domingo, 12 de enero de 2014

Historia de una lechuga



 Navidad del año 2002
FORXA DE FERREIRO

Cuando hice, o me hicieron, hacer la mili, un compañero y amigo, que respondía por el patronímico Cortina, nos entretenía a veces con historias de ingenioso trovador. Eran muchas las horas de tedio y aquel juglar despertaba nuestro joven y desocupado cerebro con inverosímiles cuentos. Este rapsoda, con perfecta dicción, narraba:

"Hallábase Santa Catalina orando en el castillo de Castel Gandolfo, y apareciósele el Demonio en forma de lechuguita y le dijo: 


            -¡Cómeme! Y fue ella y comiola.

Apareciósele el Señor y le espetó:
-¡Pecado has hermana!
-¡Pecado he, Señor,  y cuán arrepentida estoy de mi pecado coño!"

Aquella irreverente ficción nos hacía reír, y era, al mismo tiempo, una rebeldía contra la disciplina castrense-religiosa que nada tiene que ver con el cuento de hoy.

Aunque parezca increíble, hete aquí que ha pocos días hallábame yo en Oviedo, y aparecióseme a mí esa lechuga, pero esta vez para contarme un triste acontecimiento.

Eran las nueve de la mañana. En la meseta de una cocina, esta lechuga se sacudía las marchitas hojas que la circundaban y pensaba en voz baja: -¡Uf! Menos mal que salí de aquel sofocante invernadero y no cogí un constipado en ese camión frigorífico que me trajo al mercado.

A su lado, un besugo de grandes ojos y un solomillo de buey, escuchaban sus quejas. Ellos también habían viajado en ruidosos camiones que con sus motores de gas-oil, transportaban aquellas ricas proteínas que servirían de alimento a los inquilinos de aquella vivienda.

El ama de casa se quejaba de que la botella de gas-butano ya no tenía suficiente combustible para preparar viandas, por lo que tendría que recurrir a su cuidada vitrocerámica que consumía energía eléctrica.

La familia estaba compuesta por cinco miembros. El matrimonio, dos hijos estudiando en la Universidad, y la mayor ,que el día anterior había pasado un gran susto porque el avión que debía conducirla a Madrid tenía una fuga de queroseno y se temió que pudiera inflamarse. Menos mal que no fue nada más que el sobresalto del momento.

El patriarca de la casa, en un potente coche que consumía 10 litros de gasolina cada 100 km., se había ido a la central térmica de Soto de la Barca, porque el calentador del fuel-oil que alimentaba los quemadores para una mejor combustión del carbón, funcionaba defectuosamente. Él era un mandado, y aunque le tocaba descanso, aquella avería lo obligaba a acudir al centro de trabajo.

Mientras esto ocurría, nuestra lechuga había emprendido el dialogo con el resto de los componentes alimenticios, que esperaban, unos a ser cocinados y otros a engrosar la despensa de la gélida nevera.

Un queso se lamentaba de que el aumento de la temperatura, producida por el vapor, casi malogra la pasta. El fuel-oil de la caldera, no se sabe por qué razón, había subido en calorías en relación inversa al precio de la leche, pues al ganadero le había rebajado 7 pesetas el litro sin causa justificada.

El solomillo les daba una lección de economía porque, como el xato, había sido engordado por los catalanes. Él sabía de estos temas, en  cuanto a cómo hacer algo rentable. Le resultaba incomprensible el hecho de que no se sacara beneficio de los pastos de Asturias. Pero no era de extrañar, porque cuatro patatas, una cebolla, dos ajos, zanahorias y escarola también eran foráneos.

El besugo llevaba largo tiempo restregándose sus grandes globos oculares que, por cierto, le daban una visión de ojo de pez, pero estaban irritados por causa de un producto vertido al mar por un mastodóntico petrolero. Para él resultaba incomprensible que alguien evacuara, en ese inmenso laboratorio de vida, productos cancerígenos que atentaban no sólo contra la vida marina, sino que el propio ser humano peligraba.

La lechuga, que tenía fama de fresca, les expuso a los contertulios sus razonamientos.

