domingo, 11 de mayo de 2014

Jornadas sobre "Patrimonio cultural y natural". San Salvador. Allande. 2009.



“PATRIMONIO CULTURAL Y NATURAL”
PARROQUIA NOVA DE SAN SALVADOR. ALLANDE
Sábado, 23 de mayo de 2009

Hay una nueva carretera que comunica, por el Pozo das Muyeres Mortas, las tierras del Valledor, en Allande, con Ibias y Cangas del Narcea. Ésta, en su día llamada “Pista del Cura” por los esfuerzos y el obstinado empeño que D. José Ramón Garcés, párroco por entonces de San Martín del Valledor, le dedicó hace ya, algo más de cinco lustros, asciende desde el Puente de Veigas, en el río del Oro, hasta muy cerca del Cortín del Mayorazo, en Collada, y allí sigue su serpenteante camino hacia la parroquia “Nova”, pasando por San Salvador, Fonteta y Villalaín, donde termina la empinada carretera que se dirige a al cruce que llaman Pozo, posiblemente porque en él estén limitados dos concejos. Poco interesa la etimología de este nombre. Si significa mutsar, mole (por blando) o agua morta. Lo que con seguridad nos dice y representa es la molicie de aquéllos que no supieron conservar algo de vida en las zonas rurales de Asturias.


Fue dura la existencia en lugares como estos del Valledor, pero aún fue mayor la dureza con la que fueron tratados; ahora, desde que el daño es irremediable, pretenden darle apariencia de recuperación.

Hace tiempo, Dn. Antonio García Linares, cronista, historiador y conocedor de todo aquello que atañe al concejo de Allande, el cual me transmite los datos que de él demando, me pasó unas notas cronológicas, respecto a la muerte del Teixo del Poyo de San Martín del Valledor. Los hechos acaecidos durante la vida de este totémico vegetal son interesantísimos, y Antonio nos los cuenta gracias a ese animismo que le permite dialogar con todo aquello que nos rodea en la Naturaleza. Nuestro desgraciado taxus comienza su azarosa vida en 1817, año en el que le conceden a Dn. Francisco Valledor un distinguido galardón como premio por la extracción de miel, que la Sociedad Económica de Amigos del País, tuvo a bien reconocerle.

¡Qué gran confianza le muestra este árbol a Dn. Antonio! ¡Cuántos acontecimientos!: en 1861 concurre a la Feria de Londres la fábrica de mantequilla. En 1880 se firma el proyecto de la carretera de la Pola a Berducedo, y en 1886 de Grandas a Cangas. En 1893 se crea la “Parroquia Nova” de San Salvador. En 1925 se autoriza el mercado semanal en San Martín. En 1932 funda D. Ignacio Valledor, “Mantequerías del Valledor”. Más de cien acontecimientos que nos hablan de esplendor de dos Parroquias a las que no había llegado la actual desgracia.

En 1956, aparecen censadas en la “Parroquia Vella” 1200 habitantes. Hoy quedan 94. Le dice el teixo a su interlocutor que en 1954 son inundadas las mejores veigas de Cornollo y Villarpedre por el palustre y funesto Embalse de Salime. Y para más desgracia, cuenta el texo, que en 1988, con el fatídico conglomerado de piedra y cemento comenzó su larga enfermedad, llevándolo a la muerte en el 2004. Hoy el “poyo del texo”, sólo es el cenotafio simbólico de ese árbol que conoció tiempos mejores, aunque algunos fueran luctuosos y otros, pírricas victorias, como la llevada a cabo por un grupo de ilustrados del populacho, que destruyó, en su particular guerra, el Santuario de Bedramón.

De esos tiempos de encumbramiento, opuestos a la actual decadencia, podríamos citar florecientes negocios en Berducedo que, aunque lejos, entraba en simbiosis con la comarca. El comercio mixto de Paco, de San Martín, fallecido en el año 1998, era un claro exponente de esta próspera Parroquia. Pero había más: el Ramono, también participaba de los beneficios económicos que aquellos abnegados campesinos producían. Había otro comercio en el Moradín. Y no digamos nada del floreciente negocio de Emilio, el “Maestrón”, como era conocido. A pesar de la falta de comunicación con la carretera general, el “Maestrón” surtía aquí, en San Salvador, de todo lo necesario a la Parroquia Nova. Me agradaría haber conocido a estos peculiares personajes.

