miércoles, 5 de diciembre de 2012

Ecología

FORXA DE FERREIRO

Hace 60 años la ecología no era como hoy. 

Hoy mucho hablar del tema y sin embargo, si quiere usted saber lo que esa palabra significa, sólo tiene que dar un paseo por cualquier carretera del terruño. 

A la ida, las botellas de agua, los botes de bebida energética, cajetillas vacías de tabaco (en las que la marca queda casi anulada por aquello que el tabaco mata), algún que otro papelillo y otras cosillas que es posible, contuvieran chocolate y mala leche. A la vuelta, el espectáculo es parecido. Si hay espacio para aparcar, el vulgo para a comer y, salvo raras excepciones en las que el ciudadano y esposa recogen los envases vacíos, muchos abandonan todo “al ventestate”. Él o ella, ordenados, dejan el pañalito de su vástago bien doblado, con el producto de la ingesta y posterior evacuación, en la orilla, junto a la maleza de lugar. Otros pueden “olvidar” el paquete a la vista de todos. ¡Ah!, pero es fácil que usted vea también otros despojos de papel absorbente, que dan lugar a confundir lo que sólo fue menstruo, con los vendajes de una cruenta batalla. Así, poco a poco, su paseo se convierte en una incursión de los aledaños de un basurero. ¡Qué país!, que lo estamos convirtiendo en una cloaca. 

¡En fin!, lo que yo quería contarles es nuestra relación con el medio, que llega a extremos que, de verdad, da vergüenza pertenecer a este grupo del que dicen es racional. Porque hasta los irracionales nos dan ejemplo, si los miramos y tenemos en cuenta. 

Hay en Somiedo, en el pueblo de Pigüeces, una casa que llaman de Bibiana. En ella, no hace muchos años, vivía un grupo familiar que, como en todos los pueblos, era numeroso. El único varón, Manuel, al que todos llaman Lolo, me contaba lo ecológico que era su burro, asno, jumento, rucio, rocín o pollino, del que ahora no recuerdo ningún apelativo más. Era, al parecer, este rocinante de capa negra; quiero decir de negro color –aunque estos solípedos suelen ser grises- y largas y ligeramente caídas orejas. En fin, un pollín como todos que, para más señas, si no son mordiscones (que muerden) no son peligrosos. Éste tenía una gran peculiaridad: era tan respetuoso con el medio, que no se parecía a los humanos. Fíjense ustedes si era bien considerado con el paisaje, que después de comer Lolo en el campo le daba las sobras al pollino. El respetuoso borrico, se las comía y además, si las viandas habían sido envueltas en papel, no le importaba si el aséptico periódico estaba engrasado, pues lo ingería tan tranquilo; claro que, con estas buenas maneras, a veces se pasaba un poco. En cierta ocasión, cuando 100 pesetas eran 100 pesetas, nuestro jumento se las comió, mientras el vecino iba a un recado. Otra vez que venía cargado con avena, se quedó solo a la puerta del chigre mientras su amo tomaba un refrigerio, pues se zampó parte del saco y una buena ración de avena que se escurría por la abertura. 

¡Claro!, nosotros somos racionales o animales de veinte uñas, como dicen los portugueses y se decía aquí en Grandas.

Haxa salú 

En Grandas de Salime, a 20 de septiembre de 2012

3 comentarios:

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  2. Eso por no hablar de los "picaderos" en las cercanías de las carreteras, con subproductos del amor en forma de cleenex y látex.

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  3. un gran relato y tan cierto!!! salydos jefe!

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