Publicado el 27-11-2003 en La Nueva España
El día 30
de Octubre de 1989 dejé de fumar por cuarta vez. Hizo 14 años que
no llevo a mi boca un ansiado pitillo. Y digo hizo, aunque escribo esto el día
que se cumple un año más de mi triunfo sobre esa droga llamada tabaco.
Cuando se deja de fumar no quiere decir que haya uno vencido al vicio. Yo
sé que un sólo cigarrillo que combustionara, aspirando su humo hacia mis
bronquios, sería el desencadenante de una nueva etapa como fumador empedernido.
Tenía tal vicio, que el movimiento de sacar un cigarrillo, era totalmente
mecánico y compulsivo. No era la ansiedad de fumar lo que me impelía a extraer
un pitillo de la cajetilla. No, no; no era algo apremiante, sino que cuando me
daba cuenta de mis acciones, podía tener encendidos, en distintos lugares,
hasta tres cigarrillos.
A veces, en ese ademán de llevar hacia la boca el cigarrillo que
descansaba en cualquier lugar encendido, pasaba a mis labios por la parte de la
brasa, con la consiguiente quemadura.
Empecé a fumar tarde pues contaba con 19 años, pero sí que me desquité,
con verdadera fruición, de la falta de precocidad en el comienzo.
Mis experimentos para abandonar tan nefasto hábito, fueron de todo tipo.
Cuando aún era joven, pero el humo ya hacía mella en mis pulmones, deshacía los
Celtas y lavaba el tabaco, con el fin de eliminar algunas sustancias nocivas.
Después lo ponía a secar y liaba aquella picadura, que no sé si era aún más
letal. Probaba todo tipo de marcas, buscando la más inocua al organismo, pues
esperaba que alguna de ellas, no fuera una agresión a mis atormentados alvéolos
pulmonares. Fumé en boquilla, en pipa y los últimos años del delirante vicio,
fumaba aquel tabaco llamado “caldo de gallina” o Ideales, junto con rubio.
Intenté dejar de fumar recurriendo a todo tipo de trucos, tales como
prometerme a mi mismo que limitaría la dosis 10, 8, 6 ó 3 pitillos. ¡Pobre
ilusión! Cada vez que lo intentaba, lo que hacía era reforzar más y más aquel
nefasto e insano vicio.
Por fin en una ocasión, en un programa de radio escuche los consejos de una
persona que animaba a dejar de fumar. Los seguí y pasé casi siete meses sin
tabaco, al cabo de los cuales volví a caer con inusitada fuerza.
Creo que el empeño que ponía en acabar con mi salud me convenció para
intentarlo de nuevo, y repetirme a mi mismo que lo que necesitaban mis pulmones
era aire puro. Vuelvo a conseguir dejarlo, pero al cabo de nueve o diez meses
fumé otro cigarrillo y allá se fue todo mi sacrificio. ¡Y vuelta a empezar!
Unos malditos cigarros habanos, farias y puritos dieron al traste con mi
segunda batalla seria contra el tabaco.
El problema se agravaba porque mis catarros y la crónica tos iban a más.
Me consideraba una persona sin voluntad y eso me hacía rebelarme contra mis
recaídas, por lo tanto, un día decidí que no podía seguir fumando. Y lo hice
convencido que a la tercera iba la vencida. ¡Albricias! ¡Por fin había
derrotado definitivamente a la nicotiana tabácum! Yo que había esnifado hasta
rapé, no podía creer que hubiera transcurrido año y medio sin un sólo
cigarrillo. Esto me hizo estar tan seguro de mí, que estaba convencido de que
aunque fumara uno, no me afectaría. ¡Valiente insensato! El vicio de fumar está
ahí latente; larvado en las células del cerebro, y el organismo sólo necesita
esa pequeña dosis para sentir la ansiedad y el placer de fumar, aunque sabes
que éste te mata. Y así, con un cigarrillo rubio, cuando mis bronquios estaban
casi recuperados, caí en la estupidez del desprecio a mis 18 meses de calidad
de vida.
Era tal la vergüenza que sentía, que durante una temporada fumé a
escondidas; sí, fumaba como si quisiera ocultarme de mi mismo. Fue tal la
virulencia con que comencé de nuevo, que pasaba de tres cajetillas diarias. Mi
vesánico e intolerable vicio conducía hacia la destrucción de mi aparato
respiratorio.
Para paliar, en cierto modo, aquella desmesura, compraba dos cajetillas
de rubio y una de aquel Ideales que cité al principio. Con la picadura me veía
obligado a liar los cigarrillos, y con esto pasaba al menos un rato sin fumar.
Claro que el alivio era poco, si tenemos en cuenta que de una de esas
cajetillas se lían 25 cigarrillos.
Hoy me pregunto cómo era posible quemar diariamente 60 ó 65 bombas de
nicotina.
Espero no incurrir en el defecto de las veces anteriores, porque si un
nefasto día fumo un pitillo, no creo que pueda decir muchas veces eso de “haxa salú”.
Decía alguien que dejar de fumar era fácil, pues él lo hacía todos los
días. Sé que no es fácil, pero mentalizándose y con algo de sacrificio, se
logra apartar la ansiedad y el humo de los bronquios.
Aunque se sigue soñando, durante años, que se fuma de nuevo, y es
decepcionante.
¿Saben que es lo bello de dejarlo? Que cada día que pasa se convierte en
un triunfo; se percibe la fragancia de las flores; se recupera el sabor de las
cosas, y por lo tanto permite degustar los alimentos. La verdad que es un
placer.
Si fuma, haga la prueba que nada pierde. ¿Cómo que nada pierde? ¡Verá lo
que gana en salud! Aunque cuartos va a tener los mismos.
Voy a tocar madera.
Haxa salú.
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