viernes, 28 de diciembre de 2012

“Lugar: castañeiros de Piquín”



Cuando se presentó en el Club de Prensa de la Nueva España mi primer libro sobre Artes y Oficios, en el que figuraban los Potajes, Matanza del gocho y la Colada, me hizo cierto reproche Juaco López Álvarez, recién nombrado Director de Patrimonio. Dijo que en aquel trabajo debiera figurar el pan. No le faltaba razón. Lo que no expliqué en aquel momento es que ya tenía escrita la crónica sobre ese tema hacía varios años; pero con el paso del tiempo, me di cuenta que muchos de los trabajos estaban enlazados entre sí, por diversas causas.

Si consideramos que la vida del campesino fue ingrata en muchos aspectos, comer pan era el duro castigo bíblico que padeció su cultivo con estoicismo. Al escribir, hace tiempo,  la crónica titulada El cultivo del cereal, descubrí esos trece verbos de la primera conjugación y dos de la segunda que hacían el relato conmovedor, en cuanto al trabajo que ello conlleva. Siempre quedará algo que, por obvio, pasa inadvertido para el que conoce el tema. Sin embargo, no faltará quien crea extenso el asunto, si partimos de la aseveración que para hacer pan sólo necesitamos harina, agua, formento[1], sal y un horno lo suficientemente caliente donde cocer las hogazas. No se puede ser breve cuando los propios acontecimientos exigen esa prolijidad ineludible.

Hoy este relato pretende ir aún más lejos con otros temas que, aunque pueda parecerlo, no son inconexos entre sí, pues la fabricación de la axada[2] debe incluirse en primer lugar. Ésta es protagonista en el cultivo al cavar y renovar tierra que pasa de terreno inculto a colaborar en la manutención de aquellas depauperadas gentes.

Conozco algunas anécdotas de este hacer, que se convierten en desoladoras, habiendo conocido a sus protagonistas. Se omite el nombre por las razones que Usted, lector, sabrá entender.

En un pueblo del concejo no ha muchos años, vivía cierto hombre que trabajó denodadamente para mantener a su prolífica familia. Madrugaba y se iba a hacer la cavada. Por regla general, los montes que se dedicaban a este menester no solían estar cerca de los pueblos, por lo tanto, cavaba hasta la hora de comer; pero llegada ésta, nuestro abnegado campesino seguía su trabajo, porque sabía que su esposa no podía llevarle algo de sustento. Bastante tenía ésta con las labores de casa y con atender a sus innumerables hijos. Él cavaba y cavaba hasta caer extenuado. El sueño y el cansancio hacían mella, y se quedaba dormido largo tiempo. Cuando despertaba, ya bien entrada la tarde, iniciaba de nuevo la tarea y con insistencia emprendía aquel duro trabajo, hasta que los rayos del sol desaparecían en el horizonte. Así, la mayoría de los días, alternaba sus quehaceres con el de cavar la dura tierra. Resulta fácil entender que su alimentación era poco más que de subsistencia. Cierto día en el que había asistido a las exequias de un vecino de la parroquia, después del acto religioso, se hallaba con un grupo de vecinos en la cantina del pueblo en el que se había erigido la iglesia y el campo santo. Allí, entre convite y convite, consumieron un chorizo que se incluía en la ronda. Después de haber comido unos 4 ó 4, con sus correspondientes vinos, acordaron emprender la marcha a sus lugares de origen, diciendo al cavador:
-¡Bueno amigo será hora de irnos! Creemos que no querrás, a estas alturas, ayudar a comer otro chorizo. A lo que contestó:
-¡Otro no. Me comía yo solo media docena!
Dejó esto tan atónitos a sus amigos que dijeron casi al unísono:
-Por eso no quedes incómodo, los pagaremos entre todos.
Hete aquí, que nuestro improvisado Pantagruel, con inusitada voracidad, se engulló 6 chorizos más. Después de esto, salio la consabida frase de irse, sin el más mínimo comentario.

La humillación económica y “frugal” de nuestro personaje fue definitiva, así lo creían los patronos del ágape, pero dijo el tragaldabas:
-¡Parece que quedasteis incómodos! No os preocupéis; si hay que comerse medio litro de pingo a cucharadas, como sopa, allá lo paso al coleto.

Convencidos de que el hombre no podría con semejante potingue, y que al final caería vencido por el exceso, pagaron la manteca de cerdo, ligeramente calentada para ser consumida como el comensal pedía. Terminado el tercer acto de aquel proteínico banquete, fueron desapareciendo los anfitriones del escenario, del  que podía haber sido un asesinato o tragedia griega, sin recurrir a ponzoñosas semillas de tejo.

