Valdeferreiros es la capital de la
parroquia de los Coutos, en Ibias. Allí, desplazándose como unos 600 metros al suroeste, se
halla la casa de Perdigueira en la que adquirí una amasadora de la que contaré
aquellos aconteceres que me llevaron a conocer el lugar y su estado.
Como es sabido, en el Museo Etnográfico
de Grandas se realizaban todas aquellas actividades que un día fueron trabajos
propios de esta comarca. Y digo esta comarca, aunque en realidad se llevaban a
cabo en todo el país, y fueron desapareciendo paulatinamente, desde principios
del siglo pasado. Resalto esto así, porque en las zonas rurales donde se
conservó fue como medio de subsistencia, por pura necesidad.
Allá a finales de la década de los
noventa y principios de este sacrificado siglo, se llevaron a cabo varias obras
en el Museo. Entre ellas la construcción de un horno para cocer pan. Al
principio, amasaba la harina con mis manos, pero a medida que mis vértebras
lumbares (cuadriles) se resentían, pensé en recurrir a un medio mecánico para
la labor. Anduve por diversos lugares,
según oía la existencia de viejas amasadoras. No recuerdo ahora la fecha
en que una torrencial y desmesurada avalancha de piedras, árboles y agua
provocaron que el regato de la curva, en San Antolín de Ibias, se llevara la
pared de la panadería, arrasando a su
paso la parte delantera por la que salió el mobiliario, y creo que entre él, la
amasadora, que, aunque antigua, no lo
era lo suficiente para ser instalada en el Museo, pero gracias a esas visitas
se me facilitó la información sobre la que aquí nos ocupa. Ésta era de
fabricación catalana, e igual en la forma pero de menor tamaño que la de la
panadería de José Antonio. Podríamos hablar de aquel destartalado armatoste,
pero nos desviaríamos del tema.
En el caserío de Perdigueira se hallaba
la amasadora. A unos sesenta o setenta metros de la casa, en una finca
semienterrada, se encontraba aquella máquina que después de un desilusionante
reconocimiento, esperaba hacerla trabajar de nuevo. Al desmontarla para su
restauración y funcionamiento, mostró que su columna central y algunas partes
más estaban totalmente carcomidas por la sal que se añadió al agua de amasado
durante tantos años. Entre esas partes
estaba el piñón de engranaje con la cuba de amasado. Estas anomalías o
desgastes y su mal estado en general, a pesar de haber sido dotada con un nuevo
piñón facilitado por Luis Otero Castaño, no permitieron un resultado
satisfactorio. Por lo tanto, aquella amasadora marca Turu, fabricada por Juan
Turu, en Tarrasa, pasó a formar parte de la exposición “virtual”, que en el
muro del banzao [1]del
molino, figura para mostrar algunos útiles de la elaboración del pan. Considero
bien empleadas las cincuenta mil pesetas más el porte que hube de pagar por el
inservible aparato que, aunque no cumple su función, sí es representativo.
Amasadora antes de la restauración. |
Hoy, en el horno habilitado para este
fin en el Museo, lo único que llegó a cocer fueron torpes ideas, pese a estar dotado
de una buena amasadora donada por Miguel Álvarez Magadán.
Otro hecho que también debo resaltar es
que el día que nos trasladamos a ese
lugar lo hicimos por la carretera-pista que va a Negueira de Muñiz, Lugo. El
camión que usamos para tal fin, tenía instalada una pluma que prestó el
servicio de elevar la campana hasta la espadaña, en la Capilla de la Virgen de la Vega, en Seira, cuyo
oficiante religioso es el cura de la parroquia de Negueira y otras, Don Ramón,
al que conozco y aprecio, y por lo tanto, me alegro de aquel momento
coyuntural.
Otro dato, aunque da la impresión de
que se juntan churras con merinas, es que en aquella casa había un gran hórreo,
casi como una panera. Estaba este cubierto de paja, pero presentaba cierto
estado de ruina. Ruina que no es de extrañar, pues su propietario se había dirigido
a la Consejería
de Cultura solicitando su traslado, dado que el lugar que ocupaba bajo la casa,
en el que entre ésta y su emplazamiento (llámese pegollo), podía pasar el carro
holgadamente, pero no así un tractor de gran tamaño. Así que aquel mueble
estorbaba, pero Cultura, aplicando la torpe ley que prohíbe mover una sola
paja, motivó el abandono del mismo. Con esto, y algo de tiempo, el deterioro
haría paso suficiente. Espero que fuese sólo el tiempo, pues por accidente, la
carga o la rueda de un aparato mecánico, podrían adelantar su calamitoso
estado.
Se puede decir que el hórreo era
portentoso, pero lo fue también el hecho que en su interior hallé, medio
cubiertas de paja, cuatro colchas blancas con una modesta decoración. No es
necesario decir que, auque quedaron en
la casa las mejores, yo me di por satisfecho al poder llevarme las otras dos
como regalo de la propietaria, por haberles librado de aquel montón de
chatarra, como denominaban la amasadora.
Al comenzar a describir los fondos
recogidos en uno y otro lugar, recuerdo pequeñas anécdotas que, aún ahora,
sentado a esta mesa desde la que escribo estos relatos, me emociona
agradablemente el trato recibido de aquellas gentes que, en algunos casos, de nada me conocían.
En la Porteliña solía parar un
rato con Vicente, un gran artesano de la cuchillería, que además era el
propietario del Mazo da Porteliña. Si visitabas el mazo, te dabas cuenta que
allí trabajaba un artista, que completaba su arte con la conservación de aquel
vetusto ingenio; que a pesar de su antigüedad, seguía golpeando el hierro. El
retumbar de sus golpes no dejaba a nadie indiferente; parecían salir del centro
de la tierra. En el taller que Vicente tenía en su casa, siempre te
encontrarías con cuchillos, navajas y todo aquello que era propio de un buen ferreiro. La afabilidad de Vicente era
extrema. Su delicada conversación en un tono siempre de voz baja. ¡Qué lástima
cuando Vicente te contaba aquellos, para él, secretos del temple, no haber
pasado allí más horas con aquel artesano! En fin, Vicente era un ser
excepcional, y digo era , porque el hombre, debido a su longevidad, ha entrado
en ese periodo senil y ya nada recuerda; aunque según su sobrino Cancelos, de
Fonsagrada, todavía tiene esa pizca de picardía que lo caracteriza.
Vicente, tú para mí no eras: serás ese
gran hombre del que se siente uno orgulloso de tratar.
Haxa
salú
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