LA ABULIA
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Grandas de Salime en la década de los 50 Fotografía cortesía de Salvador Rodríguez Ambres |
Hay una dolencia que llaman los galenos masiva, provocada a
veces por ellos mismos por negligencia y que el juramento hipocrático, para
muchos, es que si no es gato es gata. Es algo así como matar moscas a cañonazos
o recetarle al que ya no está bien, muchos medicamentos tirando de Vademécum.
Recurro al símil médico porque al enfermo terminal no hay
masiva que le evite su óbito. Al depauperado y hético concejo no le sirven
cataplasmas ni paños calientes: se va irremisiblemente por muchos cuidados que
se le dispensen. Es lógico que suframos por aquello que tuvo tiempos mejores,
pero esto no tiene remedio.
Es probable que nuestros hosteleros no tengan iniciativas,
ingenio y más capacidad pero como no son líquenes, que junto al musgo hagan esa
simbiosis que les permite vivir del aire, no sirve esperar de ellos que nos den el gusto de tener sus puertas abiertas.
Conocí Grandas de Salime cuando había dieciséis chigres,
algunos de ellos con fonda, y dos más
que, aunque eran buenas ferreterías, despachaban vinos, refrescos y cervezas
junto con bebidas espirituosas, que era lo que por aquel entonces se bebía. Las
ferreterías que hoy quedan son el equivalente a un bazar que había en el
pueblo. Cuatro carpinterías, cuatro zapateros, cinco sastres, cuatro ferrreiros,
un fabricante de carros, cinco o diez guardias, tres coches de punto, un
veterinario, un notario, un registrador de la propiedad, cinco comercios de
tejidos, dos empresarios dedicados al transporte de materia de construcción,
con un parque móvil de seis camiones, una fábrica de quesos que, aunque hoy
perdura, su plantilla seguro que es menor; el secretario del Ayuntamiento que
entonces vivía en el pueblo. Una empresa que ocupaba cincuenta y cinco
empleados que hoy debe tener unos ocho. Dos curas con sus amas; hoy el cura
debe llevar catorce parroquias. Y para asombro de todos, había un chigre en
cada pueblo del concejo que no serían muchos, pero al menos diez cuento a vuela
pluma. Lo mismo que las panaderías, que son más fácil de enumerar porque solo
hay una, pero no así las llamadas que se debe hacer para comer el pan nuestro
de cada día. O la farmacia, que va por el quinto traspaso y con una gran venta
porque todos estamos enfermos.
En fin, antes fue lo que fue y ahora no es. La época dorada
pasó y ahora solo queda decadencia declive como recuerdo de ese pasado. La
abulia no se contagia, es el efecto de mirar siempre para las mismas caras que,
por cierto, no son muchas. Hacer un oasis en el desierto es lo único que se
puede llevar a cabo porque agua no faltará. El que crea que la zona rural se puede
salvar a estas alturas, dígnese a hacerlo.
Que Tánatos nos pille en buen momento.
Haxa salú al
menos.
Buen artículo amigo Pepe.- Un saludo desde Arbón. Villayón
ResponderEliminarEfectivamente, esa es la verdad, poco a poco se va muriendo todo. Qué pena!!
ResponderEliminarTambién había un cine.
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