Observad: el colectivo humano está compuesto por un número de individuos que viven de su trabajo y no tienen acceso a la riqueza que producen los recursos naturales. O sea, nuestro Planeta, nos brinda de todo: alimentos, energía, aire puro, aguas cristalinas, paisaje y armonía. Pues bien, unos pocos “individuos” –y observad que entrecomillo el nombre- son los únicos que tienen el privilegio de enriquecerse con esos recursos. La masa humana es tan torpe que es incapaz de desparasitarse. La fagocitosis que padece es crónica. Come, come en el cuerpo atacado, pero sin llegar a matarlo porque moriría con él.

El besugo puso cara de tal, porque no entendía a la fresca.

¡Mira infeliz! Los ríos van al mar. Su caudal era de todos los humanos, pero al convertirse en energía, pasaron a ser propiedad de esos privilegiados que, desde tiempo inmemorial, se inventaron el dinero,para que los pobres trabajen para ellos como esclavos a cambio de casa, coche y T.V.; que para más burla, deben pagar carísimos. Los ricos vierten al río residuos tóxicos y ni siquiera aportan una pizca de esa energía para mover los motores de esas depuradoras que nada depuran. Los pobres, es cierto que les ayudan a contaminar, pero es lo único que comparten con esas clases que se llevan las canonjías.

Ya veis, del aceite de piedra, al que llaman petróleo, que está en la Tierra para todos, se lucran siempre los mismos. Extraen gasolina, benceno, bencina, queroseno, gas-oil, butano, propano, e infinidad de productos que el final del proceso, conduce a un residuo llamado fuel-oil, al que siguen sacándole cuantiosas ganancias. Pero no les basta hacerse inmensamente ricos, sino que su ambición los lleva a límites insospechados.

Para transportar por los océanos esos productos que les facilitan el trabajo, construyen inmensos buques, a los que no habría nada que objetar, si se fabricaran con las debidas garantías. Pero es tal la codicia de estas malas gentes, que a corto plazo, acabarán con el planeta Tierra. Solo les queda el consuelo a las masas desfavorecidas, que en la tragedia que se avecina, perezcan también los explotadores del medio. A la costa Gallega, el mar Cantábrico, y posiblemente el litoral inglés llegan los efectos del penúltimo desastre ecológico. Y os digo el penúltimo, porque jamás los ricos y poderosos harán nada para que sea el último. Ellos, desde sus palacios, ven con indiferencia a esos proletarios que se afanan retirando miles de toneladas de chapapote, de esa ultrajada costa, sin poner de sus bolsillo algo de las ganancias que en justicia, eran de todos; porque como se dijo anteriormente, los recursos naturales no debían ser privilegio de nadie.

El besugo, que sí tiene vista de pez, pero poca perspectiva de la realidad, le dijo a la lechuga:
-¡Oye! Todos los seres humanos se aprovechan de esos combustibles! Ya ves que coches, camiones, aviones, barcos y trenes, se mueven en beneficio de todos
-¡Será insensato, zafio, lerdo y torpe este estulto pez! ¿No ves, estúpido, que los únicos que pagan lo que es de todos son el pueblo? ¡La riqueza, como la energía, no se crea! Por lo tanto son los pobres los que la generan y los ricos los que la transforman y, en este caso, sí la destruyen dejando a los infelices trabajadores las migajas o la ración justa para su supervivencia. En fin, como no entiendes nada, para qué seguir. Yo no soy una lechuga disfrazada de demonio para engañar a ese ser al que llaman hombre; que es engatusado y explotado por sus propios congéneres. Lo que sí te digo, es que el mar, o la mar, está siendo devastada por la insensatez y la codicia.

Aquí terminó la perorata aquella planta herbácea y se despidió de los otros añadiendo:
-¡Adiós amigos! Después de pasar por el aparato digestivo de estos infelices, nos veremos en las cloacas, para más tarde emprender un largo periplo hacia esos bellos mares, llenos de inmundicia.

¡Cuán grande es el hombre sentado en el retrete! Hace gala de esa sedente figura con su “Prestigio”, por lo tanto vayan ellos a la m. Y tú, torpe ferreiro, deja de atormentarte y di conmigo: haxa salú.

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