre de 2013

Involucionismo



Hace muchos años, íbamos paseando por una playa un amigo y yo.

Me interesé por cierto pez que nadaba en las aguas someras, delante de nosotros, y cada poco se introducía en la arena. Cuando lo sacábamos de su escondijo, nadaba un buen trecho y otra vez se repetía, con rápido aleteo, el hurgar en el arenoso sedimento, que lo hacía invisible salvo por aquella arma, que en su aleta dorsal, permanecía semienterrada y portaba el veneno. Anda y charla, y después de un buen trecho, sentí un gran dolor en mi pie derecho. Fue tan agudo que creí que me había seccionado el dedo pulgar con una botella rota. Ni siquiera me atrevía a sacar aquel pie tullido por la agresión, del agua. Cuando Mandi, mi amigo, vio lo ocurrido me dijo: -A ver si te pinchó un “escorpión”. ¡Un escorpión! ¿Con la poca agua que había? ¡No podía ser! Pero…¡hay amigos! ¡sí era! Era ese pez que su nocivo veneno lo hace digno de tal nombre.

Desde aquel día me prometí que si volvía a la playa, lo haría en madreñas o en botas de goma. A mi esposa le pareció ridículo que fuera con semejante calzado, así que no volví en bastante tiempo.

Lo hice no hace mucho, impelido por la familia. Me puse a la sombra de un parasol, ¿…o quitasol? a cien metros al menos de la orilla de esa procelosa  mar, que alberga en sus aguas la “escofina”. Allí medité sobre esa teoría darvinista que dice que todos los seres evolucionaron partiendo de los océanos. Será así, pero el género humano tiende a la involución: vuelve a la playa en verano. ¡Aquello estaba lleno de gente, pero, salvo alguna sirenita que había sustituido en tierra su escamosa cola por dos bellas piernas, lo que más se veía eran adiposos seres, emparentados con la marsopa y el león marino. No entiendo mucho de cetáceos, pero de verdad que los humanos tendemos a parecernos a ellos. La querencia hacia el lugar de origen es para calentar la sangre (como la iguana).

Haxa salú

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