domingo, 8 de noviembre de 2009

Sociedad materialista

Ahora entiendo por qué Moisés, al bajar con las Tablas de la Ley y se encontró a su pueblo adorando al becerro de oro, tuvo un ataque de ira y rompió esas tablillas, que Tú le habías dado. Sí, Dios, sabías que debiera haber aplicado la Ley, en vez de romperlas. Sin embargo te mostraste invidente ante tan flagrante delito: dejaste el becerro, y no te importó hacer una nueva segunda o redacción, que ese pueblo de idólatras, tomó como algo escrito en papel mojado ¡Velo tú mismo, mira! ¡Mira Dios, mira por favor por qué las cosas no fueron a mejor! Dicen que eres justo, infinitamente sabio ¿Es de sabios ver la injusticia y no repararla? ¿Cuándo, Dios, cuándo estuviste al lado de los débiles, de los pobres, de los enfermos? ¿Por qué, por qué te rodeas siempre de los poderosos? ¿Acaso crees que los humildes somos estúpidos y tan majaderos que no vemos los fastos de aquéllos que te representan? ¡Esas pompas y grandiosidades, de las que alardean tus ministros aquí en la tierra! ¿Acaso desconoces esa suntuosa mansión donde tu representante ejerce de embajador allí en esa Roma, años después que aquel Moisés rompiese el código moral? A ti que eres omnipotente, permíteme te cuente lo que está ocurriendo desde hace al menos dos mil años, y que parece olvidado: en esa ciudad imperial donde aquel Simón, al que pusiste el seudónimo del lítico y duro pedrusco, alguien se tomó la libertad de hacer en su nombre una Basílica majestuosa. Es monumental la plaza que recibe el nombre de ese primer Papa. Son colosales las iglesias que existen en esa ciudad excelsa. Hasta el apóstol Pablo, que era enclenque y enfermizo aparece en su ciclópea escultura mayestático; armado de una descomunal espada, cuan guerrero y no apóstol. Todos los templos donde dicen rendirte culto, son sublimes, excelsos; lo mismo en capillas, iglesias, basílicas o catedrales, allí lucen obras de arte primorosas. Baldaquines solemnes protegen altares, donde Abrahán no se atrevería ni a obedecer tus órdenes sacrificando a su vástago. Patios, jardines, claustros que harían morir de envidia al más vanidoso, soberbio y altivo romano; de esa Roma, concupiscente, libidinosa y corrupta, a la que se parece tanto la sociedad actual. Es cierto, y así debe ser, que el arte eleva al hombre por encima de su mediocridad; pero éste nunca debe ser usado para enaltecer la vanidad de aquéllos que deben mostrarse humildes: sencillos cuan la prédica, sino de poco sirve el sermón ¡Si todo este patrimonio, se hizo con tu anuencia, y pensando glorificarte, en verdad te digo que fue un error! Pero ahí está y ahora debe ser respetado. No porque te represente, ¡todo lo contrario! Sino por el arte que contiene. Lo grave es que simboliza a esta sociedad materialista.

Haxa salú

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