Quedó en el chigre el cavador, después de aquel mutis por el foro de aquéllos a quienes no preocupaba haber abandonado al prolífico padre de la familia que comía el pan que  cavaba en el monte.

De ahí salió y anduvo la primera legua con la incomodidad propia de la gran comilona. Pero después del primer pueblo por el que era obligado pasar, y sabiéndose amparado por la soledad de la noche, no pudo resistir más y cayó fulminado. Abatido por la ingestión desmesurada de aquellas proteínas que, con seguridad, lo conducirían a la muerte, llegó a un rincón de la senda y allí esperó el fatídico momento. Casi sin conocimiento, y pensando en sus hijos, su mujer y las dos ancianas que eran su madre y su suegra, esperó el fin de sus días.

¡Ah! Pero nadie se muere cuando cree llegado ese momento crucial de exhalar el último suspiro. Al haber ingerido tanta grasa, dio por entendido su final, pero se salvó porque su estómago rechazó aquel duro alimento y así, después de horas, emprendió de nuevo la marcha hacia su casa.

Conocí varios casos de estos, porque aquéllos que sufrieron hambre y un día comían, solían ser tragones. Si a esto añadimos las duras faenas del campo, y en particular la cavada, no son de extrañar los excesos de nuestro personaje.

No cabe duda que si empiezas un tema la cosa enlaza y así sigue lo de los tragaldabas.

El personaje que aquí figurará, hace años que falleció. Fue un gran amigo de mi padre. Fornido él y un gran maestro como ferreiro[3], pasaba a veces algunos días en la fragua de mi padre, ayudándolo en las labores propias de la misma. Recuerdos tengo de mi niñez de verlo en la cocina de lareira[4] del Ferreiro en las largas noches de polavila[5].

Lógicamente, las anécdotas que de él se describen son aquéllas de las que oí hablar, pues no fueron actos en los que yo estuviera presente. Sí sé que aquellos excesos le acarrearon una intervención quirúrgica que ocasionó la pérdida casi total de la víscera estomacal.

Vivió en Grandas de Salime. Trabajó en el salto del mismo nombre y más tarde, se fue a Avilés, donde falleció años después. Lo trataré como el “ferreirón” dada su corpulencia y pericia. Dicho esto, comencemos con sus peripecias alimentarías o curiosas ingestas, de difícil comprensión para estómagos delicados.

Cuentan que en una ocasión se comió una empanada de moscas. Parece ser que sus amigos se prestaron a cazar moscas y en una panadería de la localidad, y con el producto de esta afición cinegética, se le preparó la empanada. Pero no fue sólo esto. En tiempos no tan lejanos, las moscas eran compañeras de los habitantes de la casa. Esto no es extraño, ya que las cuadras con sus animales, convivían en los bajos de las mismas. El estiércol se amontonaba en los aledaños, y los orines y excrementos de todo origen, eran algo común en los pueblos. Esto dio  lugar a que en cierto comercio-cantina las moscas proliferaran como tales, y allí, un grupo de parroquianos asiduos del establecimiento y con los efluvios propios del vino, cazaron moscas hasta llenar algo más de la mitad del vaso del “ferreirón”; terminando de llenarlo de vino se lo pasaron al comensal, que dijo su repetida frase antes de tomárselo:
            -¡Probe del bicho que cae en la boca de otro bicho!

Hubieran ocurrido las cosas así o no, así lo transmito.

Se dice también que en el mismo establecimiento, tiempo después y en época estival, entró un murciélago. Era algo corriente en tiempos que dípteros y  otros insectos se acercaban a la “fuerte” luz de mortecinas lámparas, que no era mayor que la de un candil de queroseno, en la recién inaugurada red eléctrica. Los pequeños mamíferos voladores invadían los establecimientos, más o menos iluminados. Uno de ellos comenzó a sobrevolar a los contertulios. ¡Boinazo va y boinazo viene!, cayó abatido aquel antepasado de época diluviana que aún no se había desprendido de sus membranas interdigitales, y que se sustentaba de insectos voladores y le atraía la luz, o su cena. El golpe “pucheril” o “gorrazo” lo dejó exánime en el suelo, donde fue recogido por aquel fuerte “ferreirón” que dijo:
            -¡Agáchate compañero, que vas a pasar un túnel!

