sábado, 19 de enero de 2013

Día de Reyes



Prólogo a cargo de Elena: No, si yo lo mato. Pepe, la próxima vez te regalo us calcetos de lá y ua pucha. Si alquien tiene a bien, que le trasmitan mis inteciones, que yo no pienso dirigirle la palabra por lo menos hasta mañana.  
¡Ah!, tú sigue así que ya verás como tienes que acabar aprendiendo a manejar el ordenador.

Hoy estamos a 6 de enero del año 2013, por lo tanto es el día de Reyes.

A pesar del mal trato al que me sometieron sus Majestades en la niñez, diré ahora que su nombre debe ser ensalzado, cuan se merecen tan nobles personajes. Y permítaseme aquí la pertinente explicación: De todos es sabido que sus Majestades recorren caminos, trochas, veredas, atajos y sabe dios cuántos inhóspitos lugares, para dejar en cada morada ese imperecedero recuerdo, gracias al cual serán felices niños y abuelos (no digo mayores, por ser el que subscribe ascendiente).

Esos ínclitos y preclaros representantes de Oriente, dejaron a mi hija política Elena, a su marido e hijo mío Roberto y a mi nieto Martín, unos presentes para que me fueran entregados. Mi hija, Elena, como oculta amiga, tuvo a bien recoger el obsequio y a su costa y coste lo guardó hasta hoy. Venía acompañando al regalo, una agenda que permite no sólo saber en que día está uno, sino que además anotar los incidentes del diario acontecer. Esto junto, puede ocasionar trastornos de situación, porque es como preguntarse quién somos y qué hacemos. En fin, aquello de ser o no ser, que viene a ser anotar o no anotar. ¡Ah!, pero lo verdaderamente (¡coño, que palabra más larga!) importante, fue el libro del Instituto Cervantes, titulado El Libro del español Correcto, (que yo escribo con mayúsculas porque son las “claves para hablar y escribir bien en español”). Pero los libros son armas que carga el diablo, y si esto ocurre, ¿qué hacer? Nada. Dejarse llevar y convertirse en un cervantino o acaso un orteguiano. Y si me convierto en un clariniano o en cualquiera de esos quevedescos, ¡qué así sea! ¡Oh Señor!, pero si pierdo el estilo “ferreiril”…¿qué hacer sin ese don natural de la sencillez, de la espontaneidad? ¡Perdido he de hallarme, vive Dios! Más que así sea, y las páginas de este volumen no me confundan. Amén.

Gracias Elena II, Martín, Elena I y Roberto. Gracias a todos y en particular a quién tuvo el acierto de convertirme en escritor frustrado porque ahora sé que no sé y por tanto sé.

Los reyes siempre me vapulearon de pequeño. ¡Menos mal!
Haxa salú

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