miércoles, 5 de febrero de 2014

Los bautizos




En Grandas de salime, a 23 de junio de 1997
 


Hace unos 50 años los niños eran bautizados a los pocos días de nacer. Era tal la premura que, en algunos casos, no se esperaba ni tres días para acristianar al infeliz pagano, que nada tenía que ver con la manzana que se comiera, en cierta ocasión, la casquivana y fogosa Eva.

No estoy muy seguro, pero creo también recordar que no se ungía, con el mismo celo, a las clases más desprotegidas, aunque desprotegidos estábamos todos en mi pueblo.

Qué gran acontecimiento era, por aquel entonces, el bautizo de un niño. Controlábamos todos los partos de la Parroquia. Aunque entonces los niños  venían de Paris, en el barrio del Ferreiro, bien fuese por precocidad, bien por ser de barrio marginal, no nos creíamos la versión que nos daban nuestros mayores.

Se oficiaba el Sacramento del Bautismo, casi siempre, en semana y por la tarde, en la hora sexta, es decir, desde que el Sr. Cura dormía la siesta. Casos había, del niño rico, que era bautizado después de la dominical Misa de Doce.

Se hacía necesario conocer de antemano quién apadrinaría en la fe cristiana al infiel. Si era desprendido, y nos parecía rico, estaba asegurado el éxito del acontecimiento, pues como del cielo caídos, habría caramelos, perrones, perrinas y hasta pesetas en algunos casos.

Nos agolpábamos en derredor de la pila bautismal, de tal manera que Antón, el sacristán, también repartía coscorrones con profusión

Después de que el cura obligara al padrino a repetir los “fiden” de rigor, y que no le obligaba de palabra porque no sabía latín, pasaba a la sacristía el padre putativo en materia religiosa y moral, para firmar lo que había jurado en la jerga del oficiante.

¡Qué larga se hacía aquella espera! ¡Qué griterío a la puerta de la Iglesia!. Griterío directamente relacionado con el tamaño de la bolsa de los caramelos, siempre custodiada por algún familiar del recién acuñado cristiano. Reyertas y luchas para defender el puesto más cercano a la puerta por donde debía aparecer el padrino. Puestos defendidos con audacia y que, a veces, los frustraba éste saliendo por la puerta lateral.

Una vez que el padrino lograba calmar aquella algarabía, comenzaba a tirar los caramelos a grandes puñados. Ora a la diestra, ora a la siniestra. Aquella dulce lluvia nos hacía desplazarnos, cual alocado vendaval, delante del caprichoso repartidor de las sabrosas golosinas, perronas y pesetas “rubias".

Si el resultado de la recogida de aquel maná era satisfactorio, se daban vivas a los padrinos. Solía ocurrir, en muchos bautizos procedentes de familias muy humildes y por desgracia proliferas, que, lógicamente, no encontraban al padrino acaudalado que pudiera permitirse el dispendio carameril. Entonces, de forma despiadada e inocente, los niños coreábamos a voces: “bautizo, bautizo cagao, si cojo al niño lo tiro al tejao”. Sometíamos al más humillante bochorno a aquellas, ya de por si, atribuladas familias, cuyos hijos no traían precisamente un pan bajo el brazo.

Hubo cierto niño que por negligencia, pasó de los cinco años sin haber sido bautizado. Por su temprana edad podía creerse que su candidez y lenguaje correspondía al del inocente y tímido pagano. Cuando el párroco procedió a ungirle se sintió molesto, y al verterle agua bendita sobre su cabeza, dijo: -¡Hostia!, Sr. Cura, ¡qué fría está!

Haxa salú

Dedicado a José Luis Pascual, en compensación por el susto que pasó el día que se incendió la Colegiata de Grandas de Salime.