Cuando algo causaba nuestro asombro, afligía nuestro ánimo o simplemente era noticia poco común o nos sorprendía, solíamos decir que hacíamos cruces. "Hacer cruces" era santiguarse, e iba acompañada la acción de interjecciones tales como ¡lévete Xudas! ¡arrenego del demo! ¡nunca outra tal vin! ¡oh virgen! ¡vaya cuadro! ¡métevos medo! ¡québrenche os ollos! ¡xa me dirás tú! Y así alguna más que se le ocurría al oyente del portento o fenómeno, que a veces no era tal. Pero viene a cuento aquí por mor de ese paso de la sombra al sol y viceversa.
Como siempre, diré que hace algo más de medio siglo las cosas eran muy distintas. Eran diferentes porque desde que anochecía, y en esas oscuras y lóbregas noches invernales, casi no se veía nada. Era necesario vislumbrar y otear, en la penumbra los detalles que nos hacían conocido un lugar para seguir avanzando. En muchos casos, caminabas por intuición, y de esta manera evitabas incluso aquellos embarrados charcos que tenías controlados en las calles o caminos de tu pueblo. Esto no siempre se cumplía y a veces eran tus zapatos los que chapoteaban en él dándonos la noticia de su ubicación. Cuando calzabas las galochas (madreñas) no tenía importancia el incidente, pero ¡los zapatos de los domingos y el bajo del pantalón del traje! eran otra cosa. Estos avatares eran subsanables haciendo el recorrido hacia mi casa por la carretera desde la villa hasta el marginal barrio del Ferreiro. Pero era un recorrido más largo y el vendaval azota con furia en el invierno en ese lugar; así que, a correr el riesgo desde la casa de Juan, hasta la “rampla”, y después secarse los zapatos en el horno de la cocina de leña.
Aunque el pueblo resulte desconocido para Usted, hágase una composición del lugar como lo hacíamos los viandantes en la oscura noche y asócielo con la falta de luz en los comentarios anteriores. Precisamente, dando concordancia y afinidad a las explicaciones y la cruz de los pobres, digamos que la concatenación, viene de esas penurias, que nos tocó a los que ahora somos viejos vivir. Porque verá Usted: este es el país de los excesos; o de los extremos: o nada o mucho.
Haxa salú
Como siempre, diré que hace algo más de medio siglo las cosas eran muy distintas. Eran diferentes porque desde que anochecía, y en esas oscuras y lóbregas noches invernales, casi no se veía nada. Era necesario vislumbrar y otear, en la penumbra los detalles que nos hacían conocido un lugar para seguir avanzando. En muchos casos, caminabas por intuición, y de esta manera evitabas incluso aquellos embarrados charcos que tenías controlados en las calles o caminos de tu pueblo. Esto no siempre se cumplía y a veces eran tus zapatos los que chapoteaban en él dándonos la noticia de su ubicación. Cuando calzabas las galochas (madreñas) no tenía importancia el incidente, pero ¡los zapatos de los domingos y el bajo del pantalón del traje! eran otra cosa. Estos avatares eran subsanables haciendo el recorrido hacia mi casa por la carretera desde la villa hasta el marginal barrio del Ferreiro. Pero era un recorrido más largo y el vendaval azota con furia en el invierno en ese lugar; así que, a correr el riesgo desde la casa de Juan, hasta la “rampla”, y después secarse los zapatos en el horno de la cocina de leña.
Aunque el pueblo resulte desconocido para Usted, hágase una composición del lugar como lo hacíamos los viandantes en la oscura noche y asócielo con la falta de luz en los comentarios anteriores. Precisamente, dando concordancia y afinidad a las explicaciones y la cruz de los pobres, digamos que la concatenación, viene de esas penurias, que nos tocó a los que ahora somos viejos vivir. Porque verá Usted: este es el país de los excesos; o de los extremos: o nada o mucho.
Haxa salú
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