martes, 23 de diciembre de 2014

Los que se fueron (para no volver)







Cuando eres joven tienes unas inquietudes que con los años desaparecen. Entre esta podemos resaltar la de procrear, que al igual que el bonobo, o primo lejano nuestro, y como simios que somos, que caminamos erectos o bipedestamos, nos parecía primordial. Satisfacer esa necesidad era lo que más nos igualaba con aquellos, llamémosles congéneres. Con la vejez, la necesidad fisiológica, usando el mismo conducto uretral, es aliviar el líquido excrementicio que se almacena en la vejiga y que fue secretado por los riñones. La atrofiada parte exterior de la uretra, nos obliga a levantarnos al menos una vez por la noche. Ni se acuerda este apéndice de cuando él se levantaba solo …

En esa hora de maitines mingitoria, que viene a coincidir entre las cinco o seis de la mañana (por si alguien cree que es una cuestión de puntualidad, levantarse no es el problema) lo complicado es volver a conciliar el sueño. Pues tampoco es igual dormirse de joven que en la senectud. Así que, una noche y otra también, es fácil que transcurra una hora en el duermevela de los recuerdos. No es un tiempo perdido pues si fuera así ahora no estaría escribiendo estas notas.

Es posible que no vean  excesivo interés en el tema pero como en el insomnio nuestros recuerdos golpean machaconamente, contra alguien o contra usted, cuan firme estafermo repartiremos los golpes.

El título debiera de haber sido otro, pero como cuando se nombra la soga en casa del ahorcado, lo mismo ocurre con las necrológicas. Pues es fácil entender que una sociedad en la que no se nos ha familiarizado con este hecho, resulta que podía haber sido rechazado el relato por el título. Sin embargo, los años hacen al individuo consciente de un hecho ineludible. Y aunque parezca una contradicción lo que se asevera, no a todos acoge por igual el conocimiento de nuestra mortal realidad.

El caso es que, en una de esas intempestivas horas, empecé a darle vueltas al tema de aquéllos que se habían ido para no volver. Aquéllos que habían finado y por tanto, salvo que se reencarnen o resuciten, allá están.

A lo largo de nuestra vida (que no es vida si la comparamos con la de otros) son muchos los actos que nos pasan desapercibidos. Solo la paciente vela, o vigilia nocturna, trae a nuestra memoria alguno de éstos. Por regla general, la nocturnidad los acentúa, haciéndolos incluso desagradables. He aquí donde ese genuino meditar nos desvela cada vez más. Por cierto, con la luz del día todo vuelve a la normalidad, excepto nuestro físico, que no descansa lo suficiente. Lo crónico de él ahí sigue.

Así es como se llega a conclusiones que cierran ese círculo cargante que altera nuestro descanso y el diario acontecer. Aunque también sé que la nocturnidad no sirve para ser creativo. Es como ese estado anímico que, como el alcohol, sume a nuestro cerebro en una fascinante hipnosis, que al pasar la embriaguez lo único que nos lo recuerda es la implacable sed. Solo que en este caso, lo que sí recordamos, por desgracia, es la naturaleza humana que nos arrastra al fin.

Aquí dejo la narración para seguir en otro momento

Haxa salú.