martes, 12 de enero de 2010

Campanada

Dos metales como el cobre y el estaño, cuando están aleados en la proporción adecuada, pueden producir una entrañable sonoridad, que según las circunstancias, puede alegrar o acongojar nuestro ánimo. El toque festivo de la campana en la enhiesta torre del templo, contagia entusiasmo, alegría e invita al jolgorio. Sin embargo, el toque a rebato de esos bronces, nos aterrorizará porque algo grave ocurre en la aldea: un peligro inminente, o la casa de un vecino que es pasto de las llamas. Pero también, y para más dolor, nos anunciará su tañido, que alguien exhaló su último aliento. Por ese doblar de campañas, sabíamos si el deceso había ocurrido en el pueblo, en la parroquia, o si era hombre o mujer. Aquel lamento, producido por el badajo, al golpear en el borde de la campana del tann… y el tonn…. sostenidos, quedaban en su tañer, como sonido de diapasón, que hasta su última y casi inaudible nota, nos daba la triste noticia. Hoy ya no queda en los pueblos ese sacristán que nos comunique, a través del repicar: vida festiva, desgracia o muerte. Sin embargo, sí nos llega la estridencia de aquel que convierte sus acciones y lenguaje en badajo, que da la campanada, con el único fin de hacer oír su vanidosa conducta. Así, desde las altas torres de la jurisprudencia, con insensato criterio, un juez de meliflua o aflautada voz, hace sonar el gong; no para administrar justicia por los muertos, por los que en su día no se tañeron las campanas; sino para que se revuelvan los restos, que reposan en anónimas tumbas. Toque a rebato, para afligir aun más, aquéllos que se les quema el corazón llorando, en silencio, por sus antepasados.

Que Dios le perdone Señoría, y que los finados descansen en paz.

Haxa salú

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