No me extrañaría que aquel acto fuera un truco del ferreirón. Estoy convencido que ni él se hubiera tragado un murciélago entero. Su habilidad era manifiesta y no es de extrañar que los testigos cerraran los ojos ante la escena que allí se representaba. Claro que esto no resta importancia a su inusual comportamiento; pero sí quiero resaltar aquí, que este hombre era inteligente, hábil y además, no se le puede tachar de botarate. Así que cualquier comportamiento era posible, ¡pero no torpeza!, aunque hubiera excesos.

Cuando se fue a trabajar a ENSIDESA, en Avilés, hubo otra pequeña anécdota que me parece oportuno anotar aquí. Después de una tarea, que ejecutaron los obreros, en cuya plantilla estaba el ferreirón, les pareció que aquel “triunfo” laboral merecía el brindis del desquite, y acordaron que uno de ellos saliese del recinto de la Empresa Nacional Siderúrgica, para traer consigo una damajuana de vino. Como cabe esperar, no podía ser otro el recadero que nuestro personaje. Así fue. Pero a la vuelta, con su garrafón de cuatro litros de buen vino peleón, lo pararon en el control de aquella en ciernes empresa de la futura ruina del país, y le prohibieron entrar con semejante carga de alcohol. Por más explicaciones que dio el porteador, y cuanto más justificaba su actuación, más duros se mostraban aquéllos que, años después, en ese mismo control, no les importaba salieran camiones cargados con toneladas de laminados de aquella ENSIDESA, que producía excedentes para los corruptos. ¡En fin!, íbamos en lo del vino. Hete aquí que adujo el ferreirón: ¡El garrafón no pasara, pero el vino sí!, y con las mismas,  se metió entre pecho y espalda los cuatro litros que la damajuana contenía.

Haxa salú.

En Grandas de Salime, a 20 de julio de 2012


[1] Levadura
[2] Azada
[3] Herrero
[4] Cocina de fuego bajo, lar.
[5] Reunión de amigos y vecinos

martes, 18 de diciembre de 2012

“Tener luces”

En cierto pueblo, al que llamaremos “Buscabroneiro” de no sé qué más, había un grupo de vecinos muy unidos, a los que cualquier cosa les ponía de acuerdo para defenderse entre sí. Eran algo parecido a los de Fuenteovejuna, pero más yuxtapuestos unos a los otros. Oséase, no había quién los venciera en la batalla común, porque iban todos a una. 

Tengo entendido que en una ocasión cuando no había luz eléctrica en el pueblo, fue por allí un técnico para decirles por donde iba a pasar la línea. Hete aquí que aquel tendido pasaba justo por encima de un castaño, propiedad del único que no vivía en el pueblo y era además la oveja negra de aquellos unidos vecinos. Era la parte discordante de aquel grupo que confirmaba la regla, o sea, era una excepción estulta y enrevesada. Tenía, al parecer, influencias hasta con la empresa eléctrica. Tanto es así, que se creía que dijeron por aquí va la línea, porque sabían que él no dejaría pasar. 

Fuera así o no, se reunieron los “buscabrones” y dijeron: 

-A este cabrón lo escornaremos.

Reunieron unos cuantos euros, digo duros, y compraron la voluntad del encargado de la cuadrilla de líneas. De esta manera, la línea en vez de recta, era un poco curva y evitó este arbolón de la familia de las cupulíferas. Al poco tiempo había luz en el pueblo, auque en la actualidad queden algunos sin ella. Hubo una gran celebración y bailaron felices, debajo del castañón. ¡Ah!, pero su enardecido ánimo los alentó, y urdieron la que podía ser la gran venganza. Unos pusieron el tronzador, otros el hacha, los de más allá lo afilaron, los de más “pacá” se turnaron tirando de los cabos del tronzador y los otros vigilaron, porque las noches oscuras se habían acabado con tanta bombilla. Así fue como el ciclópeo castaño, en un santiamén cayó, si haber tenido culpa de tener un mal propietario. ¡Bueno, creo que caería igual! 

Un caluroso día de sol aparecieron por el pueblo una pareja de la guardia civil, acompañados de gente del ayuntamiento, juzgado de instrucción y demás comparsa, amigos de los árboles (o del amo del castaño). Iban para indagar qué había pasado en el pueblo de los “buscabrones”. 

¿Se imaginan un pequeño pueblo donde la primera casa está a un kilómetro de la última? Pues después de un sofocante paseo de una casa a otra sin lograr la flaqueza de aquellos vecinos que estaban a la sombra, los acabaron llevando a la villa. Allí, en el juzgado, las mismas respuestas. 

