Hace tiempo me encargaron la presentación de la novela que escribió Luis Arias Argüelles-Meres, Pudorosa Penumbra.
Creo que en un principio hablaré de la envidia. La envidia que nos describe José Antonio Coppen en un reciente artículo en la Nueva España. Empiezo con ella, porque es algo que me define o identifica porque envidia es la que, como ser humano, siento por la gran labor de Luis Arias. No siento hacia él esa envidia ponzoñosa que corroe al que la padece, pero sí esa otra de aquel pobre diablo que es incapaz de crear, de dar vida a los personajes de una novela y, por tanto, sólo le queda deleitarse en la literatura de los demás.
Gracias Luis, por estos deliciosos momentos que nos brindas.
Nos atrapa este escritor con su narrativa. Nos conduce hacia donde él quiere y, sin darnos cuenta nos hundimos, profundizamos en esas páginas como aquel que se zambulle en el agua, aunque no sepa nadar.
Sí Luis, te conocí a través de los escritos en La Nueva España. Allí es donde comenzó esa sana envidia hacia aquél que sabe escribir. Como ves, no te conocía pero sí vivía tus críticas, tus sátiras hacia aquellos inútiles que nos condujeron al momento presente. No te importa dar a conocer tu republicanismo, tu visión de una época floreciente que los mediocres no fueron capaces de imitar; como muy bien dices en la página 22 de esta novela:
…… reconstruyendo todo aquello
desde un siglo XXI marcado por el desconcierto y la mediocridad, marcado también
por la percepción de una suerte de apocalipsis de una etapa histórica cuya decadencia
sólo podía ser desoída por los más necios ¿No podíamos construir esa tercera novela
emplazándonos en un tiempo que no tuvo continuidad ni fue valorado en su justa
medida por un futuro que se forjó sobre el andamiaje de una amnesia tan
interesada como falaz?
Haxa salú
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