jueves, 21 de enero de 2010

Fisgas

Para alternar con los ditos populares, seguirán las fisgas a los chuzos. Y es que curiosamente, este tema es para seguir fisgando como “curioso” en las armas arrojadizas. Y aunque este fisgar sólo es para dar a conocer las fisgas, que las incluimos en las artes de pesca, creo que merece la pena la curiosidad. O séase que bien o mal el juego de palabras no tiene más sentido que engancharlo, figuradamente, en las fisgas. ¿Saben el cuento de la buena pipa que…? Pues eso, pues eso ¡Y miren Vs. Ms., que no les voy a contar todos los detalles sobre su adquisición, para no extenderme demasiado! Y por cierto, sin fisgar: ¿Es V.M. de las personas que no le queda tiempo a leer? ¡Entonces para qué empezó! ¿Por fisgar? Pues ahora, por fisgón lea, lea. ¡Y si no, a husmear a otra parte! Sabe que fisga también significa burla, que con cierto arte se le hace a una persona. Se acabó, ahora va ya en serio.

La fisga se la define como un tridente de tres púas, con muerte; que son esos pequeños ganchos que lleva en cada diente, similar a los anzuelos, para impedir que una vez clavados en el pez, éste se desenganche. Como se puede comprobar, en la colección de la que forman parte en los fondos del Museo Etnográfico de Grandas de Salime, esta descripción no se ajusta a la realidad, porque aunque si aparecen algunas de tres, las hay de cuatro, cinco, seis y siete púas. Es llamativo que el número de siete se repite en muchas de éstas. Me imagino que por cabalístico, pues si fuera por efectividad, el guarismo aparecería reproducido en cualquiera de las otras, Hice hincapié en este detalle porque algunos visitantes del Museo suelen llamar tridentes a las fisgas, sin tener en cuenta el número de dientes; creo que por esa cuestión mitológica del tridente de Neptuno y las aguas. Desde luego esa asociación no es del todo descabellada si se tiene en cuenta que la fisga es un útil para la pesca del salmón (salmo, -onis) en los ríos.

La técnica consiste en desplazarse a la orilla de un río salmonero, una noche de luna, armado con la fisga, mangada tal y como aparece en la fotografía. Hay que tener en cuenta –aunque no se dijo- que los salmones deben estar en plena acción amorosa; es decir, en la freza, que es el momento en el que la hembra deposita sus huevos en el fondo arenoso del río, y el macho con los suyos los fecunda. En esa procreadora danza, tanto el macho como su abnegada compañera, dejan ver sus plateados abdómenes, que delatan su situación; momento que aprovecha el pescador para lanzar su fisga y quedarse con el final de la cuerda que está atada al mango. Lo que ocurre es que si V.M. quiere ver la barriga a los salmones, tendrá que desplazarse a un río de Canadá, porque en los de Asturias ya casi no quedan.

Puede parecerles cruel y desagradable esta forma de pesca, sin embargo, se practicó durante siglos y siguió habiendo salmones. Por lo tanto, nuestra trasnochada sensibilidad ecológica deja bastante que desear.

Con el fin de que siga "enganchado" a la fisga, y para los que no “quieren caldo, taza y media”, les contaré en otra entrega, historias de fisgas y salmones.

Haxa salú.

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