 -¡Ay!, ia you nun sei nada. 

Así una y otra vez hasta que al final los dejaron marchar. ¡Pero como la justicia, aunque ciega, es muy ladina!, cuando bajaban la escalera dijo el juez a Don Eugenio: 

-Usted sabe algo más de lo que dice, Don Eugenio. 
-Es posible, señor juez, es posible, pero me lo callo. 

Por eso, “tener luces” siempre vale. 

Haxa salú

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Ecología

FORXA DE FERREIRO

Hace 60 años la ecología no era como hoy. 

Hoy mucho hablar del tema y sin embargo, si quiere usted saber lo que esa palabra significa, sólo tiene que dar un paseo por cualquier carretera del terruño. 

A la ida, las botellas de agua, los botes de bebida energética, cajetillas vacías de tabaco (en las que la marca queda casi anulada por aquello que el tabaco mata), algún que otro papelillo y otras cosillas que es posible, contuvieran chocolate y mala leche. A la vuelta, el espectáculo es parecido. Si hay espacio para aparcar, el vulgo para a comer y, salvo raras excepciones en las que el ciudadano y esposa recogen los envases vacíos, muchos abandonan todo “al ventestate”. Él o ella, ordenados, dejan el pañalito de su vástago bien doblado, con el producto de la ingesta y posterior evacuación, en la orilla, junto a la maleza de lugar. Otros pueden “olvidar” el paquete a la vista de todos. ¡Ah!, pero es fácil que usted vea también otros despojos de papel absorbente, que dan lugar a confundir lo que sólo fue menstruo, con los vendajes de una cruenta batalla. Así, poco a poco, su paseo se convierte en una incursión de los aledaños de un basurero. ¡Qué país!, que lo estamos convirtiendo en una cloaca. 

¡En fin!, lo que yo quería contarles es nuestra relación con el medio, que llega a extremos que, de verdad, da vergüenza pertenecer a este grupo del que dicen es racional. Porque hasta los irracionales nos dan ejemplo, si los miramos y tenemos en cuenta. 

Hay en Somiedo, en el pueblo de Pigüeces, una casa que llaman de Bibiana. En ella, no hace muchos años, vivía un grupo familiar que, como en todos los pueblos, era numeroso. El único varón, Manuel, al que todos llaman Lolo, me contaba lo ecológico que era su burro, asno, jumento, rucio, rocín o pollino, del que ahora no recuerdo ningún apelativo más. Era, al parecer, este rocinante de capa negra; quiero decir de negro color –aunque estos solípedos suelen ser grises- y largas y ligeramente caídas orejas. En fin, un pollín como todos que, para más señas, si no son mordiscones (que muerden) no son peligrosos. Éste tenía una gran peculiaridad: era tan respetuoso con el medio, que no se parecía a los humanos. Fíjense ustedes si era bien considerado con el paisaje, que después de comer Lolo en el campo le daba las sobras al pollino. El respetuoso borrico, se las comía y además, si las viandas habían sido envueltas en papel, no le importaba si el aséptico periódico estaba engrasado, pues lo ingería tan tranquilo; claro que, con estas buenas maneras, a veces se pasaba un poco. En cierta ocasión, cuando 100 pesetas eran 100 pesetas, nuestro jumento se las comió, mientras el vecino iba a un recado. Otra vez que venía cargado con avena, se quedó solo a la puerta del chigre mientras su amo tomaba un refrigerio, pues se zampó parte del saco y una buena ración de avena que se escurría por la abertura. 

¡Claro!, nosotros somos racionales o animales de veinte uñas, como dicen los portugueses y se decía aquí en Grandas.

Haxa salú 

En Grandas de Salime, a 20 de septiembre de 2012

miércoles, 28 de noviembre de 2012

TANI

Hoy, día 28 de septiembre, me llamó por teléfono mi amigo Sandalio Linera Martínez. Hablamos de varios temas, entre ellos la historia de la máquina de fideos sobre la cual ya escribí una crónica. Esta variada conversación despertó en mi memoria hechos un tanto confusos o abstractos, que surgen con clarividencia. Así, entre los dos, completamos aquella historia que permanecía en ese cajón de los recuerdos, que alguien abre, para que surja con nitidez aquello que permanecía oculto en nuestra vieja mente.

