Con esto de andar, recordé otro
acto o casorio digno de los “quitamanchas restaurantiles”. ¡Menos mal que había
con qué eliminar lamparones, que si no….!
En la catedral de Oviedo, aparte
de haber agujas, pináculos, cruces, sean o no de la victoria, se celebran
esponsales. Allí, allí quisiera yo ver a los de la risa ¡Estaban listos! Ay
amigos! Aquello es serio, no la boda de la aldea. El caso es que allí estuve.
Asistí a la boda de un pariente que, además, es un buen amigo; y la madre de la
moza…..¡Vaya cómo preparaba la fabada! Bueno, ¡oh! Las andaricas para salir del
paso: ¡las de la tintorería!
Recuerdo muy bien, ¡cómo no!, que
de allí fuimos a El Berrón. El berrón, en el occidente de Asturias, es que
berra, el que da voces. Pero no, ese no, es que en ese lugar de Siero estaba el
restaurante; y de allí fuimos unos cuantos a otro lugar…..y a otro…a tomar
sidra. ¡Tomamos!, quiero decir, ¡bebimos! como si no fuéramos a beber más nunca.
El caso es que bien puestos estaban los comensales en sus sitios cuando
llegamos al banquete. Y nosotros también. Puestos, ¡sí señor!
La andarica es un crustáceo que
reserva muchos secretos ¡Qué bicho! Su salsa interior ¡llega hasta el otro lado
de la mesa! ¡Pobre traje! ¡Vaya cara que puso la señora! ¡Qué cruz, Dios mío!,
¡Qué cruz!
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