lunes, 2 de enero de 2017

La abulia

LA ABULIA

Grandas de Salime en la década de los 50
Fotografía cortesía de Salvador Rodríguez Ambres

Cierta conseja dice: “entre todos la matamos y ella sola se murió”. Así que llamemos las cosas por su nombre y no culpemos de este desastre a los que pagan una matrícula industrial o, en otras palabras: pagan sus impuestos.

Hay una dolencia que llaman los galenos masiva, provocada a veces por ellos mismos por negligencia y que el juramento hipocrático, para muchos, es que si no es gato es gata. Es algo así como matar moscas a cañonazos o recetarle al que ya no está bien, muchos medicamentos tirando de Vademécum.

Recurro al símil médico porque al enfermo terminal no hay masiva que le evite su óbito. Al depauperado y hético concejo no le sirven cataplasmas ni paños calientes: se va irremisiblemente por muchos cuidados que se le dispensen. Es lógico que suframos por aquello que tuvo tiempos mejores, pero esto no tiene remedio.

Es probable que nuestros hosteleros no tengan iniciativas, ingenio y más capacidad pero como no son líquenes, que junto al musgo hagan esa simbiosis que les permite vivir del aire, no sirve esperar de ellos que nos den el gusto de tener sus puertas abiertas.

Conocí Grandas de Salime cuando había dieciséis chigres, algunos de ellos con fonda,  y dos más que, aunque eran buenas ferreterías, despachaban vinos, refrescos y cervezas junto con bebidas espirituosas, que era lo que por aquel entonces se bebía. Las ferreterías que hoy quedan son el equivalente a un bazar que había en el pueblo. Cuatro carpinterías, cuatro zapateros, cinco sastres,  cuatro ferrreiros, un fabricante de carros, cinco o diez guardias, tres coches de punto, un veterinario, un notario, un registrador de la propiedad, cinco comercios de tejidos, dos empresarios dedicados al transporte de materia de construcción, con un parque móvil de seis camiones, una fábrica de quesos que, aunque hoy perdura, su plantilla seguro que es menor; el secretario del Ayuntamiento que entonces vivía en el pueblo. Una empresa que ocupaba cincuenta y cinco empleados que hoy debe tener unos ocho. Dos curas con sus amas; hoy el cura debe llevar catorce parroquias. Y para asombro de todos, había un chigre en cada pueblo del concejo que no serían muchos, pero al menos diez cuento a vuela pluma. Lo mismo que las panaderías, que son más fácil de enumerar porque solo hay una, pero no así las llamadas que se debe hacer para comer el pan nuestro de cada día. O la farmacia, que va por el quinto traspaso y con una gran venta porque todos estamos enfermos.

En fin, antes fue lo que fue y ahora no es. La época dorada pasó y ahora solo queda decadencia declive como recuerdo de ese pasado. La abulia no se contagia, es el efecto de mirar siempre para las mismas caras que, por cierto, no son muchas. Hacer un oasis en el desierto es lo único que se puede llevar a cabo porque agua no faltará. El que crea que la zona rural se puede salvar a estas alturas, dígnese a hacerlo.

Que Tánatos nos pille en buen momento.


Haxa salú al menos.

3 comentarios:

  1. Buen artículo amigo Pepe.- Un saludo desde Arbón. Villayón

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  2. Efectivamente, esa es la verdad, poco a poco se va muriendo todo. Qué pena!!

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  3. También había un cine.

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