Hay cierta canción que a veces tarareo, de la que nunca supe su origen. Gracias a este amigo recordé aquello que estaba aletargado en el cerebro. Es curioso cómo la sinapsis vuelve a poner en contacto las neuronas y recordamos lo que ocurrió hace muchos años, y sin embargo, no somos capaces de recordar cosas que sucedieron el día de ayer.

Conozcamos la canción que cantaba la vedette del teatro: ¡Ay Tani, que mi Tani!

¡Ay Tani, Tani que mi Tani!
Ay Tani, Tani que mi ta… 
Ay tani, Tani morena de sangre española, 
que corre en tus venas la sangre real. 
Una y una dos, dos y una tres
no sale la cuenta porque falta el churumbel. 
Y los novios que están en Graná 
han venido de tierra lejana 
el blanco pañuelo y la raza calé 
que no hay en Graná 
una novia más guapa ni habrá. 

Desde luego, no sé si aquella vedette del “Teatro Argentino” era gitana, pero por el texto de la canción, casi seguro que lo era.

Debo describir aquel teatro que actuó en Grandas, del que mi amigo Sandalio recordaba más que yo.

Hacia el año 1947-49, y años posteriores, trabajaron en el Salto de Salime un sinfín de obreros. Esta avalancha de gente foránea, dio lugar a que en la villa surgieran espectáculos variados. Unos itinerantes y otros, como el cine, fijos o alternos, por una cuestión del cambio de sus propietarios o administradores. Entre aquellos que llamaremos esporádicos, surgió éste que llamó mi atención, no sólo por la farándula, sino porque su aforo era importante.

Son, como ya dije, recuerdos de niñez que este amigo sacó a colación, porque sabe de mi interés por lo acaecido en el lugar en que nacimos. Tanto fue así, que si yo recordaba una alta valla, él le puso color. No sé si de forma un tanto confusa, aparecen en mi mente aquellas sillas plegables o éstas son las que había en el cine, lo que da lugar a que mis recuerdos no sean concretos. De todas formas, en lo que sí coinciden los datos, es que el teatro se llamaba Argentino, y situara su tramoya en el solar que hoy ocupa la que fue llamada casa de Goy, que por entonces, estuvo destinada para la construcción de la casa de la Dirección; mansión para los ingenieros de la obra, de la que sería largo dar noticia aquí. Parece ser que una gran parte de aquel mobiliario siguió allí un tiempo. Si fue así, yo no logro recordarlo.

Lo llamativo de esta historia es que aquella canción perduró en el tiempo, dando lugar a que la letra pasase de boca en boca, es más, un primo mío puso de nombre a su perra Tani. Era él algo aficionado a la caza y la mantuvo durante un tiempo. Años después, pasó Tani al caserío de San Feliz, lugar que hoy está sumergido o engullido por el embalse de Salime. En la planta baja de la casa de Grandas donde vivía Heriberto, el hijo de una hermana de mi padre, se había instalado un chigre o cantina, el Tercio. El arrendatario de aquella venta, se llamaba Arturo, y estaba casado con Amparo, hermana de Félix, el que había sido agraciado con la manutención de la vivaracha Tani. El embarazo de Amparo hizo que, casi al final de la gestación, volviera a su domicilio aquella Tani. Se harán ustedes la pregunta del por qué mezclo en la narración a las personas con esta setter. Pues es muy sencillo: cuando Amparo dio a luz a su hija Amelia, Tani tuvo que ocuparse de dar la buena nueva a la familia que vivía en San Feliz. Claro, se estarán haciendo la pegunta de cómo, si los perros no hablan. Pues bien, se recurrió a poner una nota en su collar y una lata en la cola, de esta manera, “la Tani telegráfica” llegó al caserío en un santiamén, portando la noticia del nacimiento.

Y para terminar: Ay Tani, que mi Tani…  

Haxa salú
 En Grandas de Salime, a 1 de octubre de 2012 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

MÁQUINA DE FIDEOS


En una pequeña agenda me encuentro unas anotaciones que hice en el año 2006. 

Parece ser que en la casa de Dámaso Villaverde, en el segundo piso, vivía un guardia civil y su esposa. Casi seguro que esto fue antes de la guerra civil, porque más tarde se instaló allí el Sindicato Vertical del franquismo; claro que este matrimonio, como no tengo noticia que tuvieran hijos, bien pudiera ocupar sólo la cocina, la galería y el dormitorio y el Sindicato el resto de las dependencias. De cualquier manera, allí vivieron. Él se llamaba Felipe y ella Constanza. Ignoro el apellido porque mi informante tampoco lo sabía. Lo que sí recordaba era haber visto los fideos que fabricaban, colgados a secar en la galería. 

