miércoles, 21 de octubre de 2009

Música y derechos

Entre mis preferencias musicales y manías del tarareo, hay tres o cuatro referidas a la música clásica. Una de ellas es del compositor Maurice Ravel, con su Bolero. Como saben Ustedes, en ese concierto van incorporándose instrumentos y sus intérpretes, al mismo tiempo que la sintonía y la inflexión de sus acordes, aumentan de volumen. De esta manera, cada vez con más intensidad, suenan los repetidos sonidos, que me conducen al paroxismo o frenesí, en el que llego a convertirme en el director de la orquesta. Como comprenderán esta mutación es sólo mímica, pero sí es cierto que emocionante. La melodía llega a mis conductos auditivos y éstos la transmiten al cerebro. Allí, sin saber si la sensibilidad interpretativa es acertada o no, se convierte en esa sensación placentera, y por lo tanto es algo inherente a mi persona. Es más: si mi melomanía es incorrecta, no por eso nadie cercena, amputa o mutila mis orejas. Sin embargo, vean ahora como mis derechos como ciudadano pueden ser avasallados, sin tener en cuenta aquello concerniente al individuo y de lo que nunca debe ser privado.

Mediante clases teóricas y prácticas se me hace poseedor de un documento -personal e intransferible- que me faculta para transitar, por las vías públicas adecuadas, con un vehículo a motor. El citado documento, me obliga a cumplir con las obligaciones que el código de circulación exige. Por cierto, estas normas son promulgadas por los mismos que me autorizan o capacitan -bien o mal- para hacer uso de las mismas; dando así ejemplo de su buen hacer. Sin embargo, no es así. Su mala conciencia o contradicción los convierte en hipócritas: hacen o legislan mal y lo corrigen con otra ley que conculca mis derechos. Es tal el atropello que debieran ser sancionados con la privación de libertad y fuertes multas, tal como ellos imponen a los demás. Ese documento o carné, al igual que mi sentido de la música, es personal, por lo tanto intocable. ¡Ah! Pero no. Vean sino la argucia de la que se sirven: nos dan el título bajo el compromiso de cumplir con las normas. Nos sancionan si no lo hacemos; y como en las vías somos irresponsables, en vez de educarnos para que seamos cívicamente correctos nos endilgan la ley que les permite quedarse con ese personal documento. Y que vergüenza: ¡le llaman puntos a la desfachatez! Cuando los únicos “puntos” impresentables son aquéllos que promulgan la Ley, que contradice al código, que exige el cumplimiento de la misma, y atenta contra los intereses del ciudadano. Como si a cualquier titulado, por imprudente, se le pudiera desposeer de su título; porque de ser esto así, había que retirar los puntos a muchos “puntos”. ¡Qué país!

Llega a mis oídos los armónicos acordes de Bolero, que aunque se repiten, no son inconsecuentes.

Haxa salú

1 comentario:

  1. Inda teis todos os puntos?... improbable con a túa errática conducción. Xa cho dicen na casa "Oig! ye que anda como loco"

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