“Patrimonio Cultural y Natural”, era todo aquello imbricado en el mundo rural. Eran escamas, pizarras, louxas que superpuestas unas sobre otras forman el tejado, y guarecen de la lluvia los miembros de una familia. Las familias que formaban los pueblos y éstos la comarca. Nada, o muy poco queda de eso. La regresión o caída de estos lugares trajo consigo el efecto dominó. Comenzó con tímidas goteras y al final se cayó el tejado, ante la mirada indiferente de todos.

Hoy lo que más me fascina es el que políticos y personas, a mi parecer hipócritas, nos cuenten que lo rural es recuperable. Sí. Era recuperable o sostenible hace 25 ó 30 años, cuando aún quedaban esos sacrificados campesinos, que podían transmitir aquellas formas de trabajo, y a los que por desgracia, nadie tuvo en cuenta. Pero no es de extrañar que así ocurran las cosas cuando en la actualidad todavía quedan cínicos aduladores de esta nefasta Administración, que llaman “identidad rural” a este agonizante estado de aflicción, que terminará en deceso inducido.

Comprobaran mi negativa forma de ver el futuro, pero a lo largo de mi vida sólo vi la decadencia de la tierra que me vio nacer y su degradación. Sólo me consuela el haber guardado o protegido algo de ese patrimonio para generaciones futuras –si es que llega - pues si seguimos con estos nefastos gestores de los últimos treinta años, permítanme que lo dude.

Seguiré ahora con una breve reseña de aquello que ocurrió hace ahora algo más de quince años, y que por esta mala costumbre del pesimismo quedó pospuesta.

Se dice que no es conveniente vean a uno llorar en público. A mí no me importa confesar que he llorado en múltiples ocasiones ante los demás ¿Quién no se conmueve ante la pérdida de un ser querido? ¿Se puede permanecer impasible ante la desolación de lo que te rodea? Al fin y al cabo el pequeño mundo en que me tocó nacer y vivir era todo lo poco que tenía ¿Acaso el hombre es algo más que sus actuaciones y lo que lo rodea? Por desgracia para mí, este bagaje era toda mi riqueza y sólo queda ruina y desolación, aflicción y angustia, que en la soledad de esos lugares que conocí, atenaza mi corazón y me conduce al llanto. Sollozo y tristeza por la pérdida de todo lo que significaba vida. ¡Pobre y atribulado este espíritu, que no acepta los hechos como son, en este desbocado mundo actual! ¡Adiós al pasado! ¡Adiós al presente sin futuro! ¡Adiós a la cuenca que un día fue el río de Oro, porque en ella había esencia, entes!


RECUPERACIÓN DEL MOLÍN DE A PASADA (AÑO 1994)
Instalado en el Museo de Grandas de Salime



A los pocos vecinos que quedaron en los pueblos, les invadió el desaliento y la pasividad. La abulia se contagió como mal endémico, que dejó a su paso, seres inanimados a los que nada pudiera causar ilusión o interés. Una sensación de vacío, de fracaso y frustración; porque ellos pusieron la vista también en los atractivos que brinda la ciudad, sin valorar el alto precio que se debe pagar para vivir en ella, lo que no quiere decir que la vida en el campo no sea también dura, máxime, en una tierra poco fértil y abrupta. El resultado de estos hechos es hoy, y sin visos de recuperación, un paisaje no muy gratificante. Fincas abandonadas, prados cubiertos de maleza y caminos intransitables son pues, el mudo testigo de aquellas formas de vida que no volveremos a ver. Sólo la nostalgia, o la visita obligada en verano de los que fueron un día moradores de esos predios, cambia la monotonía de sus escasos habitantes.