Con estos datos se me plantea un dilema: la prensa de fabricar fideos que recogí en casa del barbero Dámaso ¿era de él o de este matrimonio? De todas formas, me la donó Manuel Villaverde Pérez, y no tiene demasiada importancia quién fue el usuario de la misma, ya que la certeza con la que un objeto del Museo puede ser documentado, no aumenta el valor museístico de éste. Su función, diseño o utilidad están, en definitiva, por encima de titularidad o propiedad; prueba de ello es que alguno de éstos ni siquiera tenían propietario, ya que fueron hallados en vertederos o abandonados. Claro que esto no impide, como en el caso de esta prensa o máquina de fideos, que expongamos en su ficha todos los datos que van apareciendo.

(En la página siguiente de esta pequeña agenda, hacía la siguiente anotación: aquí dejé la escritura al llamarme por teléfono mi amigo Sandalio Linera Martínez, al que debí acompañar, junto a sus compañeros de bufete que venían de Coruña, a visitar cierto pueblo del concejo de Allande.) 

El encuentro con este amigo propició que ahora sepamos con seguridad la fecha en la que ocurrieron los hechos. 

La prodigiosa memoria de Sandalio, le hacía recordar aquella familia del guardia civil. Estos tenían un hijo llamado Pascual, al que su madre, a veces, llamaba desde la galería diciendo: 
-Sube, Pascualín, que hoy hay tortilla. 
Ahora sabemos que los hechos ocurrieron en la década de los cuarenta, hacia el año 1947 ó 1948. Así que la duda queda despejada, aunque no podemos precisar cuándo se fabricó la máquina, ni tampoco cuándo la adquirió el matrimonio. Así mismo, también desconocemos los apellidos y el lugar de origen de la familia. Estos datos podrían recabarse ,seguramente, en el Cuartel de la Guardia Civil, pero no lo creo necesario. 
 
Sólo nos resta dar las gracias a este amigo.

Máquina de fideos Fecha en que funcionó en Grandas 1947-1948 Donada por Manuel Villaverde Pérez Anteriores propietarios: Felipe, Constanza y su hijo Pascual.

En Grandas de Salime, a 27 de septiembre de 2012

sábado, 3 de noviembre de 2012

"La pucha autodidacta"

Publicado en La Nueva España, el 1 de junio de 2002


Pucha se le llama en el Occidente de Asturias a la boina, gorra o txapela

Hace unos años, a un estudiante (creo que de Filología Hispánica) cuando se licenció, no le dejaron alguno de sus compañeros aparecer con boina en la orla de fin de carrera. 

No se sabe muy bien por qué, la pucha o boina, ocasiona un rechazo por parte de algunas personas. Soy nieto e hijo de ferreiros. Mi abuelo usaba pucha, mi padre también y yo me sentía muy orgulloso de ver aquel fornido ferreiro con su impecable camisa blanca y su boina –siempre bien cuidada-. 

De niño, de 8 o 10 años, alguien me regaló una pequeña pucha, que yo lucía porque con ella emulaba a mi padre y a los paisanos mayores. Después, de joven, deje de usarla para dejar ver mi ondulado pelo, que mostraba para conquistar alguna chica bonita cuán pavo real; coincidiendo con aquella época de los Beatles. Aunque mi melena no era tan larga, sí tenía en mi cogote y nuca unos ensortijados bucles. Pasó la loca juventud y volví a mi boina o pucha, tanto por motivos de trabajo como por preferencia hacia esa prenda de cabeza.

Mis puchas las compro en la sombrerería Alviñana, de Oviedo, pero hace unos meses, mi amigo Ceferino Trabadelo, a su paso por San Sebastián adquirió una. Tiene ésta 57 cm de aro o correa, lo que equivale al perímetro exterior de mi cabeza. El volumen craneano no se deduce por la medida exterior, por lo tanto mi “capacidad intelectual”, solo se puede averiguar juzgando mis acciones y mis obras. 

Suelo usar con preferencia boinas o puchas de 12 o 13 pulgadas de diámetro exterior, y trato de que no se les caiga el remate o penacho que tiene en el centro, porque una “pucha capada”, es casi como una indignidad para un caballero cubierto.

Mi pucha me priva del frío y, a veces, entablo un coloquio con ella. Es vasca, por lo tanto, tiene orgullo y nobleza. Y naturalmente, “nobleza obliga”. Me da buenos consejos y evita que me comporte como un zafio gañán o me exprese en el vulgar y ofensivo lenguaje del marinero encargado de la sentina de su barco.

