Al citar "a cruz de os probes" no me refiero aquí a la penuria que arrastra el mendigo o el probe “d´po las portas”, como eran conocido el necesitado indigente en esta comarca. Ni tampoco a los que sin necesidad de ser mendicantes, estamos en ese grupo de los que con poco nos vamos arreglando. Y cuando aquí se dice exiguo, es comparándolo con lo que ganan aquéllos, que con nuestro salario anual, no les alcanzaría para un día en la suite del lujoso hotel.
No amigos. Aquí la cruz de los pobres es algo material. Es la cruz de madera que había en las aldeas que prestaba un servicio a la equidad. La igualdad a todos los vecinos, para que la caridad fuera impartida con justicia. Y la verdad es que parece mentira que lo que debiera ser altruismo o generosidad, tuviera que ser regulado por un símbolo de la religión católica, para evitar que los que más tenían, se escabulleran del compromiso. Y aún así, escurrían el bulto pasando el compromiso a sus aparceros o caseros, que en definitiva también eran pobres.
Les narro estas cosas antes de referirles en qué consistía la misión de esa cruz; que aunque a mí casa nunca llegó, mi padre, Benino el ferreiro, acogía a todos aquéllos necesitados que demandaban auxilio. Allí nunca les faltó comida y posada.
No escogí el tema por ser Navidad, sino que como viene siendo costumbre, recurro a los fondos del Museo para mis crónicas. Y tampoco como un servicio al mismo, sino para que quede escrito y explicito, si así se le puede llamar.
En las aldeas o pueblos, y no así en el centro de las villas, “os probes de polas portas” llegaban al atardecer a aquellas casas en las que sabían podían pernoctar en la calidez de la cuadra en el invierno, o en la mullida hierba seca del pajar en verano. En la villa buscaban estas posadas en los barrios marginales, porque en ellos encontraba la caridad; sentimiento solidario, que a veces no era otra cosa que sentirse satisfecho del propio destino, que el duro trabajo les aportaba a los que se veían en mejor situación que el indigente. Poco importan los motivos o la causa que los originaba; lo cierto es que el menesteroso obtenía sustento y el cobijo que en otra parte no encontraba. Sin embargo, esto daba lugar a que aquel continuo deambular de gentes sin techo, se convirtiera en una carga para algunas casas del vecindario. Para evitar este trastorno, estaba la cruz de los pobres, que era la señal de que en la casa en la que se hallaba depositada, habían dado posada al necesitado. De esta manera, el mendigo pasaba a la siguiente casa portando la cruz. Si se daba la circunstancia que había solicitado posada o refugio en cualquier casa, en la que no estuviera el lábaro, debía dirigirse en el vecindario a la poseedora de dicho distintivo, donde lo dirigían a la que estaba obligada por vez o por turno.
En el Museo contamos con algunas de éstas, que cumplieron con esa función. Lo grave es que ahora en los pueblos no queda a quien pasar la cruz, pues en el barrio en que nací hay más de diez viviendas vacías y aunque no conocí –como dije- esa forma de acoger al necesitado, nunca faltaron en el lugar los desamparados. Por cierto, esa gente que tendía la mano ahora casi no la ve en los pueblos, porque ocupan las calles de las ciudades, y para evitarla miramos a otra parte.
Haxa salú
No amigos. Aquí la cruz de los pobres es algo material. Es la cruz de madera que había en las aldeas que prestaba un servicio a la equidad. La igualdad a todos los vecinos, para que la caridad fuera impartida con justicia. Y la verdad es que parece mentira que lo que debiera ser altruismo o generosidad, tuviera que ser regulado por un símbolo de la religión católica, para evitar que los que más tenían, se escabulleran del compromiso. Y aún así, escurrían el bulto pasando el compromiso a sus aparceros o caseros, que en definitiva también eran pobres.
Les narro estas cosas antes de referirles en qué consistía la misión de esa cruz; que aunque a mí casa nunca llegó, mi padre, Benino el ferreiro, acogía a todos aquéllos necesitados que demandaban auxilio. Allí nunca les faltó comida y posada.
No escogí el tema por ser Navidad, sino que como viene siendo costumbre, recurro a los fondos del Museo para mis crónicas. Y tampoco como un servicio al mismo, sino para que quede escrito y explicito, si así se le puede llamar.
En las aldeas o pueblos, y no así en el centro de las villas, “os probes de polas portas” llegaban al atardecer a aquellas casas en las que sabían podían pernoctar en la calidez de la cuadra en el invierno, o en la mullida hierba seca del pajar en verano. En la villa buscaban estas posadas en los barrios marginales, porque en ellos encontraba la caridad; sentimiento solidario, que a veces no era otra cosa que sentirse satisfecho del propio destino, que el duro trabajo les aportaba a los que se veían en mejor situación que el indigente. Poco importan los motivos o la causa que los originaba; lo cierto es que el menesteroso obtenía sustento y el cobijo que en otra parte no encontraba. Sin embargo, esto daba lugar a que aquel continuo deambular de gentes sin techo, se convirtiera en una carga para algunas casas del vecindario. Para evitar este trastorno, estaba la cruz de los pobres, que era la señal de que en la casa en la que se hallaba depositada, habían dado posada al necesitado. De esta manera, el mendigo pasaba a la siguiente casa portando la cruz. Si se daba la circunstancia que había solicitado posada o refugio en cualquier casa, en la que no estuviera el lábaro, debía dirigirse en el vecindario a la poseedora de dicho distintivo, donde lo dirigían a la que estaba obligada por vez o por turno.
En el Museo contamos con algunas de éstas, que cumplieron con esa función. Lo grave es que ahora en los pueblos no queda a quien pasar la cruz, pues en el barrio en que nací hay más de diez viviendas vacías y aunque no conocí –como dije- esa forma de acoger al necesitado, nunca faltaron en el lugar los desamparados. Por cierto, esa gente que tendía la mano ahora casi no la ve en los pueblos, porque ocupan las calles de las ciudades, y para evitarla miramos a otra parte.
Haxa salú
No conocí esa costumbre de pasar la cruz, pero lo que si recuerdo es que cuando yo pasaba largas temporadas, en casa de mis abuelos de neno, en Bustelo había un sitio en la casa para los pobres, que era al lado del forno,recuerdo a uno de aquellos pobres, le llamaban (Celestino).
ResponderEliminar¡Qué crónica impresionante! ¡Qué ganas me dan de conocer el museo, ahora que por una temporadina estoy por estos lares! Pero, para ello, esta "probe" necesitará conseguir curro, porque si no no va a ver cruz que convenza al de la renfe que me permita viajar gratis.
ResponderEliminarLos únicos "amparos" que mi familia me refirió son los que le daban amigos o gente del pueblo durante la guerra y posteriores, gente muchos emigrados a la Argentina y a los que seguimos visitando por mucho tiempo,todos probes
Salud y República