19-01-2005
FORXA DE FERREIRO
“Melecina casera”
A medida que uno envejece cuesta más entender ciertas
cosas que ocurren en este momento que llaman sociedad de progreso. Cuando yo
era un niño (nací en 1942), las cosas no se puede decir que estuvieran bien,
pero ahora, mirando aquellas fechas, desde la lejanía del tiempo, uno se
pregunta si están bien en la actualidad.
En mi juventud era un gran adorador nocturno de
Morfeo, sin embargo, mi culto a ese Dios no impedía permanecer en estado de
vigilia las horas que hiciera falta, porque era un noctámbulo que nunca le
llegaba la hora de acomodarse entre las sábanas. Trasnochar era un placer que
sólo se convertía en martirio en la desagradable hora matutina, que obligaba al
cuerpo a adoptar esa postura erecta con la que es más fácil caminar. El reposo
de mi cuerpo en la cama llegaba casi a un estado de catalepsia, y de nada
servían esos sonoros y molestos ingenios, inventados por una mente retorcida e insomne,
que pueden destrozar el miocardio, con el
sobresalto que provoca al aletargado durmiente, la interrupción de su
dulce sopor.
¿Por qué pasé de un pensamiento que me conducía a
tiempos pasados, a decirles a ustedes que era un gran dormilón?. Muy sencillo:
ahora no duermo, o duermo poco. Me priva del sueño estas locuras que cometemos
todos. Soy un viejo asustado, además de decrépito; porque mis facultades no me
permiten comprender qué ocurre.
En el barrio del Ferreiro, (antes Hospital), éramos,
entre niños y niñas, 24 que, aunque harapientos y mal nutridos, jugábamos mucho.
La falta de pañuelo, para enjugar nuestro secretor apéndice nasal, lo suplíamos
con las cortas mangas de nuestras raquíticas prendas de abrigo.
Como pueden ver, el insomnio me torna pedante, pero
sé que sabrán disculpar esta manera de convertir la cuartilla en folio con
valor económico, que si no llega al bolso, al menos enriquece el lenguaje.
Decía que allí estábamos, en aquel marginal barrio,
una caterva de mocosos. No recuerdo ninguno con alergias, -excepto la de ir a
la escuela-.
A Leandro le intervinieron quirúrgicamente para
extirparle el apéndice cecal; a Joselo,
que se había fracturado una pierna, se la enyesaron y como el prurito le
molestaba, sacó con un alambre el algodón que había debajo de la escayola y así
alivió el picor. Una prima mía también se fracturó una pierna. Antonio, un
brazo al sobrepasar aquel improvisado trineo, el límite del muro, bajo el que
había un desnivel de tres metros.
En el talón de mi pie derecho, entre la tibia y el
tendón (mío, no de Aquiles), se clavó el diente de un utensilio llamado “garrancho” empleado
para cavar “cuito” (estiércol). Ese mismo pie se escaldó con agua
hirviendo en la caldera de la cocina. En fin, pequeños accidentes que no
impidieron que los varones fuéramos a la mili.
¿Cómo nos curaron? ¡Qué tontería!. Como no había
hospitales, y los médicos cobraban, nos curaban en casa. Sí, sí, en casa. Bueno
a mi prima la curaron en casa, pero fue un traumatólogo de Lugo, el que de
redujo la fractura y la enyesó, teniendo como mesa de operaciones la del
comedor de mi tía. A Joselo, le arregló el desperfecto el Dtor. Moreda, de
Ribadeo. Creo que a Leandro también le rajara hasta el interior del peritoneo,
para extraer aquella vermicular víscera, aquel polifacético galeno. A mí me
dieron manteca; manteca de cacao, sobre aquel pie que había dejado la epidermis
dentro del calcetín. Antonio, el esquiador, tuvo suerte que su padre no le
rompió el otro.
¿Qué ocurre en al actualidad, con un hospital en
Jarrio, otro en Cangas y lo de Luarca?. Que hacen otro nuevo en Oviedo.
¿Pensarán cerrar los del Occidente, porque ahora no hay 25 niños/as en el
barrio del Ferreiro de Grandas?.
¡Dios santo, qué locura!. ¡¿O estoy loco yo?!. No sé…no
sé, pero me temo que todo se andará, cuando la guita no alcance.
Uno, dos, tres cuatro cinco, seis, siete....treinta
mil corderos... ¿Dormiré?.
Haxa salú.
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