Quiero a mi apreciada pucha. Sin ella me siento incómodo, y suelo tocármela cuando saludo a una dama. Me descubro para sentarme en la mesa, para dormir y cuando entro en aquellos lugares que juzgo oportuno permanecer descubierto. Poco más puedo contar de mi amiga que no necesita presentación porque la ven en este periódico con bastante asiduidad. 

En ese coloquio que dije antes mantengo con mi pucha, ésta me hizo un comentario que creo les gustará a ustedes. Voy a contarles de dónde proviene mi afición a la escritura. 

Parece ser que Vulcano enseñó al hombre a trabajar el hierro, a doblegar su orgullosa rigidez mediante el fuego y la forja. Por medio de ese Dios, y por herencia genética, yo aprendí algo de ese arte. Mi niñez transcurrió en la fragua de mi padre, y en la carpintería de mi tío. En esos dos lugares escuchaba a aquellos nobles parroquianos e iba aprendiendo de sus costumbres. La formación “académica” era aquella que se aprendía en la escuela “nacional”, alternada con fragua, ganadería y agricultura.

Desde la adolescencia comencé a leer novelas de Oeste y de las del corazón. Tuve la suerte de contar con amigos más eruditos que yo, a los cuales tomaba como modelo. Uno de ellos era el Sr. Jesús María Álvarez Linera Martínez. Éste, me aconsejó otro tipo de lectura y gracias a él mis preferencias literarias cambiaron. Desde entonces, y más de 50 años, leo algo y asimilo lo que puedo. Trato de escribir expresando mis ideas libremente y jamás plagio textos de mis autores preferidos. Tengo pequeñas nociones de lo que es sujeto, verbo, predicado, sintaxis, prosodia y a veces sé distinguir entre aféresis, síncopa y apócope. Cuando formo una frase, si una palabra no me gusta, recurro al Diccionario de La Real Academia de la Lengua Española, y la sustituyo por la que considero más correcta. Por ejemplo, pongámonos en el caso, que alguien insulte a mi pucha, boina, gorra, txapela; hago un análisis del escrito y me pregunto: ¿merece la pena contestar a este sujeto? –si no me gusta sujeto, puedo poner: individuo, fulano, zascandil, botarate, tarambana, títere, enredador, chisgarabís, mequetrefe, presuntuoso, estúpido, afectado, mediocre, lerdo, ido, babieca, memo, necio, insolente, maldiciente, hipócrita, murmurador, deslenguado- y si descubro que puedo recurrir a cualquier calificativo, y alguno más, le digo a mi autodidacta pucha:

-Querida, no vamos a contestar porque el Diccionario nos ayuda pero no nos eleva. Además, contra los resentidos sociales, los que tiene complejos y doble personalidad, no sirve luchar. Bastante desgracia tienen con sus taras y sus irrefrenables odios provocados por esa visceral envidia que los corroe. Lo que natura non da, Salamanca non dona.

Haxa salú. Yo escribo, ustedes me leen, luego existo

sábado, 27 de octubre de 2012

A Luís Arias Argüelles-Meres




Hace tiempo me encargaron la presentación de la novela que escribió Luis Arias Argüelles-Meres, Pudorosa Penumbra. 

Creo que en un principio hablaré de la envidia. La envidia que nos describe José Antonio Coppen en un reciente artículo en la Nueva España. Empiezo con ella, porque es algo que me define o identifica porque envidia es la que, como ser humano, siento por la gran labor de Luis Arias. No siento hacia él esa envidia ponzoñosa que corroe al que la padece, pero sí esa otra de aquel pobre diablo que es incapaz de crear, de dar vida a los personajes de una novela y, por tanto, sólo le queda deleitarse en la literatura de los demás. Gracias Luis, por estos deliciosos momentos que nos brindas. 

Nos atrapa este escritor con su narrativa. Nos conduce hacia donde él quiere y, sin darnos cuenta nos hundimos, profundizamos en esas páginas como aquel que se zambulle en el agua, aunque no sepa nadar. 

