Publicado
en La Nueva España,
los días 10 y 18
de mayo de 2004
La sala de rehabilitación del
Hospital de Jarrio, es un lugar que invita a la meditación. Allí, desde tu
camilla, observas el mal que aqueja a los demás y cuando éste crees que es superior
al tuyo, te resignas con tus dolencias. No se porqué pero nadie se queja.
Posiblemente, el paciente menos paciente sea yo. De todas maneras, hay días en
los que el humor aflora y surgen anécdotas que provocan risa, que es un remedio
infalible contra el dolor, que tu fisioterapeuta provoca, al mover la
articulación de ese anquilosado lugar donde se aloja el húmero con la escápula.
En una de estas sesiones de
regenerado de huesos, músculos y tendones, que durante la juventud funcionaban
de forma sincrónica y ahora se empeñan en ser un todo compacto, nos entretuvo
la señora Beatriz, la fisioterapeuta, -que lucha con mi diacrónico hombro-, con
un pequeño relato leído en la revista “Historia y Vida”. Según la noticia
difundida en esa publicación, en la época de Leonardo da Vinci, no se usaban
servilletas en los pantagruélicos banquetes de la nobleza, y se recurría a
conejos. De forma inconsciente pensé en lo difícil que sería pasarse un conejo
por los labios para limpiarlos, y dirigiéndome a los demás, les comenté que
estaba pensando en cierto “conejo” sin orejas. Este es el único “conejo”
agradable, que no molestan los pelos, y merece la pena pasar el morro por él, por ser un placentero
estimulante para dos que bien se entiendan. Los bien educados le llaman
cunnilingus, y yo añadiría que es una forma de cunnicultura amoroso-sexual, que
nada tiene que ver con la cunicultura, o cría de conejos de orejas largas, que
por cierto en latín se le llama cuniculus.
Nos aclaró la curadora de hombros,
que en esos banquetes ataban los conejos a las sillas y, parece ser que sobre
su piel se limpiaban los dedos los comensales. Más tarde lavaban el conejo a la
vez que el mantel.
¡Encomiable costumbre la de lavar el
“conejo”!
Haxa salú y
sana ironía
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