Es
la figal, ficaria, higuera, (y como
otros ocho o más nombres), un árbol de la familia de las moráceas, a la que por
su talla califican de mediana altura, aunque para los que “están en la higuera”
no lo sea tanto si un día llegan a caer.
La
madera de este árbol es blanca y de baja calidad. Baste saber que se deforma al
secar de tal manera, que tienen pocas aplicaciones. Sin embargo, era requerida
en verde, para mangos de herramientas manuales, porque una vez seca sólo rompiéndola
se desprenden esos pequeños cabos del utensilio.
Había
la creencia popular que si se aprovechaba su leña para atizar la lumbre del
lar, cegaban las personas que estuvieran expuestas al humo. Verdad o no, les
puedo asegurar que las fumaradas que desprende irritan los ojos de forma
insufrible.
Sin
embargo, hay un dicho popular que la asocia a un buen fin: La peor de las maderas la higuera,
mas la himera del molino que sea de
higuera.
La
himera, es la pieza de madera que
cierra el ojo de la muela del molino, y en la que se practica un agujero a la
medida del eje que mueve la muela. Recibe el nombre de bulse en otras zonas y en parte del occidente de Asturias, ollos del barrón, que no es otra cosa
que el taco de madera que ajustaba el barrón, árbol o eje; y al mismo tiempo impide
que el grano caiga hacia e infierno del molino.
Dicha
esta función de la higuera sigamos con el cuento.
Las
ramas de la figueira se quiebran con
facilidad cuando hace mucho calor. Esto hacía que, en tiempo de higos, durante
el sol del medio día y parte de la tarde, se eludiese subir al árbol. No quiero
decir que en ausencia del propietario de la fecunda planta se tuviese esto en
cuenta. Así que la carga de higos, o la “carga” de la grey infantil en las
horas que el tórrido sol apretaba, daban con la rama en el suelo. No recuerdo
que hubiera que lamentar ningún grave accidente de los ágiles come-higos. Lo
grave es que en el lugar que se desprendía la cana, quedaba la enorme cicatriz
en el tronco. Esta huella se iba curando en la parte que corresponde a la
albura; la madera interior se pudría con el paso de los años hasta formar un
huevo que recibe el nombre de cardoneira.
Ésta puede llegar a ser tal, que el huevo que se va formando adquiera unas
proporciones desmesuradas. Tanto es así, que en cierta ocasión un ciego y pobre
violinista, cuyo conservatorio fuera la calle, “vio” en esa cardoneira el lugar más apropiado para
guardar sus cortos ahorros. ¡Ah! Pero hete aquí que un pillastre descubrió el
tesoro y se apropió de él. El ciego, al comprobar su falta, rasgaba su violín y
cantaba las siguientes estrofas:
Ñique,
ñique, ñin
Ñique,
ñique, ñeira
Teño veinte
reales en ua figueira
Y si a cousa
nun me minte
Lougo ei
votar outros vinte.
El
pícaro autor del hurto, al oír aquella historia, volvió los veinte reales
pensando en llevarse cuarenta. Así el invidente “vio” la forma de recuperar su
capital.
Como
en este país somos tontos, pero no ciegos ¿no habrá algún compositor que dé con
una “clave” y plasme en un pentagrama música y letra tan convincente que haga
devolver el dinero a los corruptos?
Algo
así como lo del flautista de Hamelín, o el ñique, ñique…; aunque ya sabemos que
esto sería plagio y así no devuelven el dinero. Música y verso parecido a esto:
Tralarí que
te vi
Fondos en
Ginebra
Estáis
listos si pensáis
Que los
devolví
Con amnistía
fiscal.
Sin……
Bueno, nada, las ratas se quedan, el dinero se va y Hamelín….lugar imperfecto
¡Qué país!
Haxa salú
En Grandas de Salime, a 2 de
febrero de 2013
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