jueves, 1 de octubre de 2009

CONFIDENCIAS. ALTO SECRETO

Desde que pasa medio siglo ya se pueden desclasificar los contenidos de los temas de “alto secreto”, sin temor a que su conocimiento desestabilice el sistema. Mantener un secreto de cualquier índole puede acarrear un problema de conciencia; o el remordimiento acaba haciendo mella en el estómago, y por lo tanto evitaremos la úlcera haciendo público lo reservado.

Los lugares y los nombres son ficticios. Cualquier concomitancia con la realidad es pura coincidencia; sólo la obra es real, junto con la desafortunada participación en tan infausto atentado al medio ambiente.

Como decía, hace ahora casi cincuenta años, nos fue encomendada la construcción de una central hidroeléctrica, en un hermoso paraje de nuestra geografía. Para llevar a cabo el proyecto recurrimos a una estratagema de la que nadie sospecharía. ¿Además quién iba a sospechar de un ferreiro, y de aquel centro de operaciones en la fragua de un taller, en el que secretamente llevábamos a cabo la construcción de componentes y mantenimiento de maquinaria? Allí, en las Lleras, en un idílico valle, urdimos las tretas más rocambolescas para que nadie se diera cuenta de nuestros trucos. Digo nuestros, porque lógicamente participaron en aquel plan, más personas; que cumplían al pie de la letra, con las funciones específicas de su trabajo, pero ignorando el fin. De este modo la táctica a seguir fue la siguiente: en un recóndito lugar de un imaginario río, al que llamaremos Pigüeña, dispusimos tres equipos de esforzados y rudos trabajadores que comenzaron un túnel. Aquella oscura boca, se adentraba en la montaña, hacia un desconocido destino, que el teodolito de los topógrafos marcaba. De manera simultánea los equipos sincronizados de la Bustariega, Llamoso o Tiblós, avanzaban en esos hipotéticos valles, en uno u otro sentido hasta encontrarse, después de años perforando las entrañas de la montaña. A veces silícia y otras en las que oscuras cavernas amenazaban con caudalosos torrentes. Estos manantiales entorpecían la labor, pero nada detenía a los técnicos alemanes y a los expertos de obras subterráneas. En un lugar desconocido al que llamaremos Sant-Iago, cerca de La Riera, construimos un gran sifón o tubo, que comunica ambas laderas, y recogía además la aguas de una vetusta central del año 1940; que es movida por el fluido de un supuesto río, al que daré el nombre de Somiedo.

Mientras se llevaban a cabo todas estas obras, y para no despertar sospechas, que vinculasen el propósito destructor, comenzamos a 25 Km. aguas abajo, en un llano paraje, donde se ubicaba la nave de la fragua, otra mastodóntica obra. Consistíó en perforar la montaña, para comunicar el exterior con una gran cámara, en la que se instalarían las hidráulicas máquinas, extractoras de energía eléctrica. Una carretera o túnel de más de 300 metros, conduce al interior de la faraónica sala, en la que ronronearían aquellos alternadores eléctricos traídos de una Grenoble ciudad francesa. Mediante una vertical chimenea, también de 300 metros de altura, se conexiona en Santafartalla, esta secreta tumba con los túneles que desde somedanos montes cruzan ocultos y sigilosos el belmontino paisaje. Nada hacía conjeturar, que la larga cripta, escavada en los subterráneos suelos, tuviera un nefasto objetivo.

Aunque en un principio mantuvimos el secreto, sólo fue para evitar la alarma social que suscitaría privar a los habitantes del valle pigüeñes de su río.

Porque verán Ustedes: Una vez que el ignoto túnel quedó terminado se procedió, mediante azudes en los cauces a desecar éstos y enviar el agua aquel estratégico lugar, para ser comercializado el producto de su energía y vendido más tarde a un alto precio. Aquel taumatúrgico acontecimiento dejó seco el lecho de un hermoso río que cruzaba un paraje inigualable y un Belo-monte. Hoy es posible que usted lo descubra, si pasa por allí en época de estiaje. Los cantos rodados de lítico y duro pedernal que antes enseñaban sus blancos lomos (hoy verdes de algas); mostrándonos, como si tratara de mesozoica época, la huella de lo que un día fue cauce de aguas pobladas de truchas y salmones. Menos mal que las Pigüéñicas aguas, devuelven su ecológico cauce al Nar-cea, 30 Km. abajo de donde fueron secuestradas; constreñido su libre y espumoso fluir, por esa tétrica y artificial caverna, que ahoga su ruidosa turbulencia invernal y nos priva de sus cantarinas aguas en primavera.

Fue tal mi remordimiento que nunca volví hacer otro salto hidroeléctrico. ¡Lo grave es el daño que un obrero, mal pagado, puede hacer!

Haxa salú.

P.D. Se hizo público ahora, porque hace pocos días salió una noticia en la Nueva España que decía se habían reunido algunos técnicos para celebrar los cincuenta años de la construcción o inicio de una central hidroeléctrica. Cualquier relación con este hecho es pura coincidencia.

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