11 de septiembre de 2013
Hace poco leí, entre otras cosas,
un libro de Jesús Mosterín. Se titula “La Cultura Humana”, y
en él se describe algo muy interesante: Cultura y tradición. Dice: La información transmitida genéticamente a
un individuo, mediante los gametos de sus progenitores e inscrita en sus propios genomas no forma
parte de su propia cultura por definición.
Resalto este párrafo, porque
entiendo que lo que hice en el Museo de Grandas, fue recrear aquello que de
alguna manera, conocía por tradición. Así que el elemento cultural que podía
añadírsele a esta fórmula magistral, sólo equivale a lo que desde generaciones
fue trasmitiéndoseme genéticamente. ¡Hombre! Mejor habría sido que este saber,
estuviera en compañía de algo que culturalmente salpimentara el guiso. El
condimento, bien usado, jamás estropea una olla.
Esto me recuerda aquel cuento que
oía en la fragua de mi padre, sobre el examen que cierto sacerdote moscón dirigía
a una vieja, preguntándole:
-¿Cuántos dioses hay?-
A lo que contestó la anciana:
-Hay cuatro.
-Acertó Usted- le
dijo el clérigo.
-Pues verá, Sr. Cura,
díxenllo a bulto.
-¡Así le salió!
Es posible que se
pudiera haber hecho mejor, pero unde nun
hay nun se pode sacar. Así que en este libro que hoy presentamos aquí, está
la resumida historia de aquel diario acontecer. Los avatares y, por qué no, la
realidad de un momento de mi vida. La lucha de un David contra aquel gigante;
contra aquel engreído poder, que en manos sátrapas y pícaros que se creían por
encima de todo, imitaban al perro del
hortelano que ni come ni deja comer. Estos déspotas cancerberos, convertidos en
vigilantes de su silla; que no dudaron en perseguir aquello que es posible no
entendieran, por el sencillo hecho de ser un ferreiro el que laboraba. Ferreiro
que por cierto, no pertenece a la clá, y he aquí otra de las causas de la
aversión hacia él.
Pero como esto no tiene ningún valor, al igual que
el de esos zorros que por desgracia sufrimos, centremos la atención en los
apuntes que aquí presentamos; no sin antes dirigir otro airado ataque, para
decir algo de la decadencia. La decadencia de una tierra, que ni siquiera
conserva esos valores genéticos. En la que sólo queda un paisaje yermo; mentalmente estéril, en el que sus habitantes se ven convertidos en autómatas dirigidos
por la inepcia. De nada sirvió la catarsis que sufrimos tras el sistema que en
su día criticamos, pues un mal se curó con otro peor, por reducción, o sea
mayor: La corrupción, la mentira, el fraude de estos que parecían de tierra de
intrépidos y tenemos, en consecuencia, merecedores representantes. Pícaros
chamarileros, dignos de la mejor comedia de marionetas, aunque muevan
torpemente los hilos de la
España de una “unidad de
destino en lo universal” (como la sienten).
Y ahora sí que vamos a ir al hecho.
Al libro que nos muestra que lo escrito fue transmitido por los ancestros. No
esperen encontrar en él un ilustrado ferreiro
que expresa con soltura sus ideas. No aparece el literato que cuenta
correctamente sus memorias. Es el resultado de una experiencia, que bien o mal,
relata la historia de un proyecto más o menos acertado. Nuestra historia o la
de una comarca, que de no ser así, quedaría su recuerdo en el olvido.
También se encontrarán con los
apuros de un niño, nacido en la posguerra, al que ni siquiera su Dios, o sus
representantes, tenían en cuenta.
El infortunio de un pueblo al que
las aguas inundó, y en pago a los únicos habitantes de aquel caserío, los dejó
sin energía eléctrica. Salime, a 700 metros de la presa, sigue en el siglo XXI
privado de la luz eléctrica. Sólo la luz solar durante el día, y después… ¡qué
se arreglen como puedan! Al igual que los accionistas se conforman con las
ganancias que la central hidroeléctrica genera…
¿Cómo se logró que de ese pueblo
flotaran las piedras de sus casas y hoy estén integradas en el Museo?
¿Recuerdan aquella fábula de un
rocinante que al pastar interpretó la tragedia de Alfredo y Violeta de Verdi? Bueno, pues así
también se descubrió, por casualidad, el Castro del Chao Samartín, en Grandas
de Salime. Sólo que cuando un jumento, como el ferreiro, pasta, sólo se convierte en tragedia lo que toca. La
arqueología es otra cosa…
Descubrirán cómo era una tienda
de ultramarinos; La vida de unos pobres
maestros de escuela que no ganaban para comer y aún así daban clase…. Que una
capilla representa algo más que el lugar de culto.
Un enorme castaño en Salime que
era tan portentoso que se mereció la admiración de todo aquel que conoció su
envergadura…
Los museos como negocio. Pero
sobre todo, un negocio ruinoso para el autor.
Se narra aquí como, gracias a
unos amigos, se pudo sacar adelante ese Museo que tanto molestaba a los de la
sinecura y bicoca ¿cultural?
Hallarán una idea particular de
un ferreiro que busca, además de la
similitud de unos linajes, la posible autoría de aquel orfebre del hierro, que
nadie sabe de dónde procede; pero su obra es idéntica en la catedral de Lugo,
la iglesia de Tineo y la colegiata de Grandas.
¡Y cómo no! El probe teixo del Valledor, que la insensatez
humana y la indiferencia del mosén de la parroquia acabaron con él. Y digo
impasibilidad ¡porque ellos, al menos, debían saber lo que ocurría! Allá se
fue, aunque en el Museo perdure su historia.
En este libro se encontrarán la
historia del reloj del ayuntamiento de Grandas. Poco importa que el regidor y
sus munícipes hayan perdido la hora. La compostura, al menos su cronómetro, la
conserva. Por cierto, cumplió 110 años este cronógrafo ¡y más veces perdió el
tiempo o tuvo lapsus!
Lo de los lobos es sólo un
cuento. No hay porqué asustarse…
Y ya para terminar, digamos que
cuando los ferreiros forjan museos,
se puede quemar un poco del hierro en la forxa
y algo más de su estructura al golpearlo, pero al menos, en la forma algo queda
¡Algún golpe acertado habrá dado!....
Finalizo ya, dando las gracias a
todos ustedes por estar aquí presentes. Dar las gracias al RIDEA por
permitirlo. Y de forma muy especial, a los que colaboraron es este libro y en
la creación y continuidad del Museo. Sin ellos me hubiera sido imposible
hacerlo, por buen forjador que se fuera.
Gracias de nuevo. Haxa salú
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