A unos quinientos metros del pueblo de Collada (Allande), y a escasos cuatro del arcén de la pista, se encontraba el pequeño edificio del molino. Debiera decir lo buscábamos porque, a pesar de la proximidad, nuestro molino no aparecía. En condiciones normales de explotación –tanto de la finca como del molino – sería fácil ver el tejado. Sin embargo, era infructuosa la búsqueda; y eso que contaba con la colaboración del carpintero Manuel Monteserín, que sabía más o menos, la ubicación de aquella mágica y oculta caseta. Recorrimos arriba y abajo aquel trecho de carretera varias veces en busca de alguna señal. En aquel frondoso castañeiral  en el que habían crecido también salgueiros, artos y fresnos, se escondía la casita, como si los duendes del bosque la ocultaran.

Después de la desalentadora pesquisa, y algún que otro arañazo, dimos al fin con aquel inmueble cubierto por la maleza.

Ruinas como las de este molino se hallan dispersas por toda la región. Incluso edificios mayores, de hasta dos plantas, son difíciles de ver si no se conoce el lugar exacto donde están ubicados.

En su interior había una deteriorada alacena, que sirviera de protección, tanto a la muela y la moxega como a la harina, de los molestos roedores.

Este pequeño molino de la casa del “Rey de Collada”, se compró a Delia Álvarez Valledor que, al igual que al 90% de los que fueron habitantes de esta tierra, vive en Oviedo; vértice del triángulo que comparten Gijón y Avilés por el Norte, que al igual que en las Bermudas, se tragó no sólo a las gentes del Occidente de Asturias, sino que quedaron yermas también las fértiles vegas que lo circundan, porque sus habitantes  se fueron para la industria, a falta de una política agraria acertada.

Hoy este mecanismo está expuesto en el  molino del Museo Etnográfico de Grandas de Salime.

Hablar del deterioro, la decadencia y el abandono, en la zona rural del Occidente de Asturias, es realmente desgarrador.


MOLÍN DE TRABACES

En el año 1983, en un viaje o periplo por la zona del Río de Trabaces (Allande), aguas abajo de un pequeño afluente llamado Regueiro de Tuselos, había otra pequeña cabaña, en estado semi-ruinoso, que cobijaba el molín llamado de Trabaces. Parte del tejado había caído y bajo lo que quedaba más o menos cubierto, se conservaba una tosca moxega y las dos piedras que hacía muchos años habían dejado de moler aquel centeno y escaso trigo, del que se hacía un negro pan. Bajo éstas, el barrón del rodezno, de madera de roble, servía de sustentación al conjunto. El rudimentario guindaste soportaba la referida y deteriorada porción de louxado. Lógicamente el edificio, o su parcial conservación, se hallaba ahora, paradójicamente, sostenido por los mecanismos que en su día le tocara proteger. En la parte baja o infierno, por donde el agua volvía al cauce del río, estaba lo poco que quedaba del rodezno. Éste había perdido alguno de sus álabes que el caudal del río se había llevado. Otros, a punto de desprenderse, se conservaban gracias al sedimento de lodo y hojarasca que colmataba el recinto.

Con las precauciones que se debían seguir, se fue desmontando el conjunto desde arriba, y al final se recuperaron unos cuantos elementos de aquel vetusto molino. A continuación se trasladaron en hombros hasta Collada, gracias a la colaboración de un grupo de voluntarios vecinos de Grandas; en una operación rescate, pionera en cuanto a la importancia y su significado, pero de escaso rendimiento, en cuanto a resultados.

Hoy se halla expuesto el rodezno a la entrada del molino del Museo, en Grandas. Los desaparecidos álabes, fueron sustituidos por unos en las distintas fases de construcción. Y los que se hallaban desprendidos, porque las espigas que los fijaban al eje habían desaparecido, se conservan en la sala de molienda, con otros elementos relacionados con estos temas.

Se debe destacar en esta acción, la necesidad de aquel momento, preocupándose por componentes de un mecanismo en estado ruinoso. Veintiséis años más tarde, me parece sorprendente, casi un desatino, preocuparse por algo que el propio devenir de los tiempos, haría casi  ruina todo lo que nos rodea en las zonas rurales.
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Y hasta aquí hemos llegado con este lamento, que es –creo- testimonio de un triste pasado, al que no auguro ni siquiera una humilde ojeada de los verdugos que finiquitaron esta comarca.

Haxa salú

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