Sí Luis, te conocí a través de los escritos en La Nueva España. Allí es donde comenzó esa sana envidia hacia aquél que sabe escribir. Como ves, no te conocía pero sí vivía tus críticas, tus sátiras hacia aquellos inútiles que nos condujeron al momento presente. No te importa dar a conocer tu republicanismo, tu visión de una época floreciente que los mediocres no fueron capaces de imitar; como muy bien dices en la página 22 de esta novela: 

…… reconstruyendo todo aquello desde un siglo XXI marcado por el desconcierto y la mediocridad, marcado también por la percepción de una suerte de apocalipsis de una etapa histórica cuya decadencia sólo podía ser desoída por los más necios  ¿No podíamos construir esa tercera novela emplazándonos en un tiempo que no tuvo continuidad ni fue valorado en su justa medida por un futuro que se forjó sobre el andamiaje de una amnesia tan interesada como falaz?




 Haxa salú

jueves, 18 de octubre de 2012

“Un traje a medida”

Hubo un tiempo en que había en Grandas de Salime cinco sastres, en el momento actual no queda ninguno. Tenían todos estos hombres tijera, escuadras, reglas y todo lo necesario para cortar y coser. Las reglas no debían de ser iguales para todos, porque por regla general, unos trajes sentaban bien y otros regular; el caso es que todos cosían y cortaban, posiblemente, por el trazo de la tiza. Los patrones sí eran, creo, muy parecidos, pero claro, el patrón o joven al que le hacían el traje no era igual, aunque el género fuera el mismo. Quiero decir el género masculino; porque el género de los trajes no era ni parecido, que se diga.

Había trajes que temblaban al estornudar, otros que si la hombrera, que si el tiro de entrepierna molestaba a la derecha, que si al otro lado, a la izquierda, ¡en fin, trajes para todos! (igual que el café) pero que todos gastaban a disgusto su género de fábrica. Lo mismo va a ocurrir con el retal del Occidente Asturiano, que alguien quiere cortar al estilo del Continente africano; que me pareció siempre una aberración, urdida por los imperialistas que ocuparon esas tierras. 

Expongo aquí el caso de los sastres como ejemplo del mal hacer, y que en este caso va dirigida la crítica a Dn. Aladino Fernández, geógrafo de profesión; el cual merece una reprimenda por su ligereza al publicar en la Nueva España del lunes 8 de octubre, el artículo “La reorganización territorial ante la crisis”. 

Lo primero Sr. Geógrafo, es comprobar sobre el terreno su realidad geográfica, orográfica, social etc., cosa que dudo hiciera Usted. ¿O es qué acaso cree que Grandas de Salime o Ibias pueden ser capitales de un ayuntamiento junto con Degaña? Claro que, a lo mejor, el territorio por el que discurre la carretera en la zona de Galicia, cuenta Usted ya con la secesión, porque casi parece tierra de nadie, al igual que las citadas anteriormente. ¡Ah!, y estudie también dónde integrar la parroquia de los Coutos, porque creo que el embalse sobre el Navia, impide a los habitantes, que no saben nadar, cruzar hacia su capital, San Antolín.

Soy, creo, lo suficiente consciente para no dar consejos a nadie; pero, al igual que un geógrafo lanza un globo sonda para ver la reacción de los ciudadanos, este ferreiro puede decir lo que le parece, y “cortarle un traje a medida”, a este geógrafo que nos da su “visión” con gafas de madera.

Estoy plenamente de acuerdo con un nueva reorganización, pues en este sacrificado occidente, dejando al sur Ibias y Degaña, se crea un solo concejo con Grandas, Pesoz, una parte de Allande, San Matín de Oscos y un pueblos de Illano, dejando al norte Vegadeo, Villanueva y Santalla de Oscos, Taramundi etc.., porque los de la costa ya los integraron. Esto da lugar a que, contando los cinco concejos, unos completos y otros parcialmente, se sumen con ello mil quinientos habitantes, aproximadamente. No es que el número sea excesivo, pero esto es lo que hay. Lo que sí se puede llevar a cabo, para ser equitativos, y geográficamente, situar la administración en un punto más o menos equidistante para todos; en este caso ese lugar podía ser Pesoz. Pero aquí empezaran los gritos en el cielo, las voces discrepantes y, entonces, habría que llevarlo un poco más lejos, por ejemplo a Villarmarzo. Así el chovinismo paleto de los localismos queda desleído y neutralizado el poder consistorial; porque, como dijo Ortega y Gasset hace más de un siglo: “el particularismo es aquel estado de espíritu en que creemos no tener por qué contar con los demás. Unas veces por excesiva estimación de nosotros mismos, otras por excesivo menosprecio…”. Osease, seguimos siendo “invertebrados”, con masa cerebral nula. ¡Hay de aquél que haga mudar las cosas! ¡Las masas lo asediarán!

Haxa salú.