Recordando las palabras del oráculo o más bien una de las leyes que Moisés bajo de aquel monte Sinai, entregadas para que nos comportáramos como seres racionales, llegué a la conclusión, que de este Mundo, que tú, Dios, dices haber hecho, sólo queda una burda falsificación: no existía la propiedad. Pues verás, el décimo mandamiento que dice: no codiciaras los bienes ajenos, sólo pueden pecar en él los proletariados, los que nada tienen; pues las riquezas y los bienes son de unos pocos: de la Iglesia, de la Realeza, la Burguesía o nuevos ricos y la Nobleza. Dejo a estos en último lugar, porque duques, marqueses, condes y demás títulos, se desconocen sus posesiones y hasta creo los llaman “gentiles” ¡Si vieras, Dios, la cantidad de distintivos que usan esa clases sociales, incluidos los escudos eclesiásticos! Hay también una clase social armada, de la que puede ser poco saludable hablar. Y otra política, con distintivos supuestamente inmateriales, que además de estéril, para el bien común, se está volviendo perversamente corrupta; pero en nombre de la democracia, dicen que fueron elegidos por el pueblo. En cuanto a bienes, es cierto que el proletariado o chusma, como hace poco la llamó un miembro del orden, sí tienen bienes. Bienes de consumo: casa, coche, televisión y nevera. Por cierto, sanidad, para que esté útil para el trabajo y la televisión para lavarle la cabeza, sin champú ¡y por dentro! Son también poseedores vitalicios del paro. Pero suele estar satisfecho de su condición. Les dicen que al ser poseedores del sufragio, éste, los legitima para poner al frente del sistema a sus representantes. Representantes que no suelen ser los mas aptos; pero sí los más adecuados para servir de edecanes fieles, al nepótico sistema.
Haxa salú
A mí se me da por pensar, más o menos desde que nací y mis padres me ofrecieron tal información que, además de la propiedad, lo que no existía en aquellos lejanas èpocas de la creación, además de la propiedad, era Dios.
ResponderEliminarCreo firmemente que somos un eco del Big Ban, pero un eco malsonante