Al pastor de ovejas se le llama
en el occidente de Asturias pigureiro,
que en el gallego de la zona también puede referirse a un pícaro. Las picardías
pueden gustar o no, pero abundaban en la
zona rural, donde no se leía mucho y la transmisión solía ser oral.
Como bien dice cierto pasaje del
Quijote: -“Digo, señor don Quijote -dijo la duquesa-, que todo cuanto vuestra
merced dice va con pie de plomo y, como suele decirse, con la sonda en la mano”
(con prudencia). Lo mismo digo: no hay mala intención, sino hechos.
En cierta ocasión, de esto hace
muchos años, una maestra que había contraído nupcias en su tierra de origen,
echaba en falta el tálamo conyugal. Para desviar la atención de su querencia
hacia la lascivia, solía dar largos paseos. Anda que anda, llegó a un paraje en
el que meditabundo, se hallaba un tímido pigureiro
de no más de quince años. La adolescencia era más inocente que en la
actualidad, y hablar con la maestra no resultaba fácil para el aldeano zagal.
Ella, como buena pedagoga, sentada a su lado hacía preguntas al huidizo chaval,
que se iba alejando cada vez que sentía el cálido muslo de aquella bella
señorita. Pero todo se acaba y la pared del cierre no daba más para su huída.
Acorado en aquel lugar y viendo la enseñante su congoja, le ofreció tres
pesetas por un “servicio”. ¡Aquello era
mucho dinero! Era tanto, que el pigureiro
accedió a dejarse hacer. Así comenzó aquel intercambio entre el ovejero y la
maestra.
Entre jadeos decía él:
-¿Me
dará las tres pesetas?
-
¡Sí, sí, pero sigue ¡hombre!, sigue!
-¡Hay
Dios! ¡Entonces dellas a mía madre que eo
morro! (Entonces déselas a mi madre que yo me muero)